Dani Alves canta el himno como un buen alumno en la escuela. Los parlantes callan y el barrio canta. Las favelas viajan, en los más insólitos rincones del mundo el partido empieza para todos. Ya no importa Neymar. Brasil es la fiesta a la que nos tienen acostumbrados, un país en colores para una época gris.
Negra. Negra escopeta. La infamia en los dedos de un gobierno. Sin embargo, un sombrero de Coutinho es una joya. El histórico Farfán dice presente con un caño limpio. La sensación térmica es Copa América. Brasil y Perú y el fútbol chorrea. Se hace presente en la historia una vez más como un evento artístico impostergable. El VAR también se hace presente en las protestas. Antes, los ademanes reclamaban por la sensibilidad de los cuervos, ahora exigen una pantalla que es como un seguro de los que se paga en cuotas. El nuevo gesto del rectángulo es hasta punitivo. Quizás en algún momento los corran del todo a los de fosforescente, para que manden las máquinas. Perdió Kasparov, ganó eso que llaman progreso. Sin embargo, el juez desiste, con la mano en la oreja como un cantante de boleros que ajusta la gola, que la sostiene digamos.
El partido está 2-0. El primero, luego del sombrero y el caño, fue de Casemiro casi a prepo sobre la línea. La pelota y cinco jugadores al menos atravesaron la línea del mejor cal. El segundo tras una carambola entre el arquero, la pelota, el arquero, el nueve y la calidad. Firmino, de gran partido fue el encargado. Advíncula, sin embargo, tiró un caño en área incaica de salida, casi una oda a eso que algunos llaman agallas, o que vinculan con las partes, como si de ahí surgiera el valor y no del alma. El tercero es de Éverton desde afuera y contra el palo. Perú no merece, el fútbol sí. Lo de Gabriel Jesus es exquisito. En la tribuna una mezcla alegre de feligreses anónimos. Guerrero, sin embargo, como un faro distinguido. En el banco el Tigre Gareca, el uruguayo Santín y la leyenda Solano, dialogan entre mil experiencias. Arthur se adueña del eje del primer tiempo.
El estado anímico de un arquero desbordado será fundamental para el complemento. Pero de arranque Dani Alves y Arthur, como baixinhos por un costado, un último toque habilitando y el histórico lateral, que habló de La Bombonera como un templo cuando fue a misa hace unos meses, se encontró con la gloria repentina del gol. La renovación de las fantasías. El profesionalismo de Perú intacto, impenetrable. La dignidad del barrio. El aplauso del prójimo hasta en las peores. La nebulosa de la derrota exige una paciencia sabia.
Brasil como siempre, esas cositas del humo, esa cornisa de los códigos que algunos llaman pizarra. Tite, sin embargo, hasta en la gula compenetrado. Otra escuela. Los cracks peruanos no deben nada. Perú asumió la derrota. Willian asumió la casaquilla verdeamarela número 10. Vaya tupé. Advíncula pegó un hachazo sobre los 80 como para llevarse algo, pero una amarilla fue acorde. El árbitro argentino puso límites sobre el final que siempre es agridulce. Todo parecía indicar que Brasil 4, Peru 0, el opio fundamentado de un pueblo en llamas. Lula livre, ya que estamos. Pero Willian hizo honor a su percal y puso el quinto. Sobre los descuentos, un penal que hasta en la pantalla pareció un fantoche, fue la chance para Gabriel Jesus del sexto. La oportunidad para Gallese, el arquero incaico, de un atisbo de revancha.