Gerardo Alcoba debutó en la primera división del Wanderers, donde fue criado, y al poco tiempo fue pretendido por varios equipos. Peñarol y la selección fueron destinos. El oscurantismo de un dopaje injusto, también. Todo fue a parar a la mochila cerca de los botines. Persiguió la ambición, pasó de pantalla, alcanzó la estabilidad que le permitió volver a disfrutar de la pelota, aunque ya no sepa hasta cuándo. En Wanderers encontró asidero para una forma madura. Tal como el lugar que encontró siendo un gurí, como con los que ahora se cruza todas las mañanas. Encuentra en los gestos de ellos sus mismas viejas ansiedades, aprende, se brinda. Dice que es lo más parecido a ganar. Porque descendió, fue campeón, le fue bien y le fue mal, pero el lunes, el lunes todo seguía estando igual. Gerardo Alcoba volvió a Wanderers, un montón de años después. Una vida entera después. Hay cosas bellas que siguen siendo las mismas, hay otros conservadores que también siguen siendo parte. Alcoba habló del hastío, del dolor que conlleva perseguir la zanahoria ambiciosa del dinero y de la gloria. De fútbol también habló, hasta de vivir sin él.
¿Cómo fue la vuelta a Uruguay después de tantos años y en este contexto de pandemia?
En la pandemia me sentí cómodo no siendo futbolista. Planificar el día de otra manera. Encima, cuando voy al fútbol me decepciono, hay injusticias, sobre todo es muy deshonesto. En la competencia misma, compañeros que pierden la honestidad por un puesto el fin de semana, o en las pequeñas cosas, discutiendo si se le fue la pelota afuera a uno o se le fue al otro; la honestidad es uno de los valores más importantes. Volví a Uruguay y en muchos aspectos seguimos en la de siempre, jodiendo a los gurises, teniendo pensamientos homofóbicos, ese tipo de cosas que pensé que podíamos haber cambiado. Yo al fútbol lo tomo como algo social, no sólo como un deporte o como un trabajo. Entonces, entiendo que es parte de, es como si estuviera en un almacén trabajando y escuchara un comentario homofóbico, por poner un ejemplo, pero a mí me duele. Entonces doy mi parecer y trato de respetar lo que piensan los demás, aunque no pueda creer o no entienda que eso todavía suceda. Lo mismo con hablar de política, yo tengo un pensamiento formado, y me desilusiono, incluso con temas que luchamos nosotros, de derechos humanos, que antes no se levantaba la voz y que ahora parece que otra vez se dejaron de hablar.
¿Estás cansado del fútbol?
He tenido muchos problemas en el fútbol por tratar de ser honesto. He dicho en finales que sí había sido penal cuando todos mis compañeros estaban discutiendo que no. Me pasó acá en Uruguay, le hago un penal al Morro [Santiago García] indiscutible en un clásico, y cuando el árbitro me miró le acepté que había sido. Cuando llegué a casa me sentí mal, pero después la vida me demostró que estuve bien. Dormí tranquilo a pesar del dolor de la derrota. El fútbol me tiene bastante agobiado, el único lugar donde puedo seguir con ganas es Wanderers. Pero, cuando me vaya, quiero irme del fútbol para siempre. Por eso sigo jugando, para no irme antes de tiempo. Trato de hacer lo que siento, más que lo correcto. Porque lo correcto debe ser seguir detrás del dinero y todo lo que va de la mano con la ambición. Yo ya fui en busca de ese conejo llamado ambición. No tengo una súper vida como para seguir detrás de eso. Estuve diez años afuera, ahora quiero sentarme acá en Montevideo, cerca de mi familia, con mis perros. Cuando a mi viejo le dio un ACV le dije al médico con un tono medio de soberbia, inmerso en esa burbuja, que tenía los recursos para llevar a mi papá a donde fuera. El médico me dijo que estábamos en manos del destino. Entonces, lo más valioso era eso, estar ahí con mi viejo. Ahí entendí que no tengo que gastar mi tiempo para comprar dinero, sino usar el dinero para comprar tiempo, para tomar estas decisiones y no depender de nada. En Wanderers me comprometí a estar un año y medio, pero no sé si voy a estar ese tiempo, voy a estar menos o voy a estar más. Porque ningún equipo merece tener a un jugador sin fuerzas.
¿Se pueden hacer cosas adentro del vestuario para transformar esa realidad?
No está bien la de cortarle el pelo a los que debutan en primera, eso es imponer. Como tener que hacerle el mate al más grande. Se puede, sí, y por suerte las generaciones más chicas vienen con otras herramientas. Mi esposa tiene dos hijos: cuando yo conocí a Matilde y a Pedro tenían seis y cuatro, años hoy tienen 16 y 14, y manejan otra información. Te preguntan si tenés pareja, no si tenés novio o novia; tienen otras herramientas. Hay mucha contaminación pero también hay cosas muy buenas, que nosotros no teníamos; fuimos criados de otra forma. Mi mayor satisfacción, entonces, no es salir campeón ni ganar el fin de semana, porque no es eso para mí el fútbol y la vida. Por eso no quiero ganar como sea. Lo que me hace feliz es que un gurí te agradezca, o aprender algo de él. Yo fui campeón, descendí, y me fue re mal. Y todo tiene el mismo sabor el lunes. Salí campeón, descendí, fui el peor de la cancha, y el lunes todo seguía igual.
¿Sentís en el otro lo que de repente te pasó algún día?
Me duele cuando un jugador de Peñarol o de Nacional se equivoca, porque prendo la radio y lo van a matar toda la semana. Y ese pibe que se equivocó no es feliz. Y no es feliz por un deporte. ¿Es justa la vida de un deportista si no sos feliz con tu destino jugando a la pelota? ¿Cuántos jugadores son felices realmente jugando a la pelota? Genuino, ¿vos sos feliz el domingo jugando a la pelota? Yo fui a jugar con Tigre una final histórica con Boca y no sabía bien qué estaba haciendo ahí. Es un laburo donde lo único que importa es la plata y la gloria, y hay un montón de cosas que me llenaron mucho más. “Estás jugando con la comida de mis hijos”, “esto es por plata”, esas frases me atormentaron, así fui creando un tipo agresivo, distante. Después me di cuenta de que nunca me hizo feliz ser campeón, ni me sentí triste cuando me fue mal. Aprendí de tipos que me decían “tranquilo, no pasa nada”, como Líber Vespa. Fue uno de los que me enseñó que el fútbol no es la vida o la muerte; el Tony [Antonio] Pacheco. Tuve grandes compañeros. En México jugué en un equipo como Santos Laguna, donde el lema es “Ganar sirviendo”. A los tres días de llegar al club tuve que cumplir una tarea social, tuve que ir a un comedor. A los diez minutos me di cuenta de que esa era la vida de verdad. El capitán del equipo barre un hospital y el dueño también. No hay jerarquías en lo social.
¿Esa final con Tigre significó un punto de inflexión?
Sí, ha habido varios. Los últimos años que jugué en México me venía pasando. Y estaba en lugares fantásticos. Nunca había sentido eso, no era tan feliz en la competencia. Sí era feliz en la semana, pero no tanto en la competencia, pero claro, igual jugaba. A veces entraba esperando que terminara el partido, la alta competencia es así. Nunca me pasó de ir a un partido pensando “qué hermoso que está para jugar hoy”. En Tigre sí pude vivir, a pesar de lo que te decía de la final, ese disfrute, y ahora vengo a buscarlo acá. Cuando sos chico tenés que hacer plata, cuando tenés 25 tenés que hacer algo para mantenerte, y siempre estás con esa tensión. Los pibes de hoy de 20 años se acuestan pensando en el pase, y a todos nos criaron así. Yo empecé a disfrutar del fútbol cuando generé una estabilidad económica, porque viví atrás de esa lucha. Ahora no quiero más, tengo más de lo que necesito para ser feliz.
¿Y cómo termina el que no logra esa estabilidad económica?
No se quedan con lo bueno, porque perdieron años de vida, de estudio, de familia. Después decís, ¿valió la pena? A mí sí me valió la pena, y no soy millonario, pero pude comprar tiempo. Un jugador como yo, del montón, muchas veces tiene que ser deshonesto, sacar ventaja; yo de lo que me quejo muchas veces lo hice. En Tigre lo que pasó fue que jugábamos muy bien al fútbol, yo me sentí parte de ese cambio, y el argentino tiene algo muy especial con el uruguayo. Peleamos el descenso, descendimos y salimos campeones a la vez. En México era un teatro, 100.000 personas en el Azteca se siente mucho menos que la cancha de Tigre. Por la forma. Para trabajar está buenísimo México, para disfrutar, Argentina.
El partido con Rentistas para mí fue muy importante. Volver genera millones de cosas que te hacen mantener vivo, pero también te va cansando. Me ha ido mal muchas más veces de las que me ha ido bien. No tengo vergüenza en decir que me equivoqué, pero antes, cuando era más chico, era distinto. Me voy a equivocar mil veces más, y nos vamos a equivocar mil veces más, como les digo a los gurises de Wanderers. Uruguay es el outlet del fútbol mundial. Compran barato y se llevan tremendos jugadores, cualquiera de los jugadores con los que entreno todos los días puede jugar en cualquiera de las ligas que jugué yo, pero lo mental es lo que te regula todo lo demás, y es lo que marca la diferencia. En Wanderers hay tres zagueros que son mejores que yo; de repente, la diferencia está en la jerarquía, que para mí es resolver de la mejor manera en situaciones límites, y eso te lo puede dar la experiencia, pero también lo pueden tener gurises de 20 años.
¿Es difícil ser apuntado como futbolista?
Yo trato de hacer cosas que no impliquen ser futbolista, donde no te pregunten por el fútbol y puedas hablar de cualquier cosa. Hay una evolución divina del fútbol moderno que me encanta, pero todos son técnicos, y el puesto más difícil es el de técnico. Cuando hablaron mal de mí era porque algo mal estaba haciendo. Supe ser el peor de toda la clase. Me arrepiento de haber sido así, me veo en actitudes que tuve y me da vergüenza. Me llevaba el mundo por delante, la vida me ayudó en eso. Con el famoso doping, me pasó algo así, ni Mathías Corujo ni yo habíamos consumido nada. Pero yo tenía la chapa de desprolijo, andaba en lugares donde no tenía que estar jugando en un grande del fútbol uruguayo. Demoré años en tener mi primer premio por querer hacer las cosas bien. Empecé de casi estar vendido a Europa a golpear puertas para ir a Perú, fui a Colón de Santa Fe porque se lesionó el último zaguero. Ahí empecé a construir de a poquito, iba generando una personalidad, bajando mil cambios. A todo eso sumale la carrera del dinero, de la gloria, viviendo solo toda la vida. Llegué a Liga de Quito estabilizado desde lo anímico, desde lo físico, desde lo mental. Cuando me compraron en México yo lloraba en el apartamento, porque era el premio de tantos años. Por eso me emociona hablar con los gurises, les veo la cara y me veo a mí. Quiero saber qué piensan, en qué están esas cabezas, con quién viven, quiénes son los padres, cuáles son sus anhelos, qué cosas los emocionan. En Wanderers hay de esos gurises que te sorprenden; lamentablemente, llega el fin de semana y lo único que importa es ganar. Pero yo te lo digo porque estoy dejando mi carrera, cuando no podía pagar la luz te decía otra cosa. Ganar es lo que menos me gusta de este deporte. Pero es necesario para ganar dinero, renovaciones de contrato. Cuando alguien es deshonesto en la cancha, por una pelota afuera o por una falta, a la siguiente jugada la pelota le vuelve al otro equipo. La pelota siempre vuelve.