Mauro Guevgeozián llegó a Fénix a los 14 años. Se crio a bondi entre barrios lejanos con la mirada al oeste. Todas las respuestas las tiñe el mismo faro. Es el momento de parar un viaje de años que arrancó en un noviazgo y terminó en plural. Guevgeozián usaba una colita en el pelo que era un símbolo de rebeldía, una especie de cable, como también supo llevar Rodrigo Palacio, el hábil argentino que miramos por tv. Aún con ese cable suelto, Mauro alcanzó ese anhelo de sillones: el vicio del fútbol argentino. Probó la pintura caída de todas sus canchas. Lamentó goles y convirtió otros, sobre todo con la camiseta de Temperley, ese barrio al sur como un tango conurbano. Fénix fue siempre la otra parte de la canción. Perú se abrió y se oyó su nombre. “Volver” es otro tango raro, sin embargo, y las quejas del cuerpo no tienen nada que ver con las ganas. El equipo pelea por resurgir como el ave y su leyenda, al mismo tiempo que en Mauro resurgen fuegos que sólo crecen en el área. Los futbolistas tienen un corazón nómade que se aferra como puede con tinta de los colores, se encuentra con camisetas inesperadas que despiertan emociones. Cuando el goleador se revisa los taludes callan. El gol late mucho antes que el grito. Guevgeozián conversó con la diaria una mañana de viento capurrense, que no es un viento cualquiera, es el viento de un río que define.

¿Cómo se siente volver al país después de tantos años en el exterior?

Nuestra hija más chica nació en Perú, Paz, es peruana. Con Juana estábamos en Colombia pero nació en Uruguay, y con Felipe en Argentina, pero también nació en Uruguay. Fueron unos cuantos años afuera, 11 años de corrido, el último año que jugué acá fue en el 2012. Cuando los hijos son más grandes es más complicado porque ya están generando vínculos, generando amistades. Incluso uno de los motivos fue que mi hija empezaba la escuela y queríamos darle esa estabilidad ¿Cuánto más podía estar afuera? Un año más, con suerte dos. Ahora que volví tengo ganas de jugar. Desde el año pasando me estaba costando el día a día. Volví acá y me resurgió todo, la gente, el grupo que hay que es bárbaro. Me levanto temprano, vengo a tomar mate al Capurro, me quedo después de entrenar, no tengo apuro en irme. El último año en Perú el club no estaba bien, el grupo tampoco, los extranjeros la mirábamos de afuera y había dos grupos y nosotros como intermediarios. No la estábamos pasando bien y eso me estaba sacando las ganas que ahora me resurgieron.

¿De qué manera se traduce en el presente el arraigo por la camiseta?

He jugado poco, me lesioné, me ha costado. Es otro ritmo, es otra cosa a lo que venía acostumbrado. Acá es todo mucho más físico, allá en Perú es más técnico y estaba en competencia, podía ir piloteando la semana hasta el día de carga. Después se recuperaba. La llevaba jugando. Al volver me costó la pretemporada y por lo tanto agarrar ritmo después. Por otro lado, es divino porque cuando me fui por primera vez siempre quise volver. Ahora tengo la oportunidad de estar acá y la estoy disfrutando. Vine a Fénix con 14 años y me fui a los 23 por primera vez a jugar a Chile. Entrenábamos acá en el parque [Capurro] que ahora está divino pero antes era una cancha de tierra. O entrenábamos en el Complejo, que también ahora está divino, pero cuando íbamos nosotros era una cancha de tierra, había un veterano que vivía en un rancho y encima es allá frente al parque Lecocq. Había que hacer trasbordo con el 494 o en el 127 que agarraba abajo del viaducto. Nos íbamos encontrando, se iban subiendo en las paradas. Unos cuántos llegamos a jugar juntos en Primera, como Gonzalo Papa, Hernán Novick, Martín Cardozo, Polaco [Claudio] Rivero y muchos otros que se me pasan. Hicimos todo el camino juntos. Después en cuarta subí derecho a tercera, veníamos acá al Capurro, teníamos ómnibus, entrenábamos en Melilla, eso era acariciar el profesionalismo, algo que me costó un tiempo encarar, hasta que me puse más serio, por suerte. Mucho barrio, mucha junta, no me privé de nada, eso por un lado está bárbaro desde un punto de vista humano, pero desde el lado del profesionalismo está horrible. De todas maneras, siento que está bueno hacer las cosas a su tiempo.

Foto del artículo 'Mauro Guevgeozián: “Fénix siempre fue ese faro para volver”'

Foto: Mara Quintero

¿Soñabas con jugar al fútbol?

Toda la vida. Me contaba mi abuelo que era chiquito y me paraba adelante de la tele diciendo que iba a jugar ahí, y estaban pasando los partidos en el estadio. Toda la vida. Desde que camino me anotaron en el baby fútbol. Iba al UGAB [Unión General Armenia de Beneficencia], salía de clase y tenía la canchita ahí. Entraba a las 8.00 y me iba a las 21.00. Hacía todas las actividades que había para niños: gimnasia, fútbol, deporte, y mis viejos laburaban todo el día. Como mi hijo, que tiene tres años y anda corriendo con la pelota. Yo sabía que lo que quería hacer era jugar al fútbol.

¿Siempre ha estado cercana la comunidad armenia?

Mi abuela nació viniendo para acá y a mi abuelo lo adoptó una familia armenia de Paso de la Arena. Cuando me fui a jugar a Armenia tenía 18 o 19 años. Fui al Pyunik a jugar la clasificación para la Europa League. Nunca había ido, mis amigos de la escuela y el liceo fueron cuando terminaron, pero como yo no había terminado no había podido ir. Fue una experiencia corta, quedamos afuera con un equipo de Ucrania después de ganar en Irlanda. No había campeonato porque era invierno y se cortaba, entonces volví. El que me había llevado era el mano derecha de Julio Grondona, Noray Nakis, toda una rosca media rara, pero estuvo buena la experiencia y conocí el país y la comunidad. Volví como siempre a Fénix, pero me fui a préstamo a Cerrito porque tuve un problema con un técnico. Salimos campeones de la B, me fue muy bien y volví a Fénix antes de irme. Cuando sos jugador del club, la gente del barrio que va a la cancha te da un apoyo distinto. Es otro sentimiento hacia el jugador que viene de abajo y eso se hace ida y vuelta y te vas encariñando.

¿Cómo se vivió el periplo por el exterior?

Después de Peñarol nos fuimos a Paraguay con Carolina, arrancamos juntos desde la primera vez, solos, sin familia. Buscar apartamento, conocer la ciudad, pasear. Viajando y trabajando, lo disfrutamos un montón. Después volvimos, nos casamos y formamos la familia, tratamos de que los gurises nacieran acá. Pero fueron muchos lugares, me llamaban, agarrábamos las cosas y nos íbamos. No me quedaba atado a nada. Si servía la propuesta económica y el lugar estaba bueno nos íbamos. Los goles estuvieron casi siempre, me quedó la deuda pendiente en Argentina de hacer una mejor campaña en Newell's, porque entrar a jugar a esa cancha era un sueño. Me hubiera encantado que me vaya bien ahí. Ahí quedó la deuda pendiente de los goles, en Belgrano también, que hice solo dos, en Gimnasia uno. En Temperley sí me fue muy bien, llegué a un Temperley casi descendido y metimos una campaña histórica, nos salvamos en la última fecha. Siento que ahí la gente me quiere un montón. En general jugar el fútbol argentino es sueño cumplido, me comía todos los partidos, los viernes de noche en TyC Sports, Fútbol de Primera, lo que nos gustaba el fútbol mirábamos eso y no lo podíamos creer. Me saqué esas ganas. De mi paso por Alianza Lima, me llamaban todos los años de diferentes cuadros para volver. La explosión económica argentina hizo que me vaya sino me quedaba a vivir. Por eso pegué la vuelta para Perú. Está bueno el fútbol peruano. En Perú el que es profesional hace la diferencia. En realidad, nunca me terminé de ir de Fénix. Fénix siempre fue ese faro para volver. Es importante tener un lugar donde pegar la vuelta. Estos últimos años fue el periodo más largo que no pude venir a hacer una pretemporada, pero siempre que volvía llamaba y me citaban para el día siguiente en Capurro. Llegaba y estaba el Negro [Nelson] Acosta que era el utilero de ese tiempo, ahora falleció, me daba la ropa y entrenaba con el grupo, que en realidad también siempre eran los mismos, siempre alguno volvía, Nacho [Ignacio] Pallas, Juan Álvez, Papa, el Polaco. El Negro Acosta era “el dueño del club”, un día en el Complejo no llegaba, no llegaba, no llegaba y lo fueron a buscar por el camino que hacía desde su casa que era la cancha, donde vive todavía su familia. Lo encontraron estacionado, le había dado un infarto.

¿Qué tenés en el horizonte en este momento?

Sé que me queda poco tiempo para jugar pero no me planteo dejar en este momento; tampoco moverme de Uruguay ni de Fénix. En Fénix me quedo hasta que me dejen. En la parte futbolística he cambiado muchísimo, en realidad los años hacen que cambies. Ya no te da para picar tres veces a la espalda del central. Entonces juego más que nada de espalda, aguantar la pelota, ir al área. En esto de hacerse profesional después de agarrar la rutina va solo, depende mucho de la compañía que tengas. Con Carolina nos gusta cocinar a ambos y comemos siempre sano, peso lo mismo ahora que a los 25. Estoy contento con la carrera que hice, quizás de joven desperdicié años, podría haber explotado antes o hacer mucha más carrera. Me puedo recriminar darme cuenta un poco tarde de lo que había que hacer. Por otro lado, no sé cuántos jugadores tienen la suerte de encontrarse con un club que le dé la posibilidad siempre de volver, de tener esa conexión con un club.

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Foto: Mara Quintero

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