El cordobés que ganó el oro como entrenador de Argentina en los Juegos Olímpicos de 2004 tiene pinta de viejo sabio. Da alegría al escucharlo mezclar una sonrisa con la tonada clásica de su provincia. Hace un tiempito está trabajando en Uruguay. Marca la exigencia para aspirar al crecimiento global. No se conforma, siempre apunta a más, pero no a base de charlas de vestuario: sabe que el proceso “lleva tiempo de trabajo, no es sólo dibujar en una tabla”. Provocador, señala a los entrenadores uruguayos y sostiene que “no hay coraje para aprender, por temor a que a uno lo apunten con el dedo o se burlen de sus preguntas”. Y sugiere que más vale pasar por tonto que quedarse con la duda.
Logró que la selección uruguaya fuera competitiva ante potencias europeas en el Preolímpico rumbo a Tokio 2021. Ahora va por devolver a la celeste a un torneo grande: el Mundial 2023. Mientras tanto, presentó un “programa de desarrollo” para ofrecer a los entrenadores y clubes uruguayos desde la Federación Uruguaya de Basket-Ball (FUBB), porque es un activista del básquetbol, por trabajo pero sobre todo por convicción.
¿Qué cambió en su paso de entrenador a coordinador?
Fue contractual. Fui a Uruguay por cuatro juegos en primera instancia. Hubo un impasse en el que se contrató un nuevo entrenador [Edgardo Kogan]. Más tarde llegó una propuesta para que acompañara al básquetbol uruguayo; siempre fui muy respetuoso de los cargos, la única manera de sumarme en ese momento era como coordinador de selecciones, porque no está en mi persona tomar el lugar de un colega en funciones. Ellos aceptaron. Cuando se terminó el contrato de Kogan y el cargo quedó vacante, acepté volver al equipo principal. Mi primer pasaje fue muy acotado, con pequeños conocimientos de los pormenores.
¿Qué conocimientos sumó en ese tiempo?
Tenía mi óptica, era bastante parcial, escuché bastante las campanas de gente que me asesoraba. Fui sacando conclusiones. Las intenciones se transformaron en proyectos, aunque infelizmente muchos se frenaron por la pandemia. Por ejemplo, se arrancó a trabajar con delegaciones de la FUBB en el litoral del país. Eso se atrasó un año y medio, pero por suerte ya está en funcionamiento. Una de las cosas que conversé en su momento fue que me extrañaba mucho que la Liga Uruguaya llegara tan poco al interior. En Argentina la Liga Nacional permitió tener equipos en todo el territorio y es una vitrina tremendamente importante para el niño que juega. Alguna vez Uruguay lo tuvo, hay que retomarlo. Es un agente multiplicador que tiene un valor agregado impresionante.
¿A qué apunta el programa de desarrollo de la federación?
Nace a partir de inquietudes y tiempo disponible en la pandemia, cuando no podíamos ir al campo de juego. Es un material de consulta, no una imposición. Se fue armando con mucha formación teórica, leyendo programas de otros lugares. Hay cosas en común y otras direccionadas a la realidad uruguaya por el grupo de entrenadores que se dedicó. Lo más interesante, que ojalá suceda, es la permeabilidad. Un entrenador puede acceder e incluso ofrecer cosas para que sean compartidas. La forma de actuar es traspasar conocimiento; si no, se le pone techo al crecimiento. Este programa tiene bases respetando las edades de los chicos que juegan.
El litoral oeste siempre fue una zona basquetbolera. ¿Hay planes de llegar a lugares donde no sea tan popular?
Hay propuestas para que se desarrolle el minibásquetbol. Hay que apuntalar la importancia del entrenador, un bastión donde se apoya el crecimiento por cuestión lógica, son los que están diariamente al frente de la materia prima. Acompañan y desarrollan los talentos que surgen. El crecimiento va a necesitar de un esfuerzo mancomunado; la federación lo tiene claro. Ojalá tenga el apoyo de los dirigentes de las diferentes zonas. Tenemos la obligación de llegar a todo el país. Es muy loable respetar la historia de determinados lugares, pero sabemos perfectamente la cantidad y calidad de jugadores que salieron del interior. Se puede llegar a instalar el deporte en lugares donde nunca se jugó. Hoy no importa tanto el nivel, necesitamos que se juegue. Después van a venir los despertares. Estará en la coherencia que tengamos para ir estimulando y desafiando a la población para que cada vez sean más chicos los que participen. Hay que instalarse para empezar a transitar el camino, tenemos la obligación de hacerlo.
¿A qué lugares físicos se apunta?
Puede ser una plaza de deportes, el patio de un colegio o un centro vecinal. Por eso hablé de ingenio. Hay que salir a buscar. Acá estamos esperando que nos golpeen la puerta y eso no sucede. Lo óptimo sería que el chico tenga todo en el club como pasaba antes, que podía ir con su pelota y tirar todo el día. Eso no existe más. Tienen que jugar para divertirse, en una plaza, sin conductores; también se van a formar, se fomenta la creatividad. Hay que unir la parte estatal, la federación y los clubes. Los entrenadores podemos y debemos generar todo esto.
¿Cómo siente que reciben en Uruguay este tipo de programas planteados como sugerencia?
Que no se disfrace esto con el coraje de aprender. Muchas veces no nos damos cuenta del potencial que tenemos y ponemos nuestro techo de competencia muy bajo. Si no nos preparamos, esa competencia te saca la careta. La mejor forma [de prepararse para la competencia] es no resistirse a ningún cambio; no quiero decir que esto suceda, por eso me parece interesante la sugerencia: cada uno la toma o la deja. Nadie va a tomar examen por este programa, pero siempre hay aprendizaje. Hay que ser vulnerables para mejorar, en la lectura diaria, en ver los juegos; cada uno apuntará al lugar que prefiera. No estamos en momento de creernos más de lo que realmente somos.
¿Puede profundizar en la idea de “ser vulnerable para mejorar”?
Hay que darle lugar al aprendizaje, muchas veces obligar al narciso que llevás adentro y decir “no sé” o “no puedo”. Superar esa exposición te hace crecer. No hay coraje para aprender, por temor a que a uno lo apunten con el dedo o se burlen de sus preguntas. Más vale ser tonto por un segundo que en el resto de la vida. Es importante la capacidad de seguir preparándonos, creciendo y escuchando.
¿Cómo maneja el trabajo a distancia?
Estamos con el freno de mano puesto. No es grato, pero hemos aprendido de esto. Prefiero una acción a mil palabras, y eso me tiene aletargado. Afortunadamente se están abriendo posibilidades, ya pude acompañar un viaje al interior. Como entrenador, si bien puedo ver al jugador jugando en cualquier parte del mundo, no es lo mismo que el acompañamiento directo, que es a lo que estuve acostumbrado históricamente. Las cosas cambian y me tengo que aggiornar. Me cuesta mucho aceptar estas condiciones, pero tengo que ver la capacidad de plasmar lo que quiero.
¿Cuánto perdieron los chicos durante la pandemia?
Infelizmente, hay cosas en el deporte y en ciertas edades que son irrecuperables. El tiempo es el recurso no renovable más importante. Hay patrones que se desarrollan de acuerdo a la edad y en determinados momentos. Está en la capacidad de las personas que están al frente de estos jóvenes intentar que esa pérdida que hubo no pegue tanto en lo motriz. Lo comunicacional existió, pero no tenían el campo de juego.
“Cada vez hay menos tiempo de aprendizaje. Le estamos pidiendo peras al olmo”.
¿Cómo ve la formación en los clubes capitalinos?
Esta respuesta tiene que ver con lo que me llega de los encargados de las selecciones formativas. Hablo mucho con los entrenadores. Hay un común denominador que es el espacio y el lugar, que cada vez es menor. Menos cantidad de minutos de práctica, de cancha disponible para tirar, de tiempo con los entrenadores. Es todo muy acotado. Cada vez hay menos tiempo de aprendizaje. Le estamos pidiendo peras al olmo. Siempre les digo a los jugadores que lo que vayamos a construir tiene que ser en cancha; si no tenemos un rectángulo de juego disponible, es imposible. Lo teórico está bien una vez, pero tiene que haber minutos con la pelota y jugando. En el ingenio y la capacidad de cada dirigencia está buscar los espacios y estímulos coherentes con la edad. Eso también está en el programa. Tener 50 minutos de entrenamiento no me cierra.
¿Qué estilo de juego considera que debería tener Uruguay?
El biotipo de basquetbolista es una de las variables a considerar para ver de qué manera deberíamos jugar en un futuro cercano. Por eso en el programa pedí atención especial a la importancia del lanzamiento. No es que en otro lado no se considere, pero Uruguay lo precisa. En el Preolímpico jugamos con 43% en tiros de campo; ese porcentaje nos permite tener chances de competir a alto nivel. Sin dudas el grado de intensidad y dinámica, pero ahí hago un parate porque soy bastante selectivo en la toma de decisiones. No quiero que por tomar una determinada cantidad de lanzamientos, se tiren de cualquier forma. Ese límite no está escrito en ningún lado, pasa por la capacidad de lectura de los entrenadores para la planificación y de los jugadores en cancha. La calidad de las decisiones es clave. También el hecho de ser reactivos. La verdadera transición es cuando el equipo pasa del momento de la defensa al ataque y viceversa. Está nutrida en pequeños elementos de tiempo escaso pero determinante: un pase apertura, una lectura y ocupación de espacios, una reposición después de una canasta recibida. Son pequeños instantes que te pueden dar superioridad numérica en acciones futuras. Lleva tiempo de trabajo, no es sólo dibujar en una tabla.
¿Cómo reciben los jugadores estas ideas y cuánto de esto se trabaja en selecciones formativas?
Hablar de idea de juego con cuatro días de entrenamiento y cero amistoso es una mentira. Te vendería el paquete sin problema porque los resultados fueron optimistas. Nosotros traspasamos a los jugadores los objetivos que realmente creíamos. Son experientes e inteligentes, saben que el hecho reactivo es la manera de tener alguna chance. En ataque estacionado se dificulta mucho. En formativas se debería construir de lunes a viernes en cada club, es muy difícil que un chico llegue a ser parte de una preselección si no tiene estas bases. En Argentina pasa que cuando llegan, hablan el mismo lenguaje y con poquita cosa se engrana todo. Los seleccionadores usufructuamos el trabajo de otros entrenadores. Somos aves de paso. Hay que tener capacidad para manejar ese material.
¿Hay alguna idea de modificación de formatos o reglamentos para favorecer una manera de juego?
En el programa se proponen defensas individuales en sus diferentes formas. Básicamente nace por lo que llamo ley de oposición. A mayor oposición, mayor crecimiento. La cultura del esfuerzo, la intensidad, las responsabilidades, la solidaridad con las ayudas defensivas. Así, el juego va tomando una fisonomía solidaria. No creo que esto lo pueda desarrollar una defensa zonal donde las responsabilidades son inciertas. De todas formas, no se puede hacer trampas. En Argentina, que tampoco es una panacea, no se puede ayudar en defensa en la categoría U13. Pero hay entrenadores que tiran cuatro jugadores fuera de la cancha y juegan uno contra uno todo el partido con el mejorcito. Un chico hizo 85 puntos en un partido de preinfantiles. Es un desastre. Hay elementos que no se están ejercitando: no existe el pase ni la solidaridad ofensiva. Me parece interesante que haya evaluaciones y preparación para que ninguna de estas cosas quede afuera. Va a estar en manos del entrenador; las personas que están con los chicos son extremadamente importantes.
¿Qué importancia tuvo la participación de Uruguay en el Preolímpico para generar visibilidad?
No pude vivirlo de cerca porque volví rápido a Argentina. Me dijeron que la repercusión fue muy buena. Afortunadamente contamos prácticamente con la plantilla que quería; no es menor. En Uruguay, la ausencia de dos o tres jugadores se hace sentir. Está claro que con todos estos muchachos las posibilidades de hacer cosas grandes están abiertas. Lo interesante, más allá de la forma de jugar y las oportunidades deportivas, fue retomar la credibilidad. Ojalá estemos en condiciones de contar con todos los recursos humanos para tener realmente chances de buscar objetivos mayores. Estamos en manos de terceros, llámese NBA o Euroliga; contra eso no se puede luchar.
Al volver dijo que “aprender a ganar se construye”.
No es una charla de vestuario la que cambia la historia. Se activa al equipo en el entrenamiento diario, cambiando ánimos y campos de acción. Estoy convencido de que aprender a ganar está en el roce que se logre a través de los años de selección. En una planificación global de temprana edad, nuestros jóvenes necesitan la mayor cantidad de juegos internacionales posibles. La competencia sitúa y enseña, muestra las variables que faltan para competir a nivel. El entrenamiento invisible es importante. El ejemplo claro que me tocó vivir fue la final del Mundial de Indianápolis 2002 entre Argentina y Serbia: nunca estuvimos tan cerca de llegar tan lejos. Pero ellos estaban acostumbrados a jugar finales, o juegos internacionales de ese nivel. Son aprendizajes. En la final olímpica, dos años más tarde, ya teníamos la experiencia y sabíamos que no se iba a escapar la posibilidad. Ganamos el oro. Las palabras se refuerzan con el aprendizaje en cancha. Y ojo que una cosa es jugar con el club y otra con la selección; despierta cosas diferentes, están representando a un país. Otra cosa que enseña a ganar es no buscar excusas, lo tengo como norma.
¿Cómo es la formación de líderes dentro de la selección?
No soy formador de líderes, dentro del tiempo acotado que tenemos puedo evaluar quién puede ser. Tampoco me preocupa tanto. En mi experiencia en Argentina, el equipo mismo lideraba al equipo. En Uruguay hay muchos personajes que tranquilamente ofician de líderes. La forma de conducir y de llegar permite un apriete de confianza y de comunicación que aflora en situaciones y conversaciones desde lo personal a lo colectivo. Todo está en una burbuja de convivencia donde se busca muchísima equidad sin escatimar el esfuerzo, la productividad y el trabajo. Todos se sienten valorados.
“El talento es nuestro, pero el éxodo es una necesidad”.
¿Cuánto suma que los jóvenes se desarrollen en el exterior?
La geografía y la situación socioeconómica pegan duro a los países del sur. No tenemos la posibilidad mensual o semanal de jugar contra los mejores. Lo hacemos esporádicamente. El talento es nuestro, pero el éxodo es una necesidad. Sirve para ponerlos en un cuadro de competencia donde se puedan medir. Elevan el techo y se ven obligados a seguir pedaleando. Santiago Véscovi o Agustín Ubal, por citar los ejemplos más exponenciales, sirven de vitrina para una cantidad de jóvenes. Las posibilidades están abiertas para desarrollar el talento. Si no, se duermen y pierden conciencia del verdadero nivel. En el medio local, con menor cantidad de cosas, logran lo mismo o más. Ganar partidos o campeonatos en formativas es lo que menos importa, hay que apuntar al desarrollo.
“Hay que valorar la capacidad de disfrute”.
¿Cómo lo ve en jugadores consolidados que vuelven a la Liga Uruguaya?
El caso reciente más claro es el de Mathías Calfani. Convengamos que estaba en Japón, no hay un abismo de diferencia. En un jugador con tanto recorrido quizás son más importantes los estados emocionales. Pregúntenle cómo vivía allá y cómo lo hace ahora. Hay que valorar la capacidad de disfrute. Estoy convencido de que eso lo va a hacer dar mucho más para su carrera. Ojalá que entienda que en este ámbito no se puede poner techo y que la Liga lo obligue a combatir.
Se retiró Luis Scola. ¿Qué nos puede decir de él?
Lo voy a resumir en lo que creo y siento: Scola es un sí en todo. Con la selección, para prepararse para tal torneo, para aprender diariamente, para reinventarse desde jugar cerca del aro a tirar de tres puntos. Muy pocos logran ese optimismo y esa predisposición. Logró tomar el testimonio que le dejaron los campeones olímpicos y se lo pasó a las nuevas generaciones, transmitiendo el legado. Es un jugador extremadamente especial, fue un sí gigante en su carrera y en su vida.