Una mujer mueve los labios finos, decidida a que un eco fino llegue sin errores a los oídos finos o no. Habla. Habla en Boca. Habla en Boca y, cerquita suyo, con la voz también fina, alguien pronuncia la palabra del día, una palabra que se volverá gruesa en cuanto sea posible. Qué palabra: Román.
Román, Juan Román Riquelme, resuena por todas partes en cada aire de Boca y, en particular, en cada soplo que movió a los comicios en los que se terminó imponiendo, rotundidad democrática, con más del 65% de los sufragios para transformarse en presidente del club. Allí, en esa palabra, en la palabra club, reside otra clave mayúscula. No hay secretos. Román reivindica, grita, en su particular modo de gritar sin gritar, que Boca es un club.
El maestro Bertolt Brecht recomendó, en edades embromadas, “examinar lo habitual”. Y la palabra club, una habitualidad, exige ser revisada para medir por qué Román la paladea con cariño y con énfasis. Ocurre que sus adversarios políticos apelan a la palabra club, cierto, pero abren el camino para que los clubes dejen de constituir asociaciones civiles sin fines de lucro que persisten por fuera de la ley del valor que define las relaciones sociales en el capitalismo, o sea, organizaciones en las que la gente edifica y existe con otros y con otras de una forma igualitaria que el sistema permite cada vez menos, o sea, entidades definitorias de lo que fue y es la Argentina cultural, deportiva y social, para mutar en sociedades anónimas.
Para dimensionar lo que importa el tema, el decretazo privatizador y antiestatista que lanzó apenas cuatro días después el presidente Javier Milei incluye la posibilidad de que los clubes pierdan su estatus histórico. En ese callo habita el nudo de la confrontación impresionante sobre la que Román advierte y afinca que corresponde dar pelea. Y no sólo eso: da esa pelea y la gana.
Derrota para los prejuiciosos: la elección con más carga política de la historia del fútbol argentino encarama a alguien que no se forjó en los territorios clásicos de la política y sí brillando sobre el césped a lo crack. Y ojo que esa historia reluce llena de elecciones porque, precisamente, los clubes en la Argentina son de sus socios y de sus socias y, por tanto, la determinación de los rumbos centrales sale, más allá de la impronta de cada dirigencia y de cada dirigente, de la voluntad de quienes votan. Un jugador de fútbol construye más política que nadie (eso, prejuiciosos: ¿creían que un jugador de fútbol no podía generar más espesor político que los profesionales de la política?). Lo efectúa, no en soledades, pero con un liderazgo notorio que desafía y demuele a una alianza opositora.
El oficialista Riquelme –ya fue vice en los últimos cuatro años, en cuatro años de un mundo bravo para cualquier oficialismo– supera con holgura a un arco oponente en el que, entre otros, enlazan acciones y adhesiones Mauricio Macri –expresidente de Boca, expresidente de la Nación, titular de la Fundación FIFA, candidato frustrado a vice en esta oportunidad– y Javier Milei –flamante mandamás argentino, antagonista manifiesto de Román–. Y bastante más: Macri y Milei son Macri y Milei, pero sus nombres exceden lo personal y expresan al corazón del poder económico concentrado.
A ese poder económico Riquelme le contrasta otro poder. “Poder es que te quieran”, había sentenciado semanas antes, cuando la cita electoral se posponía recurrentemente por las maniobras de otros poderes: el económico y político que usa como brazo al judicial, el económico, político y judicial que pretende instalar verdades a través de los altavoces más resonantes de la industria de la comunicación y de los periodistas que se portan como voceros –en ocasiones por la comodidad de sumirse a la línea empresaria, en otras por temor– de esa suma de poderes. “Poder es que te quieran” resulta una percepción que golpea las puertas del diccionario de las ciencias sociales y merece quedar del lado de adentro. “Poder es que te quieran” y, si surge alguien que no cree en eso, que vea lo que se les complica la cancha a todos los otros poderes entramadísimos para joder al que es querido. Fueron por Román. Y no pudieron.
El caño más bello del mundo es un libro espléndido sobre el fútbol de Riquelme y sobre lo que cabe en ese fútbol. Lo publicó el escritor y periodista Diego Tomasi, quien advirtió en ese trabajo que el notable 10 de Boca se comportaba tan lúcidamente en la cancha por mucho más que las fiestas que florecían desde sus pies.
“Román –analiza ahora Tomasi– ejerce representaciones entre los hinchas y los socios de Boca (e incluso en hinchas de otros equipos) porque se relaciona con quienes lo ven como líder con características inusuales en la dirigencia futbolera y en las demás dirigencias: no tiene miedo; habla con claridad (no sólo en términos de que sus ideas sean fáciles de comprender, sino también en tanto transparencia de sus intenciones); usa términos afectuosos, alejados de la lógica mercantilista de quienes están enfrente (amor, corazón, por citar un par); y comunica la sensación de que es uno más de esos hinchas. Se mueve entre ellos, se deja abrazar, canta con y como ellos. Sonríe delante de ellos. Esas cualidades, agregadas a su historia como gloria del club, lo vuelven un líder indiscutible pero también cercano, real. Conociendo todo esto, Riquelme sabe que si su lealtad hacia esos hinchas persiste, la de ellos no faltará nunca.
Cuando estudió la Revolución francesa, el historiador François Furet abrevió: “La política es todo lo que tiene que ver con el poder”. Y ahí flota: Román tiene conquistado un poder, ese poder de ser querido, e instala a la política en lugares a los que la política, tan despreciada en tantos sitios en esta era, ahora va poco y va con dificultad. Sabe narrarlo la periodista Jorgelina Rocca, socia y autoridad de mesa en la cumbre votacional de Boca: “¿Lo mejor de las elecciones? El clima: una fiesta. Lluvia fuerte afuera y felicidad grande adentro. Un padre vitalicio que vota y después acompaña a su hija que vota por primera vez. Una hermosura. Y, además, la gente, esa gente en movimientos desde las urnas hasta las tribunas para cantar de a muchos y de a muchas”. Los ojos de Rocca detectan lo que, bien antes de Román pero cuando tronaban las ideas de los opositores a las ideas de Román, captó Gilles Delleuze: “El poder necesita tristeza porque puede dominarla. La alegría, por lo tanto, es resistencia porque no se rinde. La alegría como potencia de vida nos lleva a lugares donde la tristeza nunca nos llevaría”.
La política es todo lo que tiene que ver con el poder. “Y donde hay poder el poder se disputa”, enseñó Michel Foucault. Claro que para dar esa disputa hay que atreverse. La otra gran jugada de Román: se atreve. Se atreve y ese cariño no deviene sólo de su pasado rutilante como imaginador de jugadas y de goles. Se atreve denunciando a mafiosos y a mafias. Se atreve doblegando a los miedos en una época argentina marcada por un gobierno flamante que, sin maquillajes, anticipa represiones para quien se les anime a sus políticas de ajuste. Se atreve en un país en el que el capital reconcentrado y extranjerizado regresa recargadísimo para ir por todo y avasalla con derechos sociales y laborales consagrados a lo largo de las décadas. Se atreve casi heredando su audacia como creador en las canchas. O, más atrás, se atreve siguiendo los mandatos que aspiró en su casa de Don Torcuato, en una de las tantas superficies de bolsillos agujereados que signan al Gran Buenos Aires y a la Argentina: no baja la cabeza frente a la omnipotencia de quienes acumulan cargos y, especialmente, dineros. En esa decisión y en ese comportamiento, coherentes con su historia, Román consigue oro, acaricia lo ausente, ocupa el mayor vacío de la época: representa.
Impactado por la respuesta de Riquelme a la prepotencia de sus antagonistas, el sociólogo Carlos Girotti se detiene en ese punto: “Frente a la crisis de representación que atraviesa a todos los órdenes de la vida social, Román demuestra que sigue siendo posible representar. No es casualidad que tantas personas que no son de Boca hicieran toda la fuerza para que Riquelme triunfara y llamaron a sus amistades de Boca en solidaridad. Él advirtió que la privatización del club es un modo de ‘arrancarnos el corazón’”. Lógico, Girotti: imposible no entender ese mensaje, imposible no partir aguas, imposible no representar. Incluso a niveles por los que el sociólogo escribe un apunte que incluye pero excede a la pelota: “En La Boca se ha demostrado que es posible derrotar a la ultraderecha con participación popular y con dirigentes a tono con las circunstancias”.
Alrededor de Román, multitudes fluyen hacia las calles en un tiempo sobre el que se predicó y se predica que no hay ánimo para movilizarse. Alrededor de Román, se esfuman las resignaciones posibilistas que interpretan que no hay manera de cachetear las disposiciones omnímodas de los dueños de todo. Alrededor de Román, recupera vigencia una expresión cada tanto rescatada por las ciencias sociales: “rebelión plebeya”. En la vieja Roma, los plebeyos conformaban un sector social que carecía de derechos políticos y de la protección de los terratenientes y que se alzó en el curso de tres siglos hasta desacomodar el escenario de poder. Dice otro sociólogo que explora cada día las rugosidades de la Argentina: eso, una osadía plebeya que no se rinde, una osadía que no por eso es perfecta, también es Román.
En la Argentina, estremecida y castigada, la modelación del futuro amaga con más estremecimientos y con más castigos. Más castigos para el pueblo. Los vencedores de esta hora se jactan con la sonrisa de los invictos. Pero invictos no están. Juan Román Riquelme asumió como presidente de Boca Juniors.