Las nuevas tecnologías que propiciaron nuevas dinámicas de consumo y hábitos online en la última década vieron crecer, de la mano de la explosión de las redes sociales, al “fandom” en todas sus formas. Estos grupos de fanáticos tienen una contracara oscura y se habla de la violencia ejercida por “fandoms tóxicos” hacia diversas personas, sean famosos o ciudadanos de a pie.

El consumo obsesivo de lo que hacen todo tipo de celebridades llega a límites peligrosos cuando se desdibujan las líneas de la realidad y la virtualidad; por caso, cuando se ejerce la violencia online y offline desde el beyhive (nucleado en torno a la cantante Beyoncé), las barbz (fans de la rapera Nicki Minaj), o, para ubicarnos en nuestra región, por los lalitos y las becerras (seguidores de Lali Espósito y María Becerra, que el año pasado tuvo que dejar las redes por hostigamiento). Se trata de grupos capaces de organizar campañas y acciones concretas para “defender” a sus ídolas.

Hace unos meses, la revista Vulture relataba cómo parte del entorno de fans de la cantante Nicki Minaj, vía sus barbz, había tomado represalias (en la vida real) contra otra cantante por dichos de esta sobre su marido. “Últimamente, la atención en torno al stardom en general ha alcanzado un nuevo punto álgido. Donald Glover hizo una serie sobre esto, Swarm, mientras que algunos artistas están tratando de mediar legalmente sus relaciones con sus fans (Britney Spears ha tenido que decirles a sus seguidores de Instagram que se relajen y la dejen vivir, y Doja Cat se mostró reacia a la idea de una base de fans organizada)”, explicaban en un artículo sobre la creciente virulencia online del fandom, en el que también notaban el modo en que figuras como Minaj establecen vínculos con sus fans y lo peligroso que esto puede volverse.

Este tipo de relaciones, también llamadas “parasociales”, no se dan solamente en el ámbito musical o artístico. Como decía recientemente el autor y artista Alan Moore en una columna de opinión en The Guardian, existe un vínculo entre esas relaciones tóxicas que son la base de muchos fandoms y la ola de violencia e intolerancia en la sociedad actual, que opera además como caldo de cultivo para lo que fue el crecimiento de movimientos radicalizados que hoy llegan al poder.

“Creo que el fandom es un órgano maravilloso y vital de la cultura contemporánea, sin el cual esa cultura termina por estancarse, atrofiarse y morir. Al mismo tiempo, estoy seguro de que el fandom es a veces una plaga grotesca que envenena a la sociedad que lo rodea con sus obsesiones mezquinas y su ridículo e inmerecido sentimiento de derecho a todo”, decía haciendo referencia no sólo al fandom de los cómics, ya que este comportamiento (generalmente por parte de hombres blancos, de mediana edad y conservadores) se observa ahora en toda clase de comunidades.

Relaciones parasociales: un caldo de cultivo para el extremismo político

Las relaciones parasociales podrían definirse como una relación que una persona imagina tener con otra persona a la que en realidad no conoce. Las habilita, en gran parte, la nueva cercanía e intimidad –o su ilusión– que proveen las redes sociales. Aplica para celebrities, figuras públicas y hasta políticos. Moore va más allá y afirma que el motivo por el que algunos votaron por Donald Trump o Boris Johnson tiene menos que ver con política y más con el culto a sus personalidades. No es un detalle que, para algunos como el periodista y autor Scott Galloway, “parasocial” sea la palabra del año.

En este sentido, son muchos los analistas políticos que atribuyen el triunfo electoral de Trump en 2024 a su capacidad de desmarcarse del Partido Republicano para vincularse de forma directa con el público, mostrándose él antes que su grupo. “Llámenlo narcisismo o acaparar la discusión con ruido, pero lo que más llama la atención es la determinación de Trump de transmitir en vivo su personaje a sus seguidores. Piensen en los millones de personas solitarias que miran TV, ansiando sus comentarios en vivo, tal vez porque comparten su política, pero casi con certeza porque quieren su amistad”, sigue Galloway.

La comparación rápida con su oponente Kamala Harris, que tuvo una estrategia minuciosamente analizada y curada, en la que fue sopesando cada discurso y cada aparición pública, puede explicar la preferencia por el estilo espontáneo y directo de Trump por ser percibido como más “auténtico”, un valor que cotiza alto estos días. Tampoco sería exagerado hacer un paralelismo con lo que sucede en Argentina con el presidente Javier Milei –“Javo” para sus seguidores en X–, cuyo estilo comunicacional sin filtro, sin guion y por momentos iracundo (nadie le maneja las redes sociales e interactúa regularmente con sus seguidores, a quienes contesta y retuitea) está lejos del protocolo institucional esperable para la investidura de un presidente. Como Trump, Milei conquistó a los votantes con esa aproximación particular. Por supuesto, también les ganó sus detractores y produjo más de un cortocircuito dentro del gobierno.

Donald Trump en la Sala del Gabinete de la Casa Blanca.

Donald Trump en la Sala del Gabinete de la Casa Blanca.

Foto: Brendan Smialowski, AFP

Pese a las distancias geográficas, la transversalidad del fenómeno nos habla de contextos sociales y culturales similares, lugares donde la brecha ideológica, económica y de proyectos vitales entre hombres y mujeres se ensancha cada vez más y en los que se replantean roles tradicionales de masculinidad frente al avance de movimientos y activismos que han conquistado derechos para sí y mejorado algunas condiciones de vida.

Un dato interesante: en Estados Unidos, la insularización de la sociedad es un problema del que ya hablan tanto las ciencias sociales como los medios tradicionales: “El 12% de los estadounidenses dicen no tener amigos cercanos, frente al 3% en 1990. Mientras tanto, la mitad del país dice que lucha contra la soledad. En nuestro país hay una epidemia de soledad que se extiende mucho más allá de las vidas de la generación Z. Hemos subestimado su impacto: la soledad afecta a todo, desde los medios que consumimos y los productos que compramos hasta las relaciones que formamos (o no)”, sugiere Galloway.

Aunque la tecnología es parte responsable, la soledad y la dificultad para formar vínculos, o seguir los hitos tradicionales de adultez, es un tema que excede al tiempo que pasamos pegados a las pantallas.

¿Por qué hablar de la soledad? Ocurre que en una sociedad en que la gente se siente sola y alienada, o está en busca de compañía, es más fácil que se desarrollen este tipo de relaciones parasociales o que se dé un fanatismo excesivo por determinadas figuras. Y están quienes pueden capitalizarse a raíz de ello y saben cómo usarlo a su favor.

El antifandom

“Una de las primeras conclusiones a las que nos lleva la presencia activa de grupos enormes de fandoms en las redes sociales es que ya no tiene sentido hablar de la virtualidad como opuesta a la realidad. Los grupos de fans que hace cuatro décadas se reunían en un club o en una casa hoy se juntan en las redes. Eso nos lleva necesariamente a hablar de que los lugares que estamos ‘habitando’ (los entornos digitales) deberían ser seguros. Así como reclamamos mayor iluminación en las calles, que no se pueda delinquir impunemente, necesitamos lugares seguros en internet”, contextualiza Ana Correa, abogada y comunicadora, coordinadora del Posgrado sobre Violencia de Género Digital y Respuestas desde el Derecho de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

Atrás quedaron las épocas en que los fans adoraban a sus ídolos desde lejos, y en las que incluso un halo de misterio o desconocimiento era bienvenido; hoy la cultura de los fanáticos ha mutado en un juego mucho más complejo y peligroso en el que los fans sienten un intenso sentido de propiedad sobre las vidas de personas públicas y experimentan una profunda resistencia a cualquier cosa que contradiga la narrativa o la idea que sobre esa figura han construido, sea que hablemos de las vidas amorosas de esas personas, sus problemas de salud o incluso sus opiniones políticas u otras.

Persona y personaje se vuelven lo mismo, por lo que también se crean “antifandoms” que habilitan que odiar a alguien sea “tu pasatiempo de fandom de tiempo completo”, junto con legiones compuestas por otros odiadores.

Todo suscita hoy una opinión por parte de los fans o stans (fanáticos más intensos; el término viene del inglés “I stand for X”, “me identifico con Fulano”), que consumen las narrativas de sus ídolos o figuras públicas a partir de lo que generan los medios sensacionalistas y las redes sociales. A veces son las propias figuras las que alimentan o “filtran” esas narrativas. En Latinoamérica podríamos tomar los penúltimos escándalos de la farándula local como el de Wanda Nara-China Suárez-Colapinto e Icardi para entender las pasiones que suscitan temas ajenos, el nivel de intensidad de las discusiones y los “bandos” que se forman.

Beyonce.

Beyonce.

Foto: Creative Commons

Según la reportera de cultura Aja Romano, el cambio comenzó a verse a finales de los años 2000 en el fandom del K-pop y dentro de los seguidores de canales de Youtube y más tarde en Twitch, en los que los jugadores y streamers aficionados que triunfaban no tenían formación en medios ni preparación para lidiar con su fama e interactuaban con sus seguidores como si fueran sus amigos. “Luego, la llegada de las redes hizo que las celebridades fueran aún más accesibles y les dieron a los fanáticos con tendencias extremas aún más formas de conectarse y movilizarse en masa. El resultado de esta interdependencia es un aumento de los fans que se sienten con derecho a partes de la vida de sus ídolos, y a veces con derecho físico, ya sea a través del acoso, el rechazo a dejar de filmarlas o violentando los espacios personales y físicos”, explica la investigadora.

Debido a la impunidad que manejan muchos fans tóxicos, muchas figuras han comenzado a hablar públicamente del problema y apelan a las redes sociales para concientizar sobre las consecuencias de su accionar.

Nuevos ídolos y un paisaje mediático cambiante

El comportamiento violento de los fandoms no sólo afecta las formas de cubrir la actividad política, sino también la propia forma de hacer política. Nada resulta más extraño pero elocuente de los bizarros tiempos distorsionados por el algoritmo en los que estamos viviendo que observar el microfandom que se produjo en torno a la figura de Luigi Mangione, el hombre que el 4 de diciembre de 2024 asesinó a Brian Thompson, director ejecutivo de United Healthcare, porque se consideraba estafado por la compañía de seguros médicos.

A medida que se fue conociendo y filtrando información al público, la internet se volvió loca con memes e historias conspiranoicas, pero también con discursos que idolatraban y reivindicaban la figura de Mangione. Bastaron un par de horas para que comenzaran a aparecer camisetas, tazas y adornos navideños con la imagen de Mangione y leyendas del estilo “Free Luigi”, en un país que, como sugiere la revista Wired, “ha hecho del apoyo a los asesinos uno de sus pasatiempos favoritos”.

“Hoy los entornos digitales no son seguros para niñas, niños y adolescentes, y tampoco lo son para las mujeres. En el caso de los niños, porque las redes se han convertido en lugares de captación, explotación y difusión del material de abuso sexual infantil. Las mujeres y personas LGBT reciben un impacto desproporcionado de la violencia en línea, y todo supone que va a aumentar con las declaraciones y nuevas políticas de Meta, anunciadas por Mark Zuckerberg, quien reclama más energía masculina para las empresas. ¿Cómo la define? Con un mayor nivel de agresividad. Es curioso que los mismos CEO que dicen estar preocupados por el aumento de la violencia la fomenten abiertamente en los espacios que más habitamos hoy”, afirma Correa.

Estos son tiempos de relaciones parasociales, en los que influencers y creadores pueden ayudar a ganar elecciones, y todo indica que su incidencia seguirá creciendo. Hoy se crean referentes en las formas más extrañas (en Argentina, una tarotista y vendedora de tortas se convierte en figura política de peso, mientras que en Estados Unidos un tirador es ídolo de multitudes), por lo que cabe preguntarse por las formas que ha adoptado el fanatismo y por cómo habilita circuitos de violencia dentro y fuera de la web.