UNO: El domingo, un día después del primer no-partido. Me llega al celular una foto de la cara de Pablo Pérez. Tiene una manchita blanca en el ojo izquierdo. Me había imaginado su ojo amplificado en la tapa de los diarios; expertos opinando, la gente comentando abajo “para mí que la córnea...”. Hago zoom: la manchita blanca es el negro de Whatsapp. Lo tengo merecido porque me había prometido no mirar nada más sobre este tema. Estoy justamente en el hospital Otamendi, porque mi viejo anda jodido, y aun así no logro tener la perspectiva como para despegarme de todo este asunto. Afuera están los periodistas haciendo guardia. En los pasillos se comenta que a Pablo Pérez lo trajeron acá porque uno de los directores es amigo de Angelici. Si comprueban que la recuperación llevaría más tiempo que el plazo en el que se podría jugar el partido, hay más posibilidades de que le den los puntos a Boca, dicen; es el mismo modus operandi que usó River con el gas pimienta. Pero ¿qué fue lo que pasó?, pregunta una señora de pelo corto dorado. Los jugadores de Boca estaban yendo a jugar un partido de fútbol, y unos hinchas del otro equipo apedrearon el micro y rompieron las ventanas, y una esquirla de vidrio entró en un ojo de Pablo Pérez. Entonces, lo que hay que ver ahora es qué tanto daño hizo la esquirla en el ojo. ¿Y lo de River? Eso fue hace tres años. Los jugadores de River estaban por entrar a jugar el segundo tiempo de un partido de fútbol y un hincha del otro equipo les tiró gas pimienta en la cara.
DOS: Un River-Boca. No me acuerdo bien el año, pero se jugaba con público visitante y estoy casi seguro de que Alphonse Tchamí hizo un gol. La voz del estadio leyó una proclama para que vuelva la familia al fútbol y por el fin de la violencia. “Aguante la violencia, eh”, gritó uno de atrás. Estábamos en la popular visitante, a un costado. No creo que haya sido un barra. Ni Capusotto y Saborido lo hubieran dicho de manera tan exacta.
Ese fue un caso evidente, y entonces es un episodio más fácil de señalar y repudiar, pero el resto, ¿en serio estamos dispuestos a terminar con la violencia en el fútbol? ¿En serio queremos que las tribunas sean compartidas y que la gente vaya a la cancha como si fuera al teatro? Si una persona antes de un partido importante no duerme de los nervios, y en la cancha grita un gol hasta casi perder el conocimiento, ¿se le puede pedir que no reaccione de forma violenta si las cosas no salen como quiere? Quizá algunos sí, pero, ¿qué porcentaje dirían que se quedaría manso si un hincha rival a su lado grita “ole, ole, ole” porque su equipo está jugando lindo? ¿Se puede ser tan civilizados sin perder esa pasión que siempre decimos que es lo mejor que tenemos? En Inglaterra lo hicieron, dicen siempre como ejemplo. Lo de la tribuna compartida es una exageración, me dice un amigo. No dijo “utopía”, como dicen todos, dijo “exageración”, y es una persona muy precisa con el lenguaje.
TRES: Dicen que los que tiraron las piedras fueron barras de River, en venganza porque el día anterior la policía les había cagado un negocio de reventa de entradas. Dicen que Macri, con un poco de asistencia intelectual, armó un plan para que la policía se metiera con la barra, y entonces la barra tomara venganza con los jugadores, y entonces Boca pudiera pedir los puntos. ¿Pero no queda como un boludo Macri si no puede organizar un partido de fútbol una semana antes del G20? Entonces fue Angelici. Dicen que es amigo del ministro de Seguridad de la Ciudad, al que acaban de echar. Si al ministro responsable de la seguridad lo puso Larreta, influenciado por Macri, influenciado por su consejero Angelici, ¿no tendrían que darle los puntos otra vez a River? O quizá el autor de la trama fue Kevin Spacey, que quedó poseído por el personaje de House of Cards y, con las denuncias de abusos, ahora le cuesta conseguir laburo, y la dirigencia de Boca le prometió un papel en la próxima comedia de Suar y la oportunidad de enamorar a Mauro Zárate o algún otro jugador lampiño a su elección. Ahora circula justamente un video de 2015, en el que Angelici dice que la decisión de la Conmebol de darle los puntos a River habilita a que en el futuro un hincha se disfrace de hincha rival y lastime a sus propios jugadores para ganar. Circulan fotos de la tribuna: una foto de un barra de Boca vestido de River, una foto de la hermana del presidente de la Conmebol vestida de River.
CUATRO: El partido de ida lo vi con un hincha de River. Habíamos ido unos amigos por el fin de semana a una playa cerca de Montevideo. Para la hora del partido sólo quedábamos tres. Pusimos tres sillas blancas de plástico frente al televisor: entre el hincha de River y yo, se ubicó como moderador el dueño de casa, hincha de Miramar Misiones. Era la primera vez que veíamos un clásico con un hincha rival. Durante la espera, comimos los restos del asado de la noche anterior y acordamos que se podían gritar los goles pero con la mirada hacia el frente, o al menos no en la cara del otro. Estábamos mal, físicamente mal, con puntadas en el estómago y en el pecho.
La noche anterior habíamos pensado un guion para el regreso del Panadero: El Panadero quiere resarcir el daño que le causó a Boca en 2015. Entonces se infiltra en la tribuna de River con el objetivo de gasear a los jugadores de Boca cuando salgan al segundo tiempo. Para pasar desapercibido, se implanta otra cara (como hacen Travolta y Nicolas Cage), se implanta la cara de un plateísta de River, la de Ignacio Copani, por ejemplo, y también, para que el personaje sea más creíble, se implanta el vibrato ovino de su voz. El verdadero Copani queda atado en un sótano, sin cara y sin voz, o quizá con la cara y la voz del Panadero. Cuando el Panadero (con la cara y la voz de Copani) sale bajo fianza, va al sótano y vuelve a hacer el cambiazo. Copani sale a la calle y quiere (con su propia cara y voz) decir su verdad, pero ya circulan videos que lo muestran cantando y gaseando, y termina internado en el pabellón psiquiátrico de una cárcel en las afueras de la ciudad donde compone las mejores canciones de su vida y se vuelve un artista de culto.
CINCO: Donofrio dice que no sabe de dónde salieron las entradas que tenía la barra para la reventa ni quién es el jefe de la barra de River. Quizá hicieron la fila y las compraron como cualquier otro hincha, y así, laboriosamente, llegaron a juntar las 300 entradas que tenían para revender, más las que ya habían revendido por diez millones de pesos. Dicen que allanaron el Monumental para probar que las entradas salieron de la dirigencia del club, porque de esa manera River sería culpable y le darían los puntos a Boca. Pero dicen que esa bomba no va a estallar, porque todos los clubes tienen arreglos con la barra, la policía y el gobierno –si no arreglamos correría sangre, dicen, y es probable que sea cierto– y entonces esa bomba no va a estallar porque la mierda salpicaría para todos lados.
Fueron los barras, entonces, quizá también algunos seudobarras. Se escuchan los diagnósticos: los inadaptados de siempre, el noventa y nueve por ciento tiene que pagar por ese puñado de delincuentes; esto no es de River o de Boca, es culpa de los negros, no negros negros, negros de alma, ¿entendés?; este es un país de mierda, no tiene arreglo; hay que hacer como en Inglaterra, o como en Chile, andá a joder con un carabinero.
Y el resto de los hinchas, ¿no tenemos nada que ver? Es cierto, la mayoría no le tiraría una pierda a un micro, pero ¿alcanza con eso? ¿La construcción del modelo de hincha no es algo bastante más colectivo?
SEIS: Con la Selección se hace evidente la paradoja. Todos pedimos un hincha familiero y pacífico, pero cuando lo vemos personificado en el hincha de la selección, el futbolero promedio piensa que es un pelotudo: la familia con la vuvuzela y los hijos con las manitos inflables como los yanquis; son unos ñoños, no es el verdadero hincha, y cantan mariconadas como vamos vamos argentina, o mandarina mandarina, por eso la cancha es fría cuando juega la selección; parecen los españoles, que comen jamón crudo en las tribunas y cuando están enojados tiran las almohadillas de sus butacas, o los centroamericanos, que cantan sí se puede, no sienten el fútbol como acá.
Lo que pasa es que son lindas las banderas, y las sombrillas y los bombos, y cuando suenan las trompetas, y las bengalas son estéticamente deslumbrantes (esas bengalas que la madre había adherido al niño iban a ser estéticamente deslumbrantes), en el fútbol o en el rock, porque en el rock también somos el mejor público del mundo, lo dicen todas las bandas; y los cantitos del ascenso son los más ingeniosos, quiero tomar la de Olmedo / la que toma Maradona / la que toma Carlos Menem / la que pega voladora con el ritmo de “Tengo un tractor amarillo”, y que tu hinchada aliente sin parar durante todo el partido, y preguntale a los ingleses cómo pegan los bosteros. ¿Estamos dispuestos a perder todo eso?
Bueno, encontremos un punto medio. Público de los dos equipos, en tribunas separadas. Que haya folclore pero con códigos. El límite es no poner en riesgo la salud del otro. Por ejemplo: tirar maíz, sí; tirar piedras, no. Como antes, a lo sumo se arreglan las cosas a las piñas. Pero entonces habría riesgo para la salud. Bueno, pero sólo un poquito. ¿Y con los cantitos? Bueno, ahí hay que tener en cuenta el uso de la metáfora. Si se dice “les vamos a romper el culo”, no es literal y tampoco es nada contra los homosexuales, sólo quiere decir que les vamos a ganar por mucho. ¿Y si dicen “les vamos a quemar Floresta”? Ahí es más difícil, creo que esa hay que prohibirla. ¿En serio decís que hay que prohibir “La concha de tu madre All Boys”? Estás matando el fútbol. Bueno, quizá podamos tomar “quemar” como “arrasar deportivamente”. ¿Y cómo hacemos para saber cuáles son metáforas y cuáles simples amenazas? Bueno, hay que saber interpretar: es como en la Biblia, lo de la manzana o la ballena creo que son metáforas, cuando habla una serpiente seguro que es una metáfora, pero ¿lo de caminar sobre el agua, y lo del embarazo mágico, y lo del tipo que se muere y resucita?
SIETE: En las cadenas uruguayas de Whatsapp está circulando un video. La historia es parte de un documental y la cuentan por partes varios ex jugadores de Peñarol: estaban en el ómnibus de camino al estadio para jugar el clásico con Nacional. Unas cuadras antes de llegar, unos hinchas de Nacional les empezaron a tirar piedras. Entonces le dijeron al chofer que parara, se bajaron y corrieron a los hinchas de Nacional varias cuadras. Después entraron a la cancha con la adrenalina a mil y dieron vuelta un partido para terminar ganando 4 a 3. A veces hay que meter adentro y afuera, concluye uno. Suena música épica de fondo.
OCHO: El partido de vuelta no lo iba a ver con mi amigo de River, porque tampoco la pavada. A las seis de la tarde cruzamos unos mensajes: ¿Vamos a fumar uno a la rambla mientras se deciden? Pero cada uno se quedó en su casa, haciendo zaping entre los cinco o seis canales que mostraban el minuto a minuto. El domingo viajé de urgencia para Buenos Aires, pero ya sospechaba que el partido no se iba a jugar. Y acá estoy, en el hospital, y cuando mi viejo se duerme me pongo a mirar las novedades en el celular. Quiero creer que es un mecanismo de defensa, una distracción para no pensar en lo que de veras importa, pero quizá sólo sea estupidez, pura y dura estupidez.
Dicen que el partido se va a jugar en Asunción o en Arabia. La Conmebol necesita salvar el negocio. Dicen que Boca ahora no lo quiere jugar. Ahora Angelici va por escritorio y Donofrio dice que los partidos se ganan en la cancha. Los dos dicen lo contrario a lo que habían dicho tres años antes (y en el caso de Angelici, un día antes) simplemente porque ahora les conviene. Sofismo y ventajita. Pero no es lo mismo un caso y el otro. En el fondo sí: hay un jugador que no puede jugar por una agresión de hinchas rivales. Sí, pero lo otro fue adentro de la cancha y con el partido empezado. Pero el artículo 18 dice que los clubes son responsables de lo que pasa en las inmediaciones de la cancha. ¿Hasta dónde llegan las inmediaciones? Ha sido un gran año para los abogados de fútbol. Los abogados viven de palabras ambiguas como “inmediaciones”.
NUEVE: Hoy, lunes, circula una foto de Román y el Chelo Delgado: se juntaron para los dieciocho años de la final con Real Madrid. ¿Qué hubiera hecho Román en este caso? Es imposible saber. La figura que tengo de Román, cada vez más idealizada, hubiera dicho que se tenía que ir a su casa porque su hijo estaba preocupado por su salud y eso era lo más importante, y a la semana jugaba y la descosía. Es increíble que ya hayan pasado dieciocho años de la final con Real Madrid. En ese momento se cantaba vamo a traer la copa a la Argentina / la copa que perdieron las gallinas. Eso es folclore. Y también se cantaba La copa Libertadores es mi obsesión / tenés que dejar el alma y el corazón. Lo de “obsesión” puede ser literal, pero está claro que “alma” y “corazón” son metáforas. “Alma” no es otra cosa que una metáfora; eso está claro como en el caso de la serpiente que habla. “Partido de vida o muerte” también es metáfora, por supuesto. A ver a ver los jugadores si pueden oír / con la camiseta de X / ganar o morir. Ahí suena bastante literal, una amenaza, no sé si de muerte, pero no diría que es una metáfora. Matarles el tercero es decididamente literal, porque ya habían matado a dos antes, pero supongo que la mayoría de las personas que cantan eso no quiere realmente matar a una persona. “La final del mundo”, como la titularon algunos medios, puede ser una metáfora, pero más que nada es una bobada, porque es justamente un partido para poder acceder a la final del mundo, y ahora ni siquiera eso, porque antes hay que jugar con un equipo de Arabia o Corea, por ejemplo.
Ese partido con Real Madrid sí fue la final del mundo y fue la gloria, más aun si se lo compara con toda esta bufonería de ahora. Hubo diez mil hinchas de Boca en Japón. Antes del partido bajamos la bandera más grande del mundo. ¿Y cómo llegó esa bandera hasta ahí? ¿Qué serie de acuerdos se tuvieron que dar para que esa bandera hermosa llegara hasta ahí? Eso no importa, y los ponjas, que son buenos para la tecnología pero para el fútbol son unos giles, miraban la bandera y a la gente cantando y no lo podían creer.
DIEZ: Un amigo uruguayo subió a Facebook un editorial de Liberman. Puso “pasta base” como descripción, porque eso significa “paco” en uruguayo, y para muchos uruguayos se ha vuelto una adicción morbosa mirar Fox Sports y cosas similares cuando en Argentina hay quilombo en el fútbol. No miré el video. Todo este asunto ya me tiene podrido. Incluso las notas inteligentes que leí sobre el tema me tienen podrido. Y, sin embargo, sale Angelici a decir que Boca no va a jugar de ninguna manera porque el hincha así lo quiere, y siento la necesidad de escribir toda esta mierda y de decir que eso no es cierto. Supongamos que la Conmebol decrete que Boca es campeón sin jugar. Por más que sea más o menos parecido a lo de 2015, y que Donofrio sea un caballero cínico, y que la Conmebol sea corrupta, y los abogados de Boca demuestren que la palabra “inmediaciones” se aplica a este caso, ¿qué hincha con un mínimo de orgullo puede festejar esa copa?
ONCE: De las cosas que no son importantes, el fútbol es la que más importa. ¿Quién dijo eso? ¿Fue Valdano o Fontanarrosa? Mi viejo, al que por suerte ya dieron de alta, no es de dar muchos consejos, y tampoco, por supuesto, le hice mucho caso a los que sí da. Pero una vez me dijo que para saber si un problema es realmente importante tenés que tratar de pensar si en uno o dos años va a seguir siendo un problema. Y entonces, ¿qué hay que hacer con el fútbol? Para el problema de fondo hace falta educación y oportunidades. De acuerdo, ¿y mientras tanto? No tengo idea, pero algo diferente a lo que se viene haciendo. ¿Y qué hay que hacer con esta final? Mi ideal es que se juegue en la cancha de River y con público, que entren los dos equipos juntos a la cancha en un micro de piso doble cantando una de Alejandro Lerner, y que después entren de la mano al campo de juego, y que en el partido se saquen chispas, metafóricamente, y que gane Boca con gol de Wanchope, y que los jugadores salgan de la cancha de la misma manera en la que entraron. Y si no, que la dejen vacante. Que perdamos todos por una vez, y después ya veremos qué pasa.
¿En serio se va a jugar en el Bernabéu? De todas formas, cuando publique esto el destino de la segunda final seguramente ya sea noticia vieja. El resto del problema sigue siendo actualidad.
Manuel Soriano es el escritor ganador del premio Clarín de novela 2016.