Lavalleja, que le ganó los seis puntos de su semifinal a Guichón, y Salto, que después de dos empates 1-1 con Florida logró su condición de finalista en el vigesimosegundo penal de la definición, habrán de definir en los dos próximos fines de semana el mayor título de la Organización de Fútbol del Interior (OFI), la Copa Nacional de Selecciones, nuestro mundial. La primera de las finales se jugará el domingo en el estadio Dickinson de Salto, mientras que la copa se alzará una semana después en el estadio Juan Antonio Lavalleja de Minas.
La selección de Lavalleja, nuevamente dirigida por Gerardo Cano, llega por segunda vez consecutiva a la instancia máxima de definición. Como fue la que más puntos obtuvo en esta instancia, jugará la finalísima en su magnífico estadio, el Teatro de las Sierras.
También será la segunda final consecutiva para Salto, pero no fue el rival del año pasado de los serranos: los albirrojos del Litoral no participaron en la edición anterior tras haber campeonado a puertas cerradas en la edición en la que nos agarró la pandemia y el torneo se definió recién en la primavera de 2020. Tras jugar y ganar esas finales frente a Canelones del Este, no hubo edición 2021 debido a la covid-19, mientras que Salto no participó, por decisión propia, en la edición 2022 que ganó San José.
Que no se apaguen las bombitas amarillas
La instancia de semifinales fue brillante: estadios de las más diversas características absolutamente llenos; una gran identificación de los pueblos con sus representaciones futbolísticas; y un alarde de amor a la camiseta de esa centena de deportistas en espectaculares enfrentamientos, noches que quedarán en la historia viva de esas sociedades.
La Liga Salteña de Fútbol es la liga de OFI con más clubes y categorías. Juegan en Salto 30 equipos que se dividen en tres divisionales (la A con 12 clubes, la B con 12 y la C con 6) y, por lo tanto, tiene la friolera de no menos de 700 jugadores elegibles.
El otro finalista es Lavalleja, que tiene nueve equipos en una única divisional, pero en esos relativamente pocos futbolistas elegibles tiene una enorme fortaleza por la organización y la concepción de la selección que en estos últimos años se apoya en el Lavalleja FC, el club que dirige también Gerardo Cano.
En el otro extremo está la Liga Regional de Fútbol de Guichón, que con sus siete clubes no pasó de una centena de elegibles, que sin embargo pudieron mantener en vilo a sus vecinos dedicándoles las mejores noches de la historia deportiva del pueblo.
Florida es seguramente el que en este período promovió el mayor movimiento popular espontáneo de su gente por un equipo y un cuerpo técnico de gran trabajo y con bastante secuencia: Fernando Bruno dirigió a la albirroja en tres de los últimos cuatro campeonatos del interior, y en esos tres llegó a las finales del Sur y en los últimos dos fue semifinalista de la Copa Nacional de Selecciones. Tiene 20 clubes, 12 en la A y ocho en la B, con la particularidad de que hay equipos de la capital pero también de Sarandí Grande, Mendoza, Mendoza Chico, 25 de Mayo, 25 de Agosto, Pueblo Independencia y Cardal.
Penal
El remozado estadio Campeones Olímpicos estaba lleno, con 5.000 personas en sus cuatro tribunas. Un fenómeno particular y estimulante que, sin ninguna estructura publicitaria o comercial que apuntara al masivo resurgimiento del pueblo en el estadio, y apenas con un seguro y esforzado trabajo en redes, se fue incrementando cada vez con mayor intensidad.
El domingo no fue la excepción. Enfrente estaba la poderosísima selección salteña, que venía por lo suyo con personalidad y estirpe.
Salió un partidazo de tanta intensidad como emoción porque el premio era grande. Florida salió a aplastar a sus rivales y metió unos 15 minutos infernales hasta que llegó el gol de su capitán, Maximiliano Riviezzi. Después de eso, Salto, que realmente la había pasado muy mal, se empezó a acomodar en el partido, pero los floridenses se llevaron la ventaja al vestuario. Sucedió que no sirvió de mucho, porque al minuto del complemento Salto puso el empate con un gol de Fabio Rondán, y a partir de entonces cambió el sentido del juego con una exquisita noche del veterano Nicolás Fagúndez, que manejó el partido. Florida lo buscó, lo buscó y hasta pudo haber conseguido la victoria sobre el final, pero fueron a los penales.
Allá en lo alto de la tribuna, un hombre que tiene años, tiene callo y esperanza, además de decenas de razones en las que reconvertir el mañana, me dice que se descompone y quiere salir corriendo, que no va a aguantar los penales, que no soportará el momento en que el juez indique que se terminó y ya no hay futuro. El hombre no quiere volver de aquella niñez y pretendida felicidad que le da la ilusión. No quiere ver los penales, quiere saber qué garantía tiene el azar de los penales para que siga, y no que la ilusión quede hibernando hasta el año que viene.
Uno atrás del otro. Cuando atravesamos el ecuador de los cinco tiros por equipo, el colega y escritor salteño Miguel Méndez desliza en Twitter que los penales de Salto-Florida son más que los de Argentina-Francia, no en número, sino en la concepción única de la circunstancia. Allá en lo alto de la Nasazzi, solo entre miles, pensaba lo mismo. Después del undécimo penal de Salto, en el undécimo penal de Florida, la pelota da en el caño y no entra. El estadio tiene un minuto de silencio que amplifica los gritos de alegría de los salteños que han logrado lo que cinco tiros antes parecía que estaban a punto de perder: son finalistas.
Inolvidable
Guichón tiene una población de 5.000 personas, lo que quiere decir que el sábado medio pueblo fue al estadio para remontar el 3-0 en contra de la ida. El recibimiento de los vecinos de camiseta roja fue apoteósico, nunca visto, y aunque no suma puntos ni goles, enmarca un acontecimiento casi fantástico.
No pudo ser para Guichón. Lavalleja terminó llevándose el partido 1-0 con gol de Marcelo Martínez.
Los aficionados del deporte conocen el momento. Es una sensación de éxtasis finita, que se transforma en horas o días de alegría que parece que será para siempre pero que, a medida que pasa la vida, el tiempo, a medida que el recuerdo se agiganta exageradamente, sabe que será para siempre mientras las neuronas puedan conectar ese recuerdo, y que allá en las revanchas del Google Calendar habrá otro enero que nos podrá conducir a dividir el carnaval de los sueños.
Los aficionados del deporte conocen el momento. Es un dolor agudo acá, que se transforma en un dolor sordo y ligeramente perturbador que parece que será para siempre pero que, a medida que pasa la vida, el tiempo, a medida que se cierra la herida, que se forma callo, uno sabe que pasa, que pasará, que duele pero es inevitable. Es como un latigazo en el alma que conmueve, más aún si va anunciadamente a contramano de las expectativas. Aunque sea finito, nunca es changa asumir que se termina todo, aunque ese todo no sea más que hasta el año que viene.
Qué hermosura el fútbol.