No fue en julio, como de costumbre. La pandemia aplazó todos los calendarios y el del ciclismo no fue la excepción. El verano europeo tuvo que esperar para empezar a vivir las tres intensas semanas del Tour de Francia. El pelotón, al fin, ya anda en los caminos galos. A partir de este sábado, se mira por la pantalla de ESPN.
La primera etapa es en Niza, límite francés con Italia. Serán 156 kilómetros especialmente llanos, como para empezar a mover las piernas. Sin embargo, más allá de este inicio, este año el Tour tendrá un recorrido bastante montañoso, con ocho etapas durísimas entre los Alpes y los Pirineos, donde cuatro de esas etapas serán con final en alto. Los que se van a extrañar son los cuatro picos históricos de la carrera: Galibier, Alpe d’Huez, Tourmalet y Mont Ventoux. Según los organizadores, habrá otros puertos altos, igual o más intensos –aunque nunca será lo mismo y lo saben–. ¿Acaso da igual jugar en el Maracaná que en Belvedere?
La contrarreloj individual, que suele tener particular incidencia en ciertas ocasiones, esta vez será una especie de cronoescalada –no larga ni plana–. Será en el penúltimo día. Con una carrera planteada así es probable que el Tour de Francia se gane escalando.
Como todo deporte en tiempos de covid-19, hay protocolos. A los deportistas se les realizarán cuatro hisopados, empezando por el inicial antes de la largada. El equipo que tenga dos miembros con coronavirus será descalificado de la carrera. Por eso es importante que cada equipo esté confinado en el hotel de turno y con acceso restringido a las zonas comunes. En cuanto a la caravana, siempre populosa y fanática, se instalarán 60 puestos con alcohol en gel, la distancia entre las personas debe ser de dos metros, no pudiendo tener contacto con los corredores –ni selfies ni autógrafos–, y lo más importante: dos días antes se cerrarán los puertos de subida para cualquier tipo de vehículo.