El 29 de agosto la corte tailandesa de la isla de Samui condenó a pena de muerte al español Daniel Sancho –nieto del actor Sancho Gracia–, luego conmutada a prisión perpetua. Se lo había encontrado culpable del asesinato premeditado del colombiano Edwin Arrieta, ocurrido hace poco más de un año en las islas del sur del país. Lo que ha pasado desde entonces alcanzaría para reflexionar sobre el lado oscuro del turismo europeo en Tailandia, las relaciones sexoafectivas como mecanismo de estafa, el rol de los medios y del poder socioeconómico en la aplicación de justicia, la decadencia de las élites, la homofobia y el racismo, que forman parte del entramado. Aquí nos centraremos en un cambio de paradigma en los canales de comunicación, que este caso ilustra de forma contundente.

En este mundo en que todavía no sabemos si estamos globalizados en un sistema perverso o encerrados en burbujas virtuales, el género true crime se ha vuelto uno de los más rentables en creación de contenidos. Si bien es una temática de larga data en literatura, documentales y otros formatos, la explosión del fenómeno en Youtube ha sido enorme en los últimos años y se alimenta del seguimiento de casos a tiempo real, con actualizaciones aún más frecuentes y repetitivas que en la televisión o la prensa escrita. Millones de personas siguen a diario procesos judiciales y se reúnen para comentarlos.

Existe un debate abierto sobre por qué unos casos despiertan más interés que otros. Se barajan factores muy distintos, como el nivel de crueldad, la complejidad de la investigación o las características de los protagonistas. Cuanto más alejados de lo que el imaginario colectivo percibe como el mundo criminal, más interesante parece resultar el caso.

¿Qué hizo Daniel Sancho?

A principios de agosto de 2023 se conoció la noticia de que Daniel Sancho había sido detenido en Tailandia, sospechoso de asesinato y descuartizamiento, siendo el tercer español en una década con cargos similares en el país asiático.

Lo sorprendente de este caso era que el acusado, un hombre de 29 años con aspecto de modelo publicitario, es hijo del actor Rodolfo Sancho y nieto del también actor Félix Ángel Sancho Gracia. Nacido en Madrid en 1936, Sancho Gracia –tal era su nombre artístico– creció en Montevideo, se formó en la EMAD, alcanzó gran reconocimiento en el mundo hispanohablante y mantuvo fluidas conexiones con Uruguay hasta su muerte en 2012. Tal vez el más recordado de sus protagónicos haya sido el de la serie El curro Jiménez, producida por Televisión Española hacia el fin de la década de 1970 y guionada por el uruguayo Antonio Taco Larreta.

Dada la popularidad de los Sancho, el suceso presentaba más interés y rentabilidad como escándalo farandulero que por sus características criminológicas. La sucesión de acontecimientos estaba a la vista y la calidad de los elementos probatorios era más que abundante.

Sin entrar en detalles, el resumen sería: Daniel Sancho queda registrado en cámaras de seguridad, en los días previos al asesinato, comprando cuchillos, una sierra, productos de limpieza, bolsas de basura y papel film en cantidades obscenas. Reserva un bungalow a su nombre en un lugar apartado del hotel en el que estaba instalado en la isla de Pha Ngan, que había sido reservado por su amigo, socio o amante (según quien lo contara) Edwin Arrieta, cirujano colombiano. Intercambia mensajes con Arrieta antes de recogerlo en el puerto. Queda registrado llevando a Arrieta en una motocicleta hasta el bungalow, del que nunca se le verá salir. Alquila un kayak por la noche y aparece en filmaciones descartando bolsas de basura en diferentes contenedores. Aparecen partes del cuerpo de Arrieta tanto en un vertedero como en la orilla, arrastrados por la marea.

Por si esto no fuera suficiente, el español se presenta en la Policía, decorado con cortes y arañazos, a denunciar la desaparición de su amigo. Es interrogado hasta que termina por confesar la premeditación, el asesinato y el desmembramiento con abundancia de detalles. Ya como sospechoso, participa en una reconstrucción de los hechos en la que la narración encaja con las pruebas recolectadas por la investigación.

Según las leyes del país, Daniel Sancho se enfrentaba a una posible pena de muerte. En la mayoría de los casos, esta sentencia supone una conmutación posterior, ya que las ejecuciones judiciales son altamente infrecuentes en Tailandia y casi nulas en el caso de extranjeros.

La prensa y el choque cultural

De un día para otro, la tranquilidad de las pequeñas islas turísticas se vio invadida por cientos de reporteros españoles que gritaban frente a cámaras, se arrancaban las uñas por una entrevista con el barrendero de la cárcel que dice haber visto al detenido a través de una alambrada, violaban límites de seguridad para tratar de conseguir una foto de Sancho sin la melena rubia que le había sido cortada como medida higiénica, o perseguían por restaurantes y hoteles a su madre, que llegó al lugar para abordar la peor crisis de su vida. Todo este revuelo, además, era condimentado con gestos eurocentristas, prepotentes e ignorantes que sería demasiado largo ilustrar.

En España, la perspectiva con la que se cubrió el caso fue la del acusado y su familia. Se desató una campaña mediática para cuestionar, suavizar o directamente blanquear la responsabilidad de Sancho a través de variados relatos, que pasaron por la intervención de terceras personas, el miedo insuperable, la disociación transitoria o la autodefensa contra un intento de agresión sexual, hasta decantarse en un accidente derivado de una pelea, acompañado del infame recurso de desprestigio de la víctima y de la investigación tailandesa. La mayoría de los medios eligió tomar esta hipótesis como cierta sin hacer ningún tipo de averiguación e ignorando las que sí se hacían.

Así, se vieron tertulianos de programas mañaneros discutiendo cómo cortar huesos, o en qué bolsa estaban los testículos de la víctima. Se escucharon conductores pronunciar frases como “la estrategia para salvar a nuestro compatriota”, “afortunadamente esperó a que muriera para cortarle el cuello”, o refiriéndose al acusado como “el pobre Dani”. Hasta hubo un psiquiatra forense que sostuvo que el descuartizamiento era una práctica habitual en Tailandia.

Si bien fue sugerido en muchos debates, el centro de la batalla discursiva no estuvo nunca en la legitimidad de la pena capital como tal, sino en exculpar o disculpar a Daniel Sancho por su acción homicida.

Y entonces, llegaron los youtubers

Los canales de Youtube dedicados a la crónica criminal, a las noticias y a la prensa del corazón se llenaron de información y especulaciones alrededor del caso. Pudo verse de todo. Sería de esperar que una plataforma que no tiene ninguna exigencia previa de capacitación, de mérito, de conocimientos técnicos ni de calidad de producción, atravesada por la censura banal y mecánica de la empresa (cuyo único objetivo es evitar problemas legales), va a ser el horno de cocción de producción informativa intolerante y sin fundamentos, el espacio perfecto para la difusión de seudociencias y teorías conspirativas. Eso, por supuesto, existió. Hubo quienes intentaron comunicarse con el alma del difunto y quienes crearon foros de defensa acérrima de Sancho, proponiéndolo como participante para algún reality show cuando lograse probar su inocencia y volver a España.

Sin embargo, muy lejos de la uniformidad cerrada de los medios tradicionales, también aparecieron opiniones y análisis muy diversos. Algunos canales de Youtube como Triun Arts, Dareol Rewind, Hablando Claro, Two Yupa, Javi Oliveira, Albert Domenech, Instinto Criminal, entre otros, se dedicaron a verificar, contrastar, darle voz a la familia de la víctima, traducir, estudiar el código penal y la jurisprudencia de Tailandia, consultar técnicos y especialistas para difundir información certera que dejaba en claro la culpabilidad de Daniel Sancho y el trasfondo perverso que conducía al crimen, que merecería un artículo aparte. De allí que el siguiente paso fue denunciar el blanqueo, la manipulación y las falsedades que se difundían en medios masivos tradicionales.

Poco a poco, las discusiones sobre contenido de documentos, análisis forenses o estrategias legales se mezclaron con un debate paralelo sobre la independencia y la objetividad de los medios de información. Los youtubers se pusieron a trabajar en equipo y a desafiar la hegemonía, reivindicando sus métodos y dejando a la vista los mecanismos de los poderosos para manipular contenidos.

Foto del artículo 'El caso Sancho: cómo los youtubers españoles ocuparon el lugar del periodismo tradicional'

Foto: Sin datos de autor

La forma en que colaboraron entre ellos, pasándose datos y contactos y promoviéndose mutuamente, la financiación directa, la interacción, la actitud vocacional, entusiasta, personalizada, fueron algunas de las claves del éxito de este formato para un público hastiado de artificialidad, mentiras e intereses de anunciantes. Pero ¿a qué reaccionaron los youtubers con tanta virulencia?

La defensa twinkie y occidental

Después de muchas idas y venidas, el padre de Daniel Sancho se decantó por valerse de una defensa de oficio en el juicio en Tailandia e invertir en un equipo de famosos abogados españoles que no pueden ejercer en Tailandia ni estuvieron presentes en el juicio. Daniel Sancho se enfrentaría a la Justicia con una defensa cosmética, twinkie y española.

El término twinkie defense refiere a una estrategia legal basada en un relato altamente inverosímil. Fue mentada en el famoso caso Milk, en el que el principal argumento consistió en que el consumo excesivo de comida chatarra por parte del acusado lo habría conducido a un estado mental degradado.

La narración de los defensores de Sancho, presentada en una vergonzosa rueda de prensa, argumentaba que el acusado había comprado los cuchillos para producir videos de cocina para Youtube, la sierra para cortar cocos, las 200 bolsas de basura para protegerse de la lluvia (adjuntando un tutorial de internet sobre cómo cortar una bolsa de basura para usarla como impermeable). Y que casualmente tenía todas estas cosas a mano cuando un acosador Arrieta murió por una caída, y no se le ocurrió nada más sencillo que cortar su cuerpo en 17 pedazos.

Resumirlo así, aunque parezca satírico, no está ni cerca de las burlas y memes de los que los defensores fueron objeto en redes y videos, alternando con argumentos serios y fundamentados, acusaciones de soberbia, racismo, clasismo e ignorancia.

Para sostener su teoría, la defensa se valió de acciones de difusión masiva de alto riesgo. La primera fue la intervención, en un programa de televisión de muchísima audiencia, de un supuesto testigo anónimo llegado de Venezuela que, sin mostrar la cara, acusó a Arrieta de violencia, acoso sexual y amenazas, y se ofreció a declarar en el juicio. Meses más tarde, se revelaron mensajes entre esta persona y el padre del acusado que evidenciaban una remuneración económica a cambio de su testimonio, que nunca se produjo. Los representantes de Rodolfo Sancho desviaron el tema como un intento de extorsión, y las prometidas ampliaciones sobre el asunto fueron abortadas sin explicación.

Poco antes del juicio, que se inició en abril, hizo aparición un personaje que parece creado por un guionista borracho: un supuesto pastor y psicólogo peruano radicado en Estados Unidos, autodefinido como especialista en víctimas de abuso sexual. Este señor sí se presentó en la corte de Samui como testigo de la defensa, pero fue rechazado por el tribunal por no estar relacionado con la causa. Sus 15 minutos de fama le alcanzaron, sin embargo, para involucrar a la víctima en delitos graves como tráfico de órganos o abuso de menores. Los mensajes que intercambió este señor con Rodolfo Sancho nunca fueron conocidos. No más preguntas, su señoría.

Todo esto, además, estaba sellado por una explicación absurda de la causa de la muerte, de evidente inconsistencia aun para el público no conocedor, que el abogado estrella Marcos García Montes repitió como un mantra ante cualquier micrófono que se le cruzó, y por la recurrente mención a una supuesta declaración del fiscal en la que reconocía que la premeditación no se había podido probar. Esta declaración fue contrastada por los youtubers a través de contactos en Tailandia, y revelada como falsa, dato que quedó corroborado por la sentencia.

El falso documental

Pero quizás el capítulo más doloroso y flagrante del show sea el lanzamiento de un documental de HBO Max. El actor Rodolfo Sancho, en una estrategia incomprensible, participa como protagonista en el capítulo 0 –y hasta el momento único– de una serie documental, por la que cobró una llamativa, aunque no confirmada, cantidad de dinero.

El capítulo consiste en una entrevista en la que el padre del asesino de Arrieta habla de su hijo y de su versión de los hechos, con música de fondo y fotografías de infancia, y se presenta a sí mismo como un luchador con la cabeza en alto, preparado para enfrentar las situaciones más adversas. No pide perdón, no se compadece de la víctima ni de su familia y hasta llega al extremo de decir que lo peor que le pasó a su hijo en la vida fue encontrarse con “ese tipo”. El formato, el contenido y la asombrosa fecha de estreno, el mismo día que se iniciaba el juicio, contradicen los principios profesionales y éticos de lo que se podría definir como un documental. De hecho, no fue estrenado en Estados Unidos porque violaría la legislación de protección a las víctimas. En Latinoamérica se puede ver un avance en la plataforma Max.

Los cuestionamientos a este producto publicitario incendiaron las redes. Desde allí se desató una guerra entre los que pedían castigo para el asesino y los que pedían ayuda para el compatriota, entre los que difundían noticias maquilladas y los que se ensañaban en la dureza de la verdad, y, subyacentemente, entre las élites manipuladoras y los ciudadanos comunes y corrientes.

¿Por qué y cómo?

Las interrogantes que quedan son con qué objetivo se desarrolló esta campaña y cómo lo lograron. Por un lado, las actuaciones legales de los abogados españoles fueron inexistentes y la cruzada mediática no tuvo ningún efecto en los tribunales. Parece haber sido más una operación orientada a limpiar la imagen del asesino y su familia que a salvarlo de pasar el resto de su vida en el hacinamiento y la miseria de una cárcel asiática.

Por otro lado, la familia Sancho no parece ser ni tan rica ni tan famosa como para tener el mundo a sus pies. Se sabe que Rodolfo Sancho es ahijado de bautismo del expresidente Adolfo Suárez y no hay mucho más que justifique sus relaciones con el poder.

Los mecanismos, en cambio, sí quedaron a la vista. Se supo, por ejemplo, que el abogado Marcos García Montes mandó un mensaje al director del diario La Razón que llevó a la desvinculación del reportero Joaquín Campos de ese medio de prensa.

Es fácil entender que los periodistas cuiden su trabajo, pero es difícil entender que, en una penca improvisada en las afueras de la corte mientras esperaban la sentencia, la mayoría de ellos apostara por penas menores.

No sabremos si los directores de los medios se mueven por intereses económicos no demasiado claros, por inercia obediente a las élites en una sociedad como la española, que no logra deshacerse de su herencia medieval, o por una combinación grotesca de ignorancia, inmediatez y apatía. No sería la primera vez que las razones detrás de verdades decretadas u opiniones sumisas se reducen a relaciones interpersonales e intereses banales y efímeros, como quién es amigo de quién o a dónde va a cenar el que podrá conseguirle un trabajo a tu hija.

Lo interesante es que un grupo de trabajadores independientes, sentados en casa con una computadora y sin gastos de peluquería, hayan logrado quebrar la hegemonía de las élites. Lejos de creer que la tortilla se haya dado vuelta, se puede constatar que a los medios tradicionales se les está escapando mucho huevo crudo por los bordes del sartén. Hace siglos que sabemos que la mentira conduce al desprestigio de los pastores y a la devaluación de la razón. De ahí el peligro. De ahí a aceptar que cuando venga alguien a decirnos, por ejemplo, que la Tierra es plana con el único argumento de que el poder dice que es esférica, resultará sumamente persuasivo.