“Escribir se debe en la vida de tal forma que vivo quede en la muerte”. Pienso que este invento le hubiese gustado a Jorge Savia, que murió este domingo 22 de octubre y ya no escribirá más, aunque sus letras, su oficio, su estilo y la calidad de su prosa quedarán vivos, superando la expectativa de un viejo papel de diario que tapa los escaparates de un lugar que ya no es tal, o que se consume a 451 grados Farenheit después de haber sido envase de media docena de huevos.
Jorge Savia fue uno de los grandes del periodismo escrito deportivo. Su estilo creativo y eficaz, entretenido y de alto contenido de información de la materia que tratara, marcó una forma nueva de perpetuar la secuencia de grandes cronistas, y asimismo reforzó sus formas.
Durante más de 40 años Savia brilló en la redacción de El País y ocupó puestos ejecutivos en el área deportiva, elevando la calidad de las crónicas, los reportajes.
Fui temprano admirador de sus formas y estilo, primero, y compañero de viajes y experiencias después, en donde Savia fue cultor del compañerismo desde el conocimiento y la experiencia, y un poco también protector y estímulo para los que en aquellos días aún no teníamos callos en los dedos por el golpeteo de la máquina de escribir o por la prensión de la lapicera.
Jorge se cansó de hilvanar mundiales y torneos internacionales con su mirada intensa e idónea, y su transmisión escrita de lo que estaba analizando, siempre profunda, siempre amena.
Le conocí como ocasional lector porque en mi casa materna no se compraba El País (y mucho menos en dictadura), cuando Central jugó y le ganó en La Paz a Oriental en 1983. El día después del partido en la vereda de los pares de Diego Lamas apareció un recorte de la crónica que Savia había hecho en la cancha paceña que llevaba como título “Borda bien en La Paz”.
Mi hermano de la vida y vecino de puerta, Ruben, era el Borda que había bordado goles y pases esa tarde de sábado de goleada por 5-0, y en la ansiedad por ver qué decía de aquel partidazo de uno de los nuestros, recuerdo perfectamente que al impacto del título me imantó aquel arranque en donde jugaba con el nombre de la ciudad y su hermana mayor, La Paz de Bolivia, con los problemas que para los uruguayos acarreaba jugar en la altura: “La Paz, 50 metros sobre el nivel del mar…” comenzaba su crónica de un perdido partido de la B, que aún hoy está en mi disco duro.
En 1988, cuando coincidimos por primera vez en una salida –el primer partido de Óscar Tabárez como técnico de Uruguay–, salidas que felizmente después fueron muchas, le conté con vergüenza de mi admiración por esa forma de llevar a papel de diario las cosas, que me fue dando certezas del oficio y fortificando alas para volar.
Jorge Savia era técnico de fútbol, tenía una visión clara y una percepción elevada de lo que analizaba, pero ante todo era un periodista detentor de una forma de ser y hacer que se reflejaba en sus crónicas y en el espíritu de quienes le rodeaban.
Fue uno de los mejores y lo seguirá siendo, aunque ya no se siente nunca más ante el teclado, aunque se le seque la tinta a su birome, aunque su libreta de apuntes quede amarilla y llena de polvo.
Arriba, Jorge, gracias por el fuego.