Gonzalo Pérez salió campeón de la Supercopa con el negro de la Cuchilla el domingo frente al Nacional de Ricardo Zielinski. El equipo de Jorge Bava se impuso 1-0 durante los 90 minutos de juego a pesar de tener durante casi una hora un jugador menos por la expulsión de Lucas Lemos. El equipo tricolor no dio pie con bola, mientras que, por el contrario, Liverpool se plantó basado en dos cosas fundamentales: la química grupal que traen consigo los jugadores criados en el club con una idea cabal de juego, y la frescura adaptativa de sus nuevos jugadores. Jugaron con hambre de ganar, y eso supone una virtud frente a todas las estrategias.
Gonzalo Pérez no había jugado ninguna final en las formativas de Liverpool, club al que llegó “cuando recién empezaba el liceo”, pero apenas desembarcó en Primera División se encontró con la primera Supercopa ganada por el negriazul, también contra Nacional, y con el regreso paulatino de la gente a las tribunas luego de la pandemia. El público fue volviendo a las canchas mientras Gonzalo fue haciendo las primeras armas en la experiencia del vestuario con los referentes y consigo mismo, devenido profesional.
Vivió toda la vida en el barrio del Cerro de Montevideo, en la calle Chile a tres cuadras de la cancha de Rampla Juniors, el Estadio Olímpico. Su familia, hincha del picapiedra, lo llevó a las infantiles del club donde estuvo sus diez primeros años de fútbol: “Lo más difícil cuando te vas es despegarte de esos amigos, porque desde los cuatro años hasta los 13 jugamos siempre los mismos”, dice Gonzalo. Sin embargo, cuenta que decidieron con su amigo Bryan Smith –quien ahora milita en Potencia, otro cuadro histórico del oeste de Montevideo– probarse en Liverpool por un llamado de aspirantes.
La captación de los nuevos valores se da sobre todo en el baby fútbol, mientras que quienes vienen de experiencia infantil en AUFI quedan más relegados y van a estas pruebas un poco más “solos”. Pero también es cierto que la adaptación a las canchas grandes se les hace más sencilla que a quienes vienen de jugar en canchas de nueve o, en los últimos tiempos, de siete. Así como lo más difícil para Gonzalo fue despegarse de aquellos que siempre corrieron a su lado, también fue difícil para el chiquilín adaptarse a nuevos compañeros y nuevas costumbres.
Desde el patio del liceo número 11 se ven los mismos barcos encallados que desde la cancha de Rampla. “Estuve un par de semanas yendo a los dos equipos, porque la práctica de Rampla era a las siete de la tarde, que era la hora que yo llegaba de Liverpool. Hasta que un día el director técnico Nil Chagas, de Liverpool, me dijo que escaseaban los zagueros, probé y me empezó a gustar, así que quedé. Desde ahí partió todo: el juego y los valores, desde agradecer en la calle hasta subir todos juntos al ómnibus. Cosas mínimas que te van enseñando, como la camiseta por dentro del pantalón. Es que en realidad todavía éramos niños”.
Al principio entrenaban en el Complejo del Oeste, al que llegaban en un bondi desde Lomas de Zamora. Después, cuando se construyó la famosa República de Liverpool, el ambicioso proyecto de José Luis Palma que viene dando sus frutos, se mudaron para el nuevo predio de ilusiones. “Es difícil, después, irse de un equipo así a otro lado. Lo he vivido con compañeros míos a quienes les cuesta adaptarse a que en otros lugares no te dan nada. Los compañeros de las inferiores se van repartiendo por los equipos, pero crecimos juntos, y los valores que aprendimos son los mismos y son los valores que te enseñan en Liverpool”.
Sobre esa etapa de formativas que parece tan lejana cuando vemos al zaguero debatirse en duelos crudos con nueves que peinan canas, dijo: “Es muy linda la etapa previa a llegar a primera división. Quizás es lo más lindo, pero es lo que menos disfrutás porque se va muy rápido, recién cuando llegás a primera te ponés a pensar en esas cosas, empezás a entrenar con gente de otra edad para quienes el fútbol ya es su trabajo, ya no son todos de la misma generación. Deberíamos poder disfrutarlo de otra manera, pero a veces con la rutina pasa eso”. Gonzalo evalúa su paso por las inferiores desde la gratitud a los valores aprendidos, la consecuencia con el juego de primera división para llegar lo más preparados posible, y la deserción o el cauce que tomaron otros compañeros en el camino. Eso le hizo valorar aún más las condiciones en las que el equipo de Belvedere ha trabajado durante los últimos años, lo que lo ha convertido hoy en día en una de las potencias a nivel de divisiones inferiores y promoción de futbolistas que alimentan la base de la primera división que campeonó el domingo.
Gonzalo Pérez viene de una familia de deportistas y quizás allí radica su afición al profesionalismo, que es de las primeras cosas que destacan en la interna del club. Su viejo y su hermano, impulsados por los colores, defendieron en básquetbol a Verdirrojo, aunque también lo hicieron en Olimpia, su hermano, y en Reducto, su padre. Pero Gonzalo siempre se sintió más identificado con el fútbol. Cuando la práctica más importante de ambos deportes fue el mismo día, el zaguero campeón decidió con el corazón. Dice sentirse atraído por los entornos barriales que tanto el básquetbol como el fútbol acercan, pero también reconoce que “el básquetbol muchas veces va más de la mano de lo académico y el fútbol más para salir de contextos críticos. A veces el futbolista no ve del todo claro tener un plan B, mientras que el basquetbolista en realidad siempre tiene un plan B o el deporte está en segundo plano. En el momento de entrenar fútbol nadie piensa en el porcentaje bajo de jugadores que llegan a vivir de esto. Cuando empieza a achicarse el embudo, en quinta o en sub 16, ya todos están pensando en lo mismo, que es llegar a primera. Pero lo importante no es tan sólo llegar a primera, sino mantenerse; no puede ser sólo una meta, sino que hay que ver más allá”.
Parado en ese más allá al que se refiere a la hora de soñar con llegar, Gonzalo Pérez dice mirar “cualquier partido que haya, porque de eso también se aprende: los movimientos, los perfiles, la experiencia de otros”. Desde que el destino o la tenacidad lo llevaron a la zaga empezó a tener claro que debe ser capaz de dar indicaciones para un lateral, por ejemplo, o para el otro. También agradece ver reflejado el trabajo de las formativas en la primera división: “En cada fichaje se fijan en todo lo que pasa alrededor, sus valores, no sólo sus estadísticas, porque eso te lleva a tomar decisiones, a relacionarte con el grupo. Podría haber un montón de nombres en Liverpool, pero sobre todo lo que hay es química entre todos, jugamos juntos desde hace muchos años e hicimos el mismo recorrido. Los nuevos que llegaron se adaptaron a eso, a la forma de jugar y sobre todo a la dinámica del grupo de trabajo. Tengo la suerte de estar en los mejores años de Liverpool: esto se trabaja, hay un pienso, desde las formativas, donde nos sentíamos protagonistas. Llegamos a primera con hambre de ganar porque así nos acostumbramos. También es una responsabilidad transmitir esto a las nuevas generaciones; tengo compañeros dos años más chicos que yo y la otra vez debutó uno que es cuatro años más chico. Suben a entrenar y andan volando. La idea es mantener la química, no perder el foco, jugar y competir, pelear el Uruguayo, que es una espina, y también sería histórico clasificar a la fase de grupos en la Copa Libertadores. Es una responsabilidad linda para los jóvenes y también para los grandes; estamos entrenando para eso”.
Hay cosas del folclore liverpoolense que caracterizan a su gente: en el entorno, la luz del 546, el café Tititos, la bandera de “Los de siempre”, el recuerdo del Positivo; en la intimidad, la presencia del Canario, ese espíritu murguero que habita en el Estadio Belvedere, la frescura del Tribi, el otro utilero que se encarga de la primera división, la cocina de Virginia, que alimenta a los futbolistas más grandes y a los más chicos del interior que viven en la sede, con ese sabor de los casero, y la presencia de Emiliano Alfaro, toda una referencia para grandes, chicos y ajenos.
Para estar con los pies sobre la tierra, Gonzalo decidió trabajar en terapia con María Eugenia Bertocchi, a quien conoció en las inferiores del club, vaya herramienta. Las frustraciones, por suerte o por entereza, también las tiene en cuenta. Juntos fueron trabajando la presión, el enfoque. Gonzalo habla de la Libertadores y del Apertura con conciencia y con convicción; reconoce que le encantaría ser un jugador de selección, pero también sabe que le falta un poco de todo. A la vez, entiende que para que todo esto siga pasando, el objetivo más cercano es “ganar el próximo partido”.