En una noche excepcional y mágica, Uruguay derrotó 3-0 a Bolivia y quedó -y quedará- hasta setiembre de 2024 en puestos de vanguardia de la tabla de la clasificatoria mundialista. Dos de los tres goles los marcó Darwin Núñez, de excepcional rendimiento, y el otro fue un gol en contra de Gabriel Villamil.
El elenco oriental volvió a tener una noche inolvidable. Ganó, gustó, goleó y dejó un sentimiento cenital, con una oncena que juega a tope como colectivo y que engarza sus individualidades sin que los brillos propios opaquen el colectivo, la propuesta, la idea y la ejecución.
220 watts
Uruguay tuvo un arranque eléctrico, a pura potencia. Un arranque a lo Uruguay en el Centenario, un arranque a lo Uruguay de Marcelo Bielsa. Fue un cuarto de hora absolutamente espectacular hasta que después de un casi-gol de Ronald Araujo, después de casi otro de Darwin, después de un casi de Valverde, llegó el primer gol celeste.
Fue justamente en el mojón del cuarto de hora, cuando después de una internada por derecha nació el desborde final de Facundo Pellistri a pase largo de Araujo. Pellistri puso quinta y su centro gol para Darwin se transformó en el esperado gol que abría el marcador.
Vivimos tiempos de ansiedad y ansiolíticos, de urgencias tempranas, de frustraciones (de no-frustraciones) inmediatas, y entonces, ya a los 15 minutos, los celestes estaban tocando su mejor tema.
Fue impresionante, aun para los baqueanos del cemento, para los experimentados de los alambrados, ver y sentir esa impostura de absoluto dominio en el campo y alojados en la parte de la cancha que, de manera desesperada, intentaban cuidar los bolivianos. Las barras de la gráfica de posesión de pelota, de pases completados para Uruguay, se acercaban al máximo. Impactante, implacable y placentera la presión permanente de los de camiseta celeste que generaban tensión y emoción. El equipo de Bielsa, jugando como quiere Bielsa, pero asentado en las más arraigadas raíces del fútbol uruguayo, cimentaron una gran exhibición.
El segundo gol tardó en llegar: fue a los 40', cuando la gente ya había hecho una serie completa de flexión de rodilla, levantándose para los casi goles que se acumulaban. Tardó en llegar y ni siquiera pudo ser el final de una de las grandes jugadas, sino un gol en contra después de un tiro de esquina de Nico de la Cruz; una falla del golero Guillermo Vizcarra, que traicionó el movimiento de Villamil, a quien le pegó la pelota al borde del abismo del gol en contra y el Centenario volvió a explotar de alegría.
El nivel de compromiso y velocidad de los uruguayos hizo que se fueran al vestuario frustrados por una pelota que iba corriendo Araujo, gestando un nuevo ataque.
Hay algo que sigue vivo
En la segunda parte, por más que Zago habrá estado los 15 minutos en el vestuario como si fuera el ingeniero jefe de la Nasa, buscando una solución a los enormes problemas que tenían los verdes, Uruguay redobló su apuesta a seguir, yendo por todo, y empezó a sumar un nuevo collar de jugadas de gol, cruzándose con la dimensión fantástica generada por la expectativa de la posible aparición de Luis Suárez en el partido.
Todo sucedió y fue en el minuto que, de acuerdo al sistema establecido a partir del huso horario del Real Observatorio de Greenwich, transcurrió entre las 21.59 y las 22.00 hora uruguaya. Fue en ese momento que Rodrigo Bentancur cruzó una pelota de oeste a suroeste y en la frontera de la Ámsterdam Kike Olivera bajó al medio para que apareciera él -un nuevo él-, Darwin Núñez, a saludar a la bandera anotando el tercero.
Como un relato fantástico, como una línea de Onetti, como un soneto de Juana, Darwin fundió su festejo gol con el abrazo de encuentro y despedida con Luis Suárez, que ya con el brazalete de capitán, que presurosamente le había dado Josema, se preparaba para entrar con una banda de sonido conformada por las voces de miles de uruguayos que lo ovacionaban.
Después fue sólo esperar que le quedara la que le iba a quedar, que fue casi al final del partido, cuando se creó él mismo una maravilla rematada de zurda y le sacó lascas al travesaño.
El juez apuró el final, como oficinista que baja la ventanilla cinco minutos antes del cierre, y poco importó que no quedara espacio para el gol de Luis, si habíamos sido testigos de una presentación inolvidable.
Ahora, por un montón de meses, hasta setiembre del año que viene, Uruguay no sólo estará allá arriba, sino que nos quedará la sensación de que estamos como queremos.
¡Uruguay nomá!