Una de las primeras cosas que el Chenlo vio al llegar a Kimberley fue una publicidad de Panini en un supermercado. Las figuritas son tan planetarias como el fútbol, y tan monopolizadas por la marca -desde 1970 es la encargada de este negocio- como el mundial por la FIFA. Y juntas son dinamita. A diferencia de Alemania 2006 -en aquella edición nadie llenó el álbum porque México no acordó con los derechos de imagen de los jugadores- y anteriores, en esta ocasión ambas firmas se asociaron para crear a través del sitio http://es.fifa.com un álbum de figuritas virtual. Se “venden” tres sobres por día a cada usuario registrado, que a su vez puede cambiar con otros para completar la colección. Pero lejos de la interné y sus formas, aún persiste el valor de lo tangible en esto del fútbol, y aquellos que han crecido jugando al play station después de la escuela, ejercitando los músculos de la mano en vez de muslos y pantorrillas en las plazas, muestran fanatismo por las autoadhesivas. Y llenar el álbum sigue siendo la meta, aunque los juegos y los nombres que otrora se asociaban a las figuritas ahora lleguen a sus oídos como relatos de tiempos imposibles de imaginar.

“Hoy perdí la mitad del pilón de figus, pero el otro día había ganado como treinta”, cuenta un niño que se despide este año de la escuela, reconociendo que al menos por una semana la tapadita volvió a los patios, para comprobar si aquello que los padres hacían a su edad era realmente tan genial como ellos aseguraban. Sí se mantiene como pieza clave el cambio pelo a pelo, o una por una, o aquel que reedita el debate cuali cuanti. “Te cambio el escudo de Corea por tres”, propone uno de siete a otro de diez, que sabe que por más chico que sea el otro, ta clarito en esto de los valores.

Los padres de hoy han adquirido un rol mucho más relevante que el que tenían los de ayer (financista). La madre se lleva anotadas las que faltan y se las muestra a su compañera de trabajo, que lo consulta con su hijo. Hacen negocio. El padre tacha las últimas conseguidas y establece junto con sus hijos el orden de prioridades. Y entonces empieza a caminar por 18 de Julio (o en otros puntos capitalinos y del interior) buscando los puestos ambulantes que, mezclados con los que comercian CD piratas o cigarros de contrabando, aprovechan la zafra.

Lo dicen y no lo dicen, pero flota en el ambiente el hecho de que mientras en los kioscos y demás puestos legales no había stock, en la calle estaban atiborrados de cromos y clientes. Lo que flota es la sospecha de que dicho mercado, o bien cuenta con algún tipo de respaldo oficial o bien el crimen organizado ha llegado a las figuritas. ¿De qué otra forma podrían tener varias de las que nadie tiene? Nadie contesta.

Los niños quedan en plano secundario. Los adultos tratan de regatear pero no hay chances. Lo mínimo es siete pesos y el máximo depende de la demanda. Se ha visto pagar hasta 50 pesos por unidad. Con menos orgullo que cuando juntaban las propias y llegaban a casa a pegar las conseguidas después de mucho jugar en la escuela, ahora los niños grandes retornan con la sensación de haber contribuido al mercado negro, de fomentar la desaparición del juego y la irracionalidad del consumo, pero sin duda que también con la del deber cumplido.