Hermes Millán se sienta en el bar Brecha con su compa y espera que llegue su hijo, que traerá rastas puestas y ganas de beber una cerveza oscura. Hermes y ella piden café. Yo, lo mismo que su hijo, pero rubia. Al rato llegan un poeta de nombre Víctor Guichón y otra amiga. La mesa es un mapamundi. Los brazos de Hermes, también. El color de la tinta es el color de la piel. Tiene al maestro Juan Carlos Onetti, con aquella mirada inconfundible, tatuado en el revés del brazo, y en la pierna, un escudo de Real Madrid, club del que se hizo hincha cuando jugó contra Peñarol en el estadio y su madre, bolsilluda, llevó al pequeño Hermes al coloso de cemento. Corría 1966. Hermes vivió en varios barrios, pero dice que es de Villa Muñoz y que se hizo hincha de Peñarol por un vecino al que le decían “judío loco”, que golpeaba las puertas de los bolsos cuando Peñarol ganaba y así se ligaba unas cuantas palizas. Pero seguía gritando. Hermes Millán Redín es poeta y psicoanalista, pero eso vino después del fútbol. El fútbol atravesó su vida, su piel y su escritura. Sobre el ruido de la fractura de Fernando Morena, las drogas de Diego y los estadios de la calle, el poeta habló con Garra.
¿De qué barrio es el poeta y cómo se manifestó el fútbol en los orígenes?
Viví en muchos barrios. Nací en Barrio Sur, pero la época esencial de la vida, de los seis a los 22 años, la viví en Villa Muñoz. Después vinieron Ciudad Vieja, La Comercial y Aires Puros, pero mis barrios yo te diría que son Villa Muñoz y Ciudad Vieja, donde también trabajé, tuve consultorios en esa zona. Nunca jugué al fútbol. Mi madre y mi abuela eran hinchas de Nacional, pero mi madre me llevó a ver Peñarol-Real Madrid en el 66 y me hice hincha también de Real Madrid. Cuando era chico no me dejaban jugar, porque mi abuela pensaba que todos los muchachos del barrio terminaban drogados y las adolescentes embarazadas, entonces querían que estudiara. Veía los partidos desde el balcón y me pedían que hiciera de juez. Escuchaba a [Carlos] Solé, a Heber Pintos, a Víctor Hugo Morales y después a [Alberto] Kesman. Sufría, lloraba y me amargaba cuando perdía Peñarol. Lloraba desconsoladamente y no quería hablar con nadie. Cuando llegué a la universidad mis compañeros venían de Pocitos, Malvín, Punta Gorda, eran antifútbol, anticarnaval y anti música popular. Llegaron a esas cosas después, desde la intelectualidad, desde mirar al pueblo desde un punto de vista ideológico; mi camino fue al revés. Yo venía de una casa pobre que se venía abajo, de un barrio pobre, y me crie escuchando tango, cumbia, murga; iba al tablado, iba al estadio cada tanto. A mí no me lo contaron. De lo que sí me arrepiento es de no haber ido a ver el Mundialito porque lo había organizado la dictadura; fui un imbécil, estaba Diego [Maradona] jugando ahí. La consigna política era no ir a ver los partidos, sentía desde mi casa los goles y veía las luces del estadio desde la ventana.
¿Qué tipo de relación tienen la psicología y la poesía?
Hay muchos psicoanalistas que escriben, y hay poetas emparentados con el psicoanálisis, con la nomenclatura. Hay todo un movimiento en la época de [Sigmund] Freud que se fascina con el psicoanálisis –todo el movimiento surrealista– y comienza a introducir la terminología del psicoanálisis, aunque Freud era bastante reacio a la utilización de la nomenclatura psicoanalítica en las obras de arte. Se cuenta que una vez [Salvador] Dalí le mandó una revista que en la carátula tenía una foto de Freud y adentro poemas y arte surrealista, a lo que Freud comentó que lo único que había entendido había sido la tapa. Entonces, hay una vieja relación pero también hay cierta desconfianza.
¿Por qué Tijuana y por qué Fernando Morena?
Me fui a Tijuana invitado por una universidad a coordinar la carrera de Psicología, después abrí un instituto y ahora dirijo una maestría en psicoanálisis y publico acá y allá lo que escribo. Lo último que publiqué acá fue una novela en 2019, El día que fracturaron a Fernando Morena, una especie de autobiografía novelada en relación a mi infancia en Villa Muñoz, pero como está contada desde otro tiempo, me permite contar en un capítulo un asado en la casa de un amigo cuando escuchamos el crack de la fractura por la radio. Fue emblemático ese día. Así como la gente se pregunta qué estaba haciendo cuando se cayeron las Torres Gemelas, una pregunta uruguaya puede ser ¿qué estabas haciendo cuando fracturaron a Fernando Morena? Todo el mundo debería saber qué estaba haciendo en ese momento.
“Los discursos sobre Maradona en cuanto al tema de la droga fueron significativos porque pusieron al sistema periodístico en crisis, atado a la fidelidad con Maradona pero también al discurso antidrogas”.
¿Cómo es ese relato y cómo aparece el fútbol en el resto de los relatos del libro?
Es un relato ambientado en la azotea de esa casa de amigos, donde estábamos comiendo ubre asada porque no teníamos dinero para la carne. Y mientras comíamos escuchando el partido, fracturaron a Morena. Creo que el dueño de la casa era de Nacional, teníamos ese respeto por la diversidad. El resto de los relatos de la novela también está atravesado por el fútbol. En Villa Muñoz había una historia fantástica, de un judío al que le llamaban el judío loco del barrio, que era hincha de Peñarol, y yo creo que me hice hincha de Peñarol por él. Andaba con la camiseta y revoleando la bandera todo el día. Cuando ganaba Peñarol, les golpeaba la puerta a los hinchas de Nacional y lo sacaban corriendo. Cuando lo agarraban le daban patadas y, todo sangrando, seguía gritando. El barrio estaba muy dividido entre Peñarol y Nacional, y el que ganaba se apropiaba de la voz del barrio, un barrio de judíos inmigrantes; yo vivía en Tomás Muñiz entre Inca y Democracia.
¿Qué otros cruces con el fútbol hay en tu creación?
Publiqué en Uruguay, creo que en 2001, un libro sobre discursos sobre las drogas [Drogas, trece discursos y una mirada diferente], que tiene un capítulo que habla sobre Maradona, sobre la prensa que habla de Maradona, un análisis de los discursos de la prensa, de la FIFA. Y después presenté una ponencia que no se ha publicado debido a la pandemia, en un encuentro sobre sociología y deporte en Tijuana, también sobre Maradona. Soy maradoniano. Los discursos sobre Maradona en cuanto al tema de la droga fueron significativos porque pusieron al sistema periodístico en crisis, atado a la fidelidad con Maradona pero también al discurso antidrogas. El libro está escrito en la perspectiva de la propuesta de la legalización de todas las drogas, y desde esa perspectiva me interesaba ver el conflicto en el que se había puesto a la opinión pública a través del medio periodístico: la fundación Sol sin Drogas, queriendo ponerlo al frente de esa campaña y cómo se fueron deslindando algunos supuestos amigos, y las canciones que aparecieron de Los Piojos o de Rodrigo. Es un discurso frecuente en los adictos el hecho de consumir pero con cierto regocijo del que se salva, ese discurso de “hacé lo que yo digo pero no lo que yo hago”. Dentro de lo poético también hay varias referencias al fútbol, porque mi vida está atravesada por el fútbol. Vemos mucho fútbol, grabamos los partidos para verlos cuando no podemos verlos en vivo. Soy de Real Madrid, aunque desde que se fue Ronaldo estoy alejado, sigo a Paris Saint-Germain, sigo al Manchester, sigo a Boca Juniors; ahora que estuve en Buenos Aires me compré una camiseta de Boca de Maradona.
¿Seguís a algún equipo en México?
Sigo al América, aunque mi compañera es de Chivas. Cuando llegué a Tijuana estaba jugando [Sebastián] Abreu en Cruz Azul, entonces durante un par de semanas vi a Cruz Azul, pero después se fue al América. Por suerte, porque si no hubiera tenido una historia de perdedor siguiendo a Cruz Azul. Entonces empecé a seguir al América a pesar de que el Loco Abreu era de Nacional, pero me caía bien. No puedo ver fútbol sin irle a alguien apasionadamente, no puedo verlo neutralmente sin calentarme. Los intelectuales son antiamericanistas en general, son de Pumas por la universidad, de Chivas porque juegan sólo mexicanos, de Cruz Azul por perdedores, porque se solidarizan con el débil.
“Al poeta le lleva toda la vida lo que un jugador de fútbol hace en un segundo”.
¿Qué vínculo hay entre la poesía, el psicoanálisis y el fútbol?
Hace poco publiqué un libro que intenta ver la relación entre la poesía y el psicoanálisis pero al revés: no la lectura psicoanalítica de los poemas, sino que el psicoanálisis puede aprender de los poetas. Y entre la poesía y el fútbol me pasa algo parecido, no de los poetas que pueden haber hablado sobre fútbol como el polirritmo a [Isabelino] Gradín, o los que han tomado la nomenclatura del fútbol en la poesía, sino que los poetas podrían aprender del fútbol. Un dribbling o un cañito es un acto poético materializado y condensa de alguna manera la imaginación; los poetas tienen que aprender de eso. Podría pensarse en los poetas que han escrito sobre fútbol como el de [Alfredo] Zitarrosa a Garrincha, pero podría pensarse qué podría aprender un poeta yendo a la cancha. Tanto esfuerzo intelectual, tanta elaboración teórica, investigación, para hacer lo que un tipo hace en un segundo intuitivamente: pisar la pelota, amagar, hacer que el otro pase de largo y levantar el centro. Eso al poeta le cuesta la vida, y un futbolista lo hace en un segundo. Es como cuando [Pablo] Picasso decía: “Pintar como los clásicos lo aprendí en unos años, pintar como los niños me llevó toda la vida”. Al poeta le lleva toda la vida lo que un jugador de fútbol hace en un segundo.