Pasan los días y se repite: “Papá, quiero leer el álbum”. Acostumbrado a que me pida Flicts, El lapicito verde o Camilón, comilón, es un desafío interesante poder colocarse en plan lectura ante el álbum del Mundial. Convengamos que no tiene una estructura narrativa muy amplia ni particularmente tentadora. La mayor cantidad de caracteres juntos está al principio y al final, donde te quieren vender el álbum digital, la aplicación del álbum, el merchandising de Rusia 2018 o la forma de conseguir todas las figuritas pagando no sé cuánto. Gracias al dios del sentido lúdico, esas páginas le interesan menos que cero. En definitiva, el pedido inicial no me extraña. Mi madre y mi padre me han dicho mil veces que aprendí a leer y escribir con el álbum del Mundial de 1990. En ese junio tenía cuatro años y cuatro meses y, más allá de la información que absorbía en el jardín y en los libros, aparentemente el álbum de Italia me ayudó a decodificar lo simbólico y a ponerlo en práctica. Seguramente ayudara el tiempo que estaba en casa, en comparación con el que estaba en el jardín durante aquel invierno. La cuestión es que, además de llenar el álbum (era más fácil: los sobres estaban numerados), aprendí los nombres de los países, los nombres de las ciudades italianas y sus estadios, los nombres de cada jugador, y llené las casillas de cada página con los resultados de los partidos. Aún guardo el álbum. Era más lindo, más sobrio, con mucha menos parafernalia capitalista, aunque tenía un detalle un tanto discriminatorio, ya que las tres selecciones más débiles venían en figuritas dobles (en una figurita, dos jugadores): Egipto, Corea del Sur y Emiratos Árabes Unidos.
Él es un poco más chico. Este junio va a cumplir tres años y ocho meses, pero transita un recorrido similar, aunque con un repertorio muy peculiar, autónomo, de aquel que se inventa un código para comprender y que comprendan los más cercanos. Y dejala ahí, que ahí está bien. A partir de recordar los nombres de los países (a Croacia le dice “Acrobacia” y ni en pedo lo corrijo) según bandera o color de camiseta, el inicio de la dinámica de pegado de cada figurita consiste en reconocer la nacionalidad del implicado, ir a la página pertinente y revisar si ya está o falta. Las figuritas repetidas son “equivocadas” o, más gráfico aun, “de cabezas iguales”. En caso de que no sea una cabeza igual, mira el número detrás de la figurita, busca el espacio en blanco donde este coincida y la pega. Si al abrir un sobre dice que tal figurita está “más cerca”, es porque su lugar de pegado está en las primeras páginas, como si el inicio del álbum fuese su única entrada posible y su recorrido lógico, de izquierda a derecha. Como un libro, ¿no? Aplicado, el botija. Otro día conocerá Rayuela, aunque ya sabe quién es Julito. No sé cuánta pelota le va a dar a los partidos, pero estimo que no mucha: su interés no va a estar en la pantalla, sino en su lectura. Va a estar construyendo y jugando su propio Mundial y, si hay un gol, le aviso y lo gritamos. Uruguay, nomá.