La cancha te moldea. La personalidad de la hinchada se contagia. Unos pibitos aprenden a putear en el alambre. Una gurisa con la 10 y la franja, de nombre Aurora también impreso en la casaca, se cuelga del brazo de un padre paciente que le indica que en la cancha se juega por abajo. “Vamos, chiquilines, que queremos gritar un gol”, vocifera una señora rubia a mi izquierda. Más allá, Hugo con su gorro amarillento del 88, César y Saturnino, y otro veterano que ocupa el lugar que ocupé hace un par de crónicas. Pienso si no soy yo mismo en 40 años.

“Ojo, Carlitos”, le avisa la veterana de cabellera rubia de peluquería a Carlos Grossmüller, que la amasa contra la raya del área buscando aquello que no llega. En la tribuna de la palmera, unos escasos hinchas. Ni siquiera la bandera aquella, la típica del Boston. Apenas imagino padres y allegados. Siempre algún sempiterno.

Danubio, por abajo, con Grossmüller de manija. Pablo Siles progresando en la cancha con precisión. En una gran jugada por el piso, el mismo Siles estrella la pelota contra el palo. Mucho juego y pocas nueces, y el primer tiempo termina con un 0-0 cerrado.

Amanda en su mundo infantil, los viejitos divinos comentaristas. A Valdez le gritan algo del oxígeno, pero adentro el hombre todavía llega al piso cortando contra los costados. El de los panchos acota que eran mejores los tarros de mostaza de antes mientras con el instrumento escupe la salsa sobre el embutido. En eso, empieza el segundo tiempo. En una de las primeras jugadas, los locales pidieron penal, pero el árbitro lo desestimó. Las protestas fueron para el línea, que la tenía de frente. Casi enseguida, una jugada por el mismo costado terminó con la expulsión de Bryam Acosta, tras una infracción y otra protesta. La hinchada se fue sobre el alambrado. Danubio, sin embargo, fue al frente con uno de menos. Primero tuvo una que por poco no fue gol, y después la que concretó el Cacique Santiago Paiva. “¡Vamos que se da la lógica!”, asegura un fervoroso. “Es la lógica”, sostiene. La Universidad del Fútbol es más con menos.

Amanda se queda tranquila con el gol y descansa en los brazos del padre, que no festeja como el resto la roja a Diego Gurri, del Boston, que emparejó el número de hombres en la cancha. El ingreso de Denis Olivera le pone vértigo a las cosas. Boston River no claudica en la forma pero carece de claridad. La salida, con Pablo Álvarez, parece siempre una opción, y por ahí son los acercamientos. Por eso Gastón Machado, con inteligencia, da ingreso a Robert Flores y abre canales quietos. Los hinchas de Danubio alientan con apodos de entrecasa. Afuera, el 110 calienta los motores y espera el pitido del final. Adentro, Danubio quiere liquidarlo. El Boston se sabe superado pero tiene herramientas. Federico Cristóforo se encarga de apagar cualquier intento, y desde el fondo hasta el desborde por la punta, Sergio Felipe.

Cae la helada del otoño sobre el estadio de nombre María. Adentro se da la lógica leída por el hincha. A Amanda, casi dormida, la besan en la frente. Danubio pasa raya y recibe los aplausos de la platea cuando entra al túnel. El Boston con otra cara y los árbitros, chivos expiatorios para llover silbidos. En las escaleras se habla de pares e impares para el Intermedio.