A pesar de que contiene dos de las canciones más emblemáticas del repertorio del célebre cantante uruguayo y otra de las más originales de sus composiciones, Radeces sigue siendo un disco raramente olvidado en la extensa discografía de Ruben Rada. 50 años después de su grabación –con la excepción de las investigaciones realizadas por Fernando Peláez y Nelson Caula–, los pocos o casi nulos retratos de aquella época dibujan el gris de un borramiento fatal.
Las pocas pistas permiten hallarlo escondido entre el furor local de la banda Tótem (el trabajo de Rada que lo precedió), el prestigio internacional del grupo Opa que vino después, el relámpago cercano del Conjunto S.O.S, y otras cuestiones más difíciles de ordenar en la góndola de una disquería.
Aterrizaje fugaz
“Mientras tanto, en la breve temporada que cumple actualmente en Uruguay (de regreso de un año de éxitos continuados en el exigente hotel Sheraton de Buenos Aires), Rada se aboca a grabar sus próximos discos, acompañado por un supergrupo”, anunciaba la página de espectáculos de El Diario en agosto de 1975.
En plena dictadura militar en Uruguay, el artista volvía a Montevideo para retomar su carrera solista, impulsado por el musicólogo Coriún Aharonián –uno de los fundadores del sello Ayuí-Tacuabé–, aunque Rada no iba a demorar en marcharse nuevamente ese mismo año rumbo a Europa, y luego a Estados Unidos, de la mano de Hugo Fattoruso.
“En esa época grabé un disco en Uruguay, Radeces, que tiene buenos temas, pero está grabado en dos canales. Un desastre”, comentaba el artista en una nota con la revista argentina Pelo, de 1979. A esa altura de su carrera, el autor de “Las manzanas” ya había demostrado con creces lo que podía hacer con su talento artístico y musical. Sin embargo, a pesar de su inmensa popularidad, no faltaban voces disonantes en los márgenes de la crítica periodística y cultural, como reflejo de muchas otras: “Sus pautas estilísticas permiten que un producto sea a la vez de un lenguaje vulgar, sutil y refinado, con un código en apariencia populachero (en apariencia y de hecho, por qué no). Sus letras son quizás lo más débil de su producción, pero se salvan en general en el filo de una intuición de buen manejo fónico, apoyada francamente en la sabiduría de la tradición de raíz africana”, se leía en el número 14 de la revista cultural uruguaya Maldoror, en 1978.
En 2007, Aharonián, uno de los mayores estudiosos de la música local y de la obra de Rada, señalaba sobre él en el libro Músicas populares del Uruguay: “Sus propuestas solistas fracasan en esa etapa, porque, a pesar de su excelencia como creador y como cantante, el público blanco no termina de aceptarlo, si bien la comunidad negra incorpora algunas de sus propuestas”.
Entre la oscuridad del momento
Radeces, el segundo álbum solista del cantante, se grabó en sesiones dispersas entre junio y setiembre de 1975 en los estudios Sondor, con José Luis Musetti como ingeniero de sonido, y no tuvo un show de presentación oficial. Fue editado originalmente por Ayuí en vinilo y casete, y reeditado dos veces en CD: la primera en 1998 y la última en 1999, como parte de la colección 30 años de la música uruguaya, de la revista Posdata.
El mote de “supergrupo” que refería El Diario era adecuado a las credenciales de los músicos que se sumaban a estas radeces: los ex Tótem Santiago Ameijenda (batería) y Roberto Giordano (bajo), y los ex Gula Matari Marcos Szpiro (guitarra eléctrica) y Jorge Trasante (percusión). “Un joven músico con buenas dosis de imaginación y fantasía”, definía a Trasante la exigente Maldoror.
El grupo líder se completaba con el maestro Julio Frade en piano eléctrico, quien además firmaba como director y arreglador del conjunto, un poco a su pesar: “Rada me pidió que le escribiera los arreglos. Vino a mi casa y me dijo lo que quería para cada canción”, dijo a Rodrigo Guerra, de El País, en 2019. “Él cantaba las notas y yo iba anotando. Así estuvimos varios días”, contaba en esa misma nota, en la que reconocía a Rada como un verdadero poeta y se quitaba méritos sobre su labor en el disco.
La presencia del pianista también podría explicar algo más sobre el olvido del álbum. Tanto o más talentoso que Fattoruso, el perfil musical de Frade fue opacado por su figura humorística, aunque no solamente. En el ambiente de la música popular uruguaya, tradicionalmente ligada a la izquierda, durante largos años Frade fue considerado menos cool que otros colegas, solapadamente denostado por sus simpatías político-partidarias y sus formas más acartonadas y ligadas a la música académica.
Con Radeces, y como lo haría tantas veces a lo largo de su carrera, Rada acompañó la idea de escapar al fin de los nichos musicales –incluso los bien valorados– para desplegar su virtuosismo como músico y cantante, a través de su versión más genuina: la de creador desprejuiciado, camaleónico y de buen gusto, atento escucha de todas las músicas del mundo, incluidas las que estaban de moda en ese momento, como el soul de cruceros de Barry Manilow y la balada romántica de Camilo Sesto.
Libertad musical
Finalmente, el disco resume los mejores antojos de Rada, dejando bastante a un lado una posible inclinación vendedora. El lado A es una historia de amor hundida en una locura oscura, acorde a los tiempos del Uruguay en dictadura de 1975, al exilio obligado, a la derrota del Mayo francés y el flower power, y en sintonía con una psicodelia de malviajes y pesadillas. La densidad climática y el approach enrarecido de la banda en estos surcos, cerca de Tótem, hacen olvidar el candombe beat y recuerdan el espíritu de “Gimme Shelter” y “Sympathy for the Devil”, de los Rolling Stones.
Como los grandes músicos, aquí todos juegan sueltos y, a la vez, al servicio puro de la banda. El suspenso trepidante de “Malísimo” debería reivindicar a Julio Frade y su piano eléctrico, avanzando junto a la línea de bajo. “En aquella época ya era un error de mi parte pensar eso de las mujeres, y ahora peor, pero la canción para mí tiene la mejor letra y la mejor música que hice en mi vida”, confesaba el propio Rada a la diaria: “Cuando tengas todo el mundo ya en tus manos/ Y tu cuerpo salte de felicidad/ Yo te arruinaré el final...”. La canción transpira swing, nocturnidad y mugre, salida de imágenes de televisores en blanco y negro y de series como Mannix y Starsky & Hutch. La música sintoniza con las bandas sonoras compuestas por Lalo Schifrin y Quincy Jones y con los discos de Curtis Mayfield, Roy Ayers y Bobby Womack para historias de blaxploitation. De paso, anticipa la paranoia de Taxi Driver, estrenada en 1976.
Que luego suene “Reencarnación” es para que te explote la cabeza, con un mayor grado de locura. Si en “Malísimo” el personaje se enojaba con su pena de amor y prometía venganza, ahora golpea las puertas de un delirio místico: “Volverá (de la muerte)/ y entonces sí/ no te podrás marchar”, canta Rada, que decide terminar la canción con gritos literalmente desgarradores.
“Nena” mezcla el soul y el latin rock de Santana, y retoma el jazz para programas de policías y ladrones. En la parte más salvaje del tema, la guitarra de Szpiro y las percusiones de Ameijenda y Trasante arman una jugada que podría recordar a “Venus”, de los holandeses Shocking Blue. “Ed Motta es un melómano. De Radeces tiene cuatro vinilos. Le canté ‘Nena’, que es una de sus preferidas, y el tipo estaba emocionadísimo”, apuntaba Rada en otra nota con la diaria.
“De todos modos... Adiós (Goodbye, My Love)” es un bolero easy listening de cabarets, en el que el protagonista de la historia atraviesa la aceptación de la derrota y canta como los dioses.
El lado A cierra con “Ahé, ahé”, una breve suite que inicia con una especie de carnavalito, sigue con soul jazz y se apoya en un frenesí incidental de toda la banda que da miedo incluso si el volumen del equipo de audio se mantiene dentro de la moderación: “Dicen que cuando al mar se le acerca el río/ Ahé ahé, hay amorío/ Dicen que en esas noches los peces hablan/ Ahé ahé, la luna baila”, canta Rada, con una de sus clásicas poesías de doble o triple lectura. En este caso, admite una ingenuidad pacíficamente romántica, un retrato de época del régimen militar finamente sublimado y una visión de estados alterados o de plena conciencia.
Mar y exilio
El lado B del disco suena como un recreo hacia la normalidad y la libertad. “De semana a semana” se divierte con las renuncias de la vida en pareja. Tiene un ritmo festivo, y el candombe beat vuelve a ver la luz en una frecuencia juguetona y beatlera.
“Upa nega” es una plena descolocada y sin apuros, con vientos de Alberto Alonso (saxo tenor), Eduardo Martiarena (trompeta) y Alexis Buenseñor (trombón). La creación conjuga originalidad y clasicismo en una de las muestras del genial talento de Rada. La ultimísima de las versiones de esta canción puede escucharse al comienzo del concierto dedicado al bicentenario de Uruguay. “Los negros de mi ciudad/ no se pueden comparar/ El dolor viene de lejos y eso no lo lleva el viento”, advierte el cantante, inspiradísimo.
“La rana” es otro divertimento, aunque aquí la banda se empieza a soltar hacia una improvisación jazzística, pero con la vena hinchada hacia el rock. El candombe de “Ayer te vi” triunfa en la simpleza de la melodía, elaborada con cinco capas rítmicas. La percusión, a la que se suma Rada, el rasgueo zigzagueante de Szpiro y las notas salpicadas de Frade distinguen esta versión entre las más sofisticadas. La canción incluye el más oportuno, atrevido y dislocado de los versos de la poesía uruguaya: “No te vas a morir/ Porque a vos te dé la gana/ Y vení a candombear/ A las tres de la mañana”. La arenga fue adoptada por soldados de la guerra de Malvinas que luego iban a verlo a Buenos Aires, y sigue siendo el tema con el que el músico acostumbra a cerrar sus conciertos.
El disco cierra con “La rada”. El protagonista se vuelve a acercar al mar y al exilio. En el comienzo la banda se inclina hacia lo solemne, con un rock pesado, se desliza hacia el soul dramático y termina con un funk jazzeado de libertad absoluta, en el momento más alto de esta banda, al lado de Rada.
Uno de los pocos ejemplares que actualmente se pueden conseguir de la edición original de Radeces pertenece al comerciante y melómano japonés Keiji Yamabe, dueño de la disquería Los Apson, ubicada en el barrio de Kōenji, en Tokio. En la reseña del disco para la página web de su negocio escribió: “Un disco imprescindible de todos los tiempos que condensa la calidez única de la música uruguaya”.
Radeces, de Ruben Rada. Tacuabé, 1998 (1975). En plataformas.