Dos niños caminan de la mano por la playa. El día está soleado. Ella lleva un vestido liviano; él, sólo un sombrero de ala ancha. Las sombras en la arena. A lo lejos se ven botes con sus velas blancas y personas como muñequitos. El viento. El mar como una lengua pálida.
Así veo el cuadro Al agua, del pintor español Joaquín Sorolla y Bastida, elegido obra del mes del Museo de Artes Decorativas Palacio Taranco. Es un óleo sobre lienzo de 150 x 100 centímetros, con marco dorado, firmado y fechado en 1910. Sorolla nació en Valencia en 1863 y vivió 60 años. Quedó huérfano muy pequeño y lo crio la familia de su tío, que se dedicaba a la cerrajería y con quien aprendió el oficio. Fue un apasionado de la costa. Durante el verano pintaba vestido de blanco, según contó una bisnieta del pintor en el programa Efecto mariposa de Radio Cultura.
Es la tarde de un miércoles frío y húmedo de invierno. Apenas cae una lluvia grácil. El jardín se arma entre el gris del cemento y el verde intenso de la vegetación mojada. El canto de los pájaros. Adentro, los pisos de madera y los de mármol, con sus diferentes dibujos y texturas, conviven con las pisadas de los visitantes. Los ventanales amplios con sus cortinados. Mesas y sillas de época, banquetas, sillones con cintas discretas que indican que no hay que sentarse en ellos. Pianos de cola, alfombras, relojes, juegos de té finísimos, esculturas, jarrones en el piso como guardias reales.
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Laura Malosetti es delgada, el pelo negro, la cara blanca con sus lentes. Desde marzo es la directora del museo. “Sí, la idea de comenzar a elegir la obra del mes fue mía. Lo que hice fue mirar un poco lo que hacen otros museos del mundo y tratar de estar en sintonía con otros sitios, tanto en materia expositiva como de conservación. Soy uruguaya, pero me tuve que ir para Argentina en la década del 70. Estudié Historia del Arte en Buenos Aires. Volví ahora para tomar este cargo. Hay mucho para hacer: los legajos, fichas razonadas, poner en valor la colección”, dice.
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A la planta superior se accede por una escalera de mármol cubierta con una alfombra roja. Las puertas y los techos altos, las paredes empapeladas con sus cuadros y sus artefactos de luz, las arañas lujosas que caen, estufas a leña de mármol, espejos como héroes imponentes. Una pantalla de televisión en un cuarto pequeño proyecta un video en el que se ve y se escucha a una mujer joven que cuenta sobre el Palacio. Dormitorios completos que parecen prontos para ser ocupados; aparadores, roperos, escritorios. Las terrazas a las que no se puede acceder los días de lluvia. Y más, seguro que más.
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“Es importante poder saber de dónde viene la obra, quién fue el autor, si es original o es una copia. Hay obras que están en duda”, dice Malosetti mientras nos acercamos a una obra que señala con su mano derecha. “Ahí hay un Ghirlandaio, pero está en duda. Fijate: dice ‘atribuido a Ghirlandaio’, pero no sabemos si realmente es de él. Poder vincularse con especialistas en cada tema, acceder a tecnología para poder observar con luz infrarroja, con rayos x, eso es poner en valor”, explica.
Caminamos. Hay ocho o nueve personas recorriendo el lugar. Las voces apenas se escuchan. La luz lánguida en algunos sectores. La tarde avanza y sigue gris.
Malosetti repasa la historia del lugar: “El Palacio es el museo. Es una obra de arte en sí misma. Los Ortiz de Taranco eran inmigrantes muy pobres que vinieron de niños. El papá les enseñó a sus hijos a leer y a escribir y les dijo: ‘Bueno, vayan a Buenos Aires’. El primero en llegar fue José Ortiz de Taranco. A bordo del barco en el que viajaba aparecieron casos de fiebre amarilla, por lo que los pasajeros fueron llevados a la Isla de Flores para cumplir cuarentena. Luego de ese período, desembarcó en Montevideo. De a poco trajo a sus hermanitos. Se dedicaron al comercio y con el tiempo les fue muy bien. Tuvieron sus almacenes, importaban y exportaban artículos de diferentes rubros. Cuando fueron muy ricos compraron este predio, que era la antigua casa de comedias del fuerte, porque la plaza Zabala era el fuerte. Es un lugar repleto de historia”.
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El Palacio Taranco está ubicado frente a la plaza Zabala, en plena Ciudad Vieja de Montevideo. Fue diseñado en París por uno de los arquitectos más famosos de la época, Charles Girauld, y su discípulo, Jules Chifflot, a pedido de la familia española. Se pueden ver en exhibición algunos de los planos originales que llegaron desde Francia. La obra fue ejecutada entre 1908 y 1910 por el arquitecto inglés John Adams, autor también del Hospital Británico y de la Sala Verdi. En 1934 los descendientes de aquellos hermanos decidieron vender la casa al Estado y donar sus obras de arte. Allí funcionó el Ministerio de Instrucción Pública hasta la década de 1970.
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Bajo al subsuelo. Comienzo a mirar y veo, entre otros objetos, recipientes de diferentes formas y tamaños que en su época contenían aceites, perfumes, cremas y ungüentos, aromas y olores que ya no. Luego de algunos minutos, escucho a pocos metros, detrás de una pared blanca, una voz suave que dice: “Esta es una colección de piezas antiguas de la zona del Mediterráneo. Hay arte etrusco, griego y romano de varios siglos antes de Cristo”. Cuando aparece en escena veo que no es una guía, sino una de las mujeres que trabajan como guardias de seguridad, que le explica a un grupo de brasileños lo que tienen frente a sus ojos.
Espero que se desocupe y me acerco: no es alta, de edad mediana, los ojos pequeños, el pelo castaño con cola de caballo. Viste el uniforme azul oscuro de la empresa privada para la que trabaja, el logo cerca del corazón. Me cuenta que se llama Sonia, que trabaja allí hace nueve años, que fue aprendiendo de a poco, que le gusta informar a los visitantes. “Si sólo leen el cartelito que está junto a las piezas no van a entender”, dice en voz baja y con la timidez de quien cree que cumple una tarea poco importante. No es el caso.
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“Estamos haciendo música en la entrada y comenzamos con un homenaje a María Eugenia Vaz Ferreira en el que tocó Julio César Huertas. Va a venir un nieto de Felisberto Hernández que hace conciertos narrados y vamos a tener a Leo Maslíah. También vienen chicos jóvenes a tocar en los pianos que tenemos aquí”, cuenta Malosetti.
Habla pausado y a un volumen bajo. Nunca deja de transmitir sus ganas de trabajar por la mejora del lugar que dirige: “Hay mucho para hacer. Fijate que todavía no pudimos comprar la luz led que necesitamos para iluminar la obra elegida durante todo el mes. Queremos modernizar el modo de exhibir. Vamos a tener un período de reformas”.
Antes de la despedida, dice: “Yo creo que todas las artes son decorativas; todas las artes tienen la capacidad de cambiar el mundo, pero también decoran”.
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Antes de salir, vuelvo al subsuelo para despedirme de Sonia y felicitarla por su compromiso y su dedicación. La encuentro junto a una puerta de vidrio cumpliendo su función de guardia de seguridad. Las manos atrás, la figura erguida y, sobre todo, la mirada muy atenta.