¡Claro que quiero alegría!
¡Alegría duradera!
¡Alegría para largo,
no carcajadas cualquiera!
Quiero reír de corrido,
reírme con desenfado
y no volver a sufrir
cuando apaguen el tablado.
Perdón, soy un ser humano,
disculpen si fui insolente.
Yo también soy un murguista
¿Te parece?
Uno más...
... entre la gente.1
Hay en la vida de los individuos distintos estadios de la sensación “no lo puedo creer”.
Está el sustanciado sobre bases sólidas para no creer porque lo que están diciendo o informando tiene fallas en su relato o en su proyección. Está el un poco más irracional de esperar por fe en que el acontecimiento no suceda o no vaya a suceder. Y está, finalmente, el de la expresión de dolor, rebeldía y contrariedad cuando se ha consumado o se consumará un acto totalmente fuera de lugar, injusto, malo.
Eso fue lo que me pasó el viernes 19 cuando advertí que mi escarbadientes ya no servía para nada en esa guerra infame y sucia donde se instalaba artificialmente, con las peores falacias que ni Carlos Vaz Ferreira hubiese podido clasificar, la idea de que para salvar todo (¿?) había que echar a Óscar Tabárez.
Lo echaron. Tras 15 años de un proceso de sistematizado crecimiento permanente y concatenado con los desarrollos iniciales de los futbolistas juveniles, como nunca en toda su historia había tenido la históricamente gloriosa selección uruguaya de fútbol. Unos cuantos ejecutivos, representantes en su mayoría de clubes de fútbol, alimentados por un escenario dramático fogoneado por los medios de comunicación y esperado por altas esferas del gobierno nacional, tal como se desprende de las ideas de la vicepresidenta de la República, Beatriz Argimón, quien manifestó que “era un momento de cambio”, decidieron terminar con la carrera de entrenador de la selección.
Quedé destrozado, consternado, pero no derrotado. Desde aquella pelotita roja de plástico duro con la que debo de haber aprendido a caminar, he pasado 50 años atrás de una guinda, pero hace algunas décadas –quizá cuando vi a mis hijas e hijos correr detrás de otras pelotas– entendí que el fútbol es lo más importante de lo menos importante. Lo que me importaba, lo que importa, es el horrible mensaje de poder entre las sombras para aniquilar un proceso virtuoso.
No alcanzo a desentrañar qué intereses menores, y con todos mis prejuicios encima de esta hoja, seguramente espurios, consumaron esta injusticia que no se perderá en el olvido del paso de los días, de los meses y, sobre todo, de los años.
El Maestro Óscar Washington Tabárez, siendo presente vigente, ya está en la mejor historia del fútbol uruguayo, o tal vez de la sociedad uruguaya, porque con método, sensatez e idoneidad consiguió el maridaje olvidado entre la celeste y el pueblo, y si bien ese es un aspecto que se consigue y se visibiliza con competencia, no se sostiene con goles, triunfos y campeonatos, que pasan a ser elementos accesorios, sino con una comunión y un entramado de tal fortaleza que permite la secuencia de las generaciones en la cancha y en la filosofía de vida. Los mal concebidos “malla oro”, interesados en el desorden y el analfabetismo social, los detractores y enemigos del camino para todos trazado por Tabárez, se arrepentirán o no del golpe dado, pero será difícil que algún día no adviertan el daño causado y el freno impuesto a un proceso virtuoso.
La angustia, el sentimiento de pérdida y la desazón inmediata resultan inexplicables a través de una serie de resultados deportivos, similares a otros ya resueltos positivamente, porque aunque el repiqueteo morboso y lacerante nos hace sentir eliminados de Catar, esta situación y otras peores ya fueron resueltas en las Eliminatorias para Sudáfrica 2010, para Brasil 2014 y para Rusia 2018.
¿Por qué?
¿Alguien entiende cómo es que desde la propia Asociación Uruguaya de Fútbol causaron la implosión de su mayor fuente de recursos futbolísticos y económicos? ¿Pueden explicarnos este ejercicio de poder brutal y profundamente irrespetuoso, cuando a falta de 12 puntos por jugar, seis de local y seis de visita, estamos sólo un punto (¡sí, uno!) debajo de la zona de clasificación directa e igualados en puntos con Perú y Chile, ambos en el escalón del repechaje, a quienes debemos enfrentar?
Pero además, haciendo el difícil ejercicio de apartar la coyuntura de la competencia y sus resultados, acá lo que han roto, con saña feroz, estúpidas venganzas y miopes y particularísimos objetivos, es la impresora 3D con la que se logró la refundación de la selección uruguaya de fútbol. 15 años de engranajes y afinamiento de los procesos que, como en un centro educativo –en este caso de la vida del fútbol–, fueron generando y promoviendo el ciclo de colectivos preparados e inculcados en la adhesión, el compromiso y el respeto, para ser representativos de nuestra sociedad, esforzada, comprometida y, si es posible, virtuosa en la competencia, que no es otra cosa que tratar de jugar el mejor partido posible, el mejor campeonato posible, siempre y en cada instancia de la vida.
Dice en el número 1 de la diaria, del 20 de marzo de 2006, que Tabárez hace 15 años pensaba: “Mi principal anhelo es que cuando me tenga que ir, sea por resultados, por dudas, por razones de edad o por lo que sea, esta manera de hacer las cosas sea continuada por otras personas. Si logramos dejar eso, será muy importante para el fútbol, pero fundamentalmente para los cambios culturales que pretendemos”.
Lo dejó, Maestro. Aunque lo hayan echado como a un perro, sepa que su anhelo continuará por la senda del camino que nos enseñó.
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Cuplé de la gente, de Raúl Castro y Jorge Lazaroff, espectáculo de Falta y Resto 1988. ↩