Había un técnico que me decía que si dividimos el día en partes de ocho horas, y una de ellas la usamos para dormir, la otra para estudiar y la otra para el fútbol, con las variables transporte e imprevistos incluida, podíamos alcanzar la ecuación donde el fútbol y el estudio son compatibles. En el caso de esta familia, el estudio, además, parece ser una forma de vivir, de ver el mundo. Cada uno en su ciencia u oficio, ejerciendo o estudiando, y un faro con luz de padres y olorcito a comida casera que son el combustible diario para una juventud certera. Por la perimetral de Colón a Carrasco a entrenar con el Albion. Vuelta a casa, la familia a la mesa, cambiar vestiduras e instrumentos y salir para el consultorio, a las tan temidas turbinas, a la artesanía orfebre de la sonrisa. Hay quienes nos demuestran que estudiar y jugar no es tan sólo un slogan, un panfleto incongruente. Son urgencias de ayer para abordar cada mañana.
Cuando arrancar las muelas no significa un codazo en un córner, ahí está el Coco Viotti. Para demostrarnos que hay algo en común entre un caño y un tratamiento de conducto: a ambos los puede hacer la misma persona, aunque juegue de zaguero.