Los Angeles Lakers y Boston Celtics marcaron el ritmo en la NBA durante la década del 80, sumando ocho anillos entre ambas franquicias. Magic Johnson y Larry Bird se disputaban el reinado de la liga cuando empezó a emerger la figura que llevaría a otro nivel la forma de concebir el básquetbol.
Michael Jordan, proveniente de la Universidad de North Carolina, fue reclutado por una organización en decadencia en la tercera posición del draft de 1984. En su temporada debut, además de devolver a Chicago a instancias de playoffs, obtuvo el premio al rookie del año.
En marzo de 1985 Jerry Reinsdorf compró la franquicia, nombró a Jerry Krause como director deportivo. En el draft de 1987 se hicieron de las fichas de Scottie Pippen y Horance Grant elementos claves en el primer trhee-peat.
Pero apareció un sarpullido que retrasó el nacimiento de una nueva dinastía y entorpeció la narrativa perfecta que la NBA tenía preparada para su mejor jugador. Los Detroit Pistons, liderados en la duela por el base Isiah Thomas, se granjearon el mote de Bad Boys por un juego defensivo excesivamente físico. Los dirigidos por Chuck Daly cortaron la hegemonía Lakers-Celtics obteniendo un bicampeonato en las temporadas 88-89 y 89-90. En ambas ocasiones los Bad Boys le ganaron las finales de la Conferencia del Este a Chicago Bulls.
Otra historia
Fue en la primera de esas finales que los Pistons pusieron en práctica Las reglas de Jordan (Contra, 2021), un sistema defensivo que su razón de ser se basaba en anular al astro, aunque para lograrlo se transitara un carril antideportivo que ponía en riesgo el físico del rival.
Sam Smith utilizó el nombre de la táctica defensiva de los Pistons para titular el libro que describe al detalle la temporada 90-91 de los Chicago Bulls, año en el que la franquicia obtuvo su primer campeonato, y Michael Jordan pudo revalidar su credencial de mejor jugador de la liga.
El autor, que por entonces trabajaba como periodista para el Chicago Tribune, en su calidad de reportero acompañó a los dirigidos por Phil Jackson durante nueve meses. El tiempo junto a dirigentes, entrenadores y jugadores cerca del banquillo, en los entrenamientos, vestuarios, hoteles y autobuses, le permitió conocer de primera mano una interna que no reflejaba la armonía que se percibía en el juego.
Phil Jackson, después de trabajar como asistente de los Bulls, quedó al frente del cuerpo técnico en la temporada 89-90. El cambio fundamental respecto a su antecesor fue la implementación del triángulo ofensivo, ideado décadas atrás por uno de sus colaboradores, Tex Winter. Esta fórmula de ataque le quitaba el balón de las manos a Jordan y lo distribuía entre todo el quinteto, cosa que no le cayó en gracia al escolta. Sin embargo, el tiempo le dio la razón al hombre que fue capaz de domesticar los egos de una plantilla en la que no faltaban las rispideces.
Not rules
Las reglas de Jordan no trata únicamente la bitácora del casi centenar de juegos disputados por los Bulls camino a su primer anillo. Smith devela los desacuerdos y pulseadas entre el líder del equipo y Jackson. Los celos y discrepancias entre los propios basquetbolistas. Las pujas de los representantes con el director deportivo Jerry Krause por mejoras en los contratos, cosa que ineludiblemente va de la mano con el rendimiento, dando lugar a otras tensiones: los minutos en cancha de cada uno, las posibilidades de tiro, el celo por las oportunidades concretas que permitan solidificar estadísticas personales y mejorar porcentajes. Por ello hay espacio para describir el perfil de cada uno de los actores de reparto –como los llama el propio Jordan–, y analizar los cambios de humor de los miembros del plantel conforme transcurre la temporada.
Cuando el cenital regresa al protagonista, por momentos puede verse a un personaje despiadado con los compañeros que deben soportar provocaciones, gritos e insultos. Un competidor que amedrenta a sus rivales y permanece inmune al trash talking. Alguien que se rige por sus propias reglas, que se saltea entrenamientos y apuesta fuerte en sus partidas de golf con individuos de dudosa reputación.
Por otra parte está la marca Michael Jordan. El mejor en su disciplina. El ícono. La cara visible de las multinacionales. El que siempre se muestra amable con la prensa y los fans. El suprahumano que desafía la gravedad y permanece suspendido en el aire más tiempo que cualquier otro mortal. El ejemplo a seguir. El producto comercial que no puede ni debe tener fisuras.