El coronavirus, con todas sus implicancias y daños colaterales, el teletrabajo y la redistribución de los tiempos de ocio y conexión, me llevó a ver los seis episodios de la serie de Netflix The English Game (Un juego de caballeros). No precisé ver más de 20 minutos –la primera escena de un tramo de partido, y la irrupción sobre el césped del escocés Fergus Suter– para notar la inocultable e insoslayable conexión de la serie con el guion de la vida real que se escribió en Uruguay, cuando junto con los argentinos nos apropiamos, desarrollamos y elevamos aquel juego que se había transformado en deporte de competencia y, por último, devendría negocio.
La productora Netflix la presentó como el desarrollo de la vida de dos futbolistas del siglo XIX, de clases sociales muy dispares, y cómo afrontan conflictos profesionales y personales con un fin: cambiar este deporte e Inglaterra para siempre. Más allá de la importancia de la divulgación global, y necesaria, de algunos hitos fundamentales en la creación y maduración de uno de los más maravillosos juegos colectivos de la humanidad, la serie, con sus aciertos y errores (muchos, en la mayoría de los casos, secundarios), conecta, seguramente sin que sus autores sean conscientes de ello, con el Río de la Plata y la conjunción de destrezas populares aprendidas, que sirvieron de enorme plataforma de lanzamiento para que el fútbol no sólo fuera un juego más en el mundo, sino para que tomara el cuerpo y el desarrollo que lo hizo uno de los mayores espectáculos de la historia contemporánea.
¡Qué trabajo jugar!
Uno de los dos futbolistas que presenta la serie es el escocés Fergus Suter, que salió de Glasgow, Escocia, donde jugaba en Partick, para pasar a jugar en Inglaterra. En 1878, con su equipo escocés, fue a jugar frente a Darwen y a Blackburn, en el norte de Inglaterra, próximas al sur de Escocia, y lo captaron para que se quedara a jugar allí. Hizo como que iba a trabajar, pero rápidamente se reveló que cobraba para jugar. La historia de Suter dice que pronto pasó a uno de los dos equipos de Blackburn, el Rovers, con el que siguió la secuencia de clubes de obreros que les pudieron ganar a los equipos de los señores, creadores de la Football Association, la histórica Copa FA.
Pero no es por eso que se conecta con nosotros (en Uruguay el profesionalismo en el fútbol recién se desarrolló legalmente en 1932), sino por su condición de maestro de la escuela escocesa que modificó la matriz de aquel juego. Así como Suter cambió el juego en Inglaterra, otro escocés, John Harley, cambió rotundamente el juego en Uruguay y fue el padre del llamado fútbol del 12, que definitivamente elevó y proyectó al fútbol uruguayo a los mayores niveles de la historia. Los uruguayos fuimos, tal vez de la mano –o del pie– de un escocés llamado John Harley, quienes cambiamos el fútbol, que por aquel entonces tenía el único molde del pelotazo inglés, que antes había sido montonera. El fútbol del 12 –así se llamó el capítulo que escribió el doctor César L Gallardo– matrizó el pase corto y la picardía de la mentirosa gambeta, y le otorgó años de reinado absoluto al fútbol del Río de la Plata.
Paʼ delante como un tren
¿Cómo lo hizo aquel escocés? ¿Cómo cayó por estos lares? Casi idéntico a Fergus, en su llegada y en su revolución. Resulta que Harley estaba en Buenos Aires, trabajando en los ferrocarriles y jugando para Ferro Carril Oeste. En 1908, Peñarol, que por ese entonces era aún el CURCC, fue a Caballito a jugar un amistoso contra Ferro. El Maestro José Piendibene quedó asombrado de los movimientos del centerhalf verdolaga y pensó que teniéndolo en su cuadro podrían jugar mejor aún. Hizo que las compañías ferrocarrileras se conectasen y lo trasladaran, y Harley llegó a Uruguay en 1909. Al igual que su coterráneo Suter, Harley, 20 años después, cambió el juego y la forma de estar en la cancha con su estilo de reparto del juego con pelota al ras y distribuyendo por toda la cancha.
Contaba Gallardo, un contemporáneo de aquellas épocas mágicas, en la mítica serie 100 años de fútbol, publicada entre 1969 y 1970, que a partir de Harley nació el verdadero fútbol uruguayo. En su fascículo 3, titulado “El fútbol del 12”, Gallardo cuenta que “lo fundamental del cambio aportado tiene que ver con la transformación total operada en las normas de juego, en el cambio del estilo y en el abandono del padrón inglés, enseñoreado de los campos del Plata, para dar paso a la escuela escocesa de la que provenía el centro, al que de Ferro Carril Oeste argentino, siempre el mismo origen ferrocarrilero, pasó a Peñarol, según se cuenta, a pedido expreso de José Piendibene, que había advertido jugando contra él el amplio panorama que se insinuaba”.
Y sigue: “Por eso mismo, cuando se habla de escuela o táctica uruguaya debe recordarse el punto de partida, y la ineludible ascendencia impuesta por Harley para encontrar el vínculo hereditario y para explicarnos el señorío que el pase corto imprimió en el fútbol de Uruguay hasta llevarlo a las más altas cimas alcanzadas por el deporte en el mundo. Claro está que Harley necesitaba intérpretes que asimilaran lo que era entonces una nueva orientación técnica y táctica del juego, sin los cuales es factible suponer que los esfuerzos del gran escocés se hubiera estrellado en el vacío; fundamentalmente el impulso revolucionario iba a afectar la norma clásica de los avances, sustituyendo el engarce de las alas con la relativa prescindencia del eje del quinteto, por la acción centralizada de los tres interiores”.
Passing game
La maravillosa obra de Aldo Mazzucchelli Del ferrocarril al tango. El estilo del fútbol uruguayo 1891-1930 dedica tiempo, páginas y pensamiento al respecto: “El estilo de los profesionales británicos para 1900 ya sintetiza las dos viejas escuelas escocesa e inglesa, puesto que el profesionalismo las había mezclado. Es por eso que la evolución en el fútbol de las Islas se dio mucho antes de que en el Río de la Plata se empezase a pensar en cualquier estilo propio. Por supuesto, los ingleses adoptaron mucho de la enseñanza escocesa, manteniendo sin embargo su idiosincrasia de buscar un juego más directo, más físico”, dice el autor. Y agrega: “La consecuencia de todo lo anterior es importante: cualquier separación tajante entre un estilo inglés y un estilo escocés estaba parcialmente superada en el fútbol profesional británico antes de que en el Río de la Plata se hablase de un estilo propio. Lo que los rioplatenses veían cuando los equipos de profesionales ingleses llegaban a estas costas era ya una mezcla del passing game escocés y el estilo inglés directo y de pases largos”.
Uruguayo
Harley llegó a Montevideo para jugar unos meses pero, al igual que Suter, que se fue de Escocia a Inglaterra, se quedó para siempre y jugó 22 partidos con la celeste (en realidad con ese color fueron 20, porque jugó dos antes del 15 de agosto de 1910) entre 1909 y 1916. John Harley fue uno de los tutores principales de aquel fútbol que revolucionaría el mundo, y vio su obra tempranamente con la obtención de los títulos de 1924, 1928 y 1930.
El profesor Julio Osaba, en su trabajo Mundo Uruguayo: una épica textual e iconográfica sobre el fútbol (1924-1930). Cuaderno de Historia 14. A romper la red. Miradas sobre fútbol, cultura y sociedad, publicado por la Biblioteca Nacional, escribió que, consultado el escocés Harley sobre los motivos de los triunfos uruguayos, dijo que “los uruguayos han nacido para jugar al football” y los triunfos se basan en “la táctica del pase y la agilidad del juego [...]. La táctica de los uruguayos, actualmente, es invencible, porque ellos poseen la agilidad necesaria y la iniciativa del momento [...]. El juego de los uruguayos es un juego elegante y alegre. Carece de violencia, que para nada se necesita. Se hacen más goals con la habilidad que con la fuerza”.
De película
A pesar de las licencias y los errores, la serie de Netflix es interesante y plantea, además de lo inherente a aquellos primeros años del fútbol y de su inevitable paso al profesionalismo, otro tipo de tensiones que, con el fútbol como vehículo, terminaron achicando mínimamente la brecha entre aquella oligarquía y el pueblo sometido. Cuando un equipo de obreros de pueblo pone en apuros a otro de señorones de Londres, cambia el encuadre del relacionamiento salvaje de la segunda Revolución Industrial.
Es eso la FA Cup, la competencia con el sistema de copa más antiguo del mundo (ese que en Uruguay los clubes no permiten que se haga). El futbol permitió el encuentro-desencuentro de los banqueros aristócratas con los pedreros, y dio lugar a otras victorias, que no son tan significativamente épicas como en la serie pero que han cimentado luchas, esperanzas y utopías.
Por último, y a riesgo de que me corrijan los guionistas y directores explicándome que se trataba de hacerlo así: es imposible que en 1880 los futbolistas gritaran goles como si fuesen Lionel Messi o el Cabecita Jonathan Rodríguez (no sé cómo lo harían, si festejaban, pero no era así; si bien al principio no había travesaño, este se empezó a usar en 1875, así que en los partidos de la serie debería aparecer siempre; ojalá, para cada vez que iban al pasto, tuviesen una pelota tan redondita y tan brillante: ¡imposible!; el Blackburn por el que vamos a terminar hinchando todos (eso sospecho) no es nuestro más o menos conocido Blackburn Rovers, sino el Blackburn Olimpic, equipo que marcó la historia. Otro dato divino que no spoilea nada es que el Olimpic, que no aparece nunca en la serie pero que cambiaría la historia, vestía de celeste.