En el libro como en la vida, Maradona es como un salmo, o como un abracadabra. Una especie de pase mágico que abre un mundo. O que abre el único mundo que tenemos donde juegan los mundos que somos. Micaela Domínguez Prost viene del mundo del cine, donde también habita Maradona, y se planta en el terreno de las letras, donde también habita Maradona. El libro, La mano de Diego, que salió por Editorial Tajante hace algunos días, es un registro del abrir y cerrar de esos mundos dentro de un mundo que a todos y todas nos acontece y que, según la autora, es “inconcebible” sin Maradona. Pero a la vez el libro no explica el porqué de esa magia siquiera. Es que quizás la magia no tiene explicaciones y no se trata de trucos. Sólo sucede.
Hay en la autora dos decisiones fundamentales para el tejido del texto. Una es la búsqueda de historias protagonizadas por mujeres, de la mano de su sentimiento maradoniano y feminista; otra es la recorrida descriptiva de pequeños mundos lejanos. No es lo mismo, dice, la idea que podamos hacernos en el Río de la Plata sobre Diego, que la imagen que puedan hacerse en Kuwait o en Nigeria. Hacia estos mapas nos lleva Micaela y en esos entornos de fronteras e idiomas es que aparece la imagen de Maradona, o el nombre apenas, para destrabar un desenlace de lo más oscuro o de lo más desesperante.
Es cierto además que es muy difícil escribir sobre Maradona sin caer en clichés o en historias repetidas. De esta manera, Domínguez Prost aborda el fenómeno literalmente mundial, en su lado menos tangible. Ella dijo “más eficaz que una deidad” cuando habló con Garra, y quizás esa sea la mejor definición. El libro traza líneas que hacen aparecer al diez y accionar sobre el hecho, cualquiera sea, sin siquiera saberlo, sin siquiera haber estado allí o sin que sus protagonistas siquiera lo hayan visto jugar, tan sólo arropada su fe en la oralidad sublime de los pueblos.
Cómo llegó Emilio Politi a la frontera entre Bangladesh e India es casi una cuestión histórica de su propia vida, de su propio mundo, y del mundo plural que desencadenó entre estas tierras una frontera salvaje donde pasa de todo. El problema coyuntural era que Emilio había pasado por Pakistán, o al menos eso decía su pasaporte, y no había forma de que los guardias lo entendieran, ni dejaran de dudar del argentino. Luego de horas en un cuartito mal iluminado en el medio de la nada, un superior al que llamaron para que resolviera la situación se presentó preguntando: “Sin contar el que le hizo a los ingleses, ¿cuál es tu gol favorito de Maradona?”. Así zafó Emilio de una barrera idiomática y de un problema tan geográfico e histórico como ajeno. De esa índole son las historias que Micaela pone de manifiesto en el texto que aplica para maradonianos y maradonianas y para quienes no lo son. Es que Maradona está en todo, como la política.
Así, la autora salta de una frontera tan específica y cargada, a Emilia en un taxi en Israel, a la vida del cineasta Paolo Sorrentino y la muerte de sus padres, a Pïlar llorando en Praga, a Martina en el Caribe siendo llevada por la siesta en una balsa. A Jorge y Rebecca, un argentino y una inglesa atascados en las arenas del desierto entre Kuwait e Irak, a los hermanos Funes, a Sergio en Mozambique, a Pablo en la ruta del opio, a Pedro Damián Monzón, aquel que lo llamó a Diego, hundido en los años después de haber jugado un Mundial juntos, con un chumbo en la otra mano para boletearse.