Quizás la clave sea pensar a quien es futbolista como un trabajador o una trabajadora más. Pero para eso primero ser futbolista debe considerarse como un trabajo. La mujer futbolista está en otra pelea, en el incipiente viejo fútbol de mujeres, donde ya visualizan la vulneración de los derechos, el destrato, y el concepto de trabajo desde un faro mucho más sano y racional. Incluso desde un faro no diría más político, pero sí diría mejor fundamentado.
El fútbol masculino sigue pecando de lo mismo. Es un yunque en la mochila habernos olvidado de cientos de futbolistas que vivieron en la pobreza sin rescate. Esa mochila es política. ¿No será momento de sentarnos en una ronda con las pibas a ver cuánto tenemos para aprender de política?
Siempre hace falta ponerse un rato los zapatos del otro. Pasarle un limpiaparabrisas a la tele, sacar la manchita de la pantalla con la uña, ver que atrás hay gente.
Una visión: marcha por el agua, allá van futbolistas; concentración por los desaparecidos, allá van futbolistas; consejos de salarios, allá van futbolistas; PIT-CNT, allá van futbolistas.
La política es el diálogo que se teje entre opiniones. Cuando no hay tejido la política es fanatismo. Política de tribuna. El alambrado es el símbolo de la política de cancha. La cosa está claramente dividida: la Mutual, los jugadores que apoyan a la Mutual, los jugadores que no apoyan a la Mutual, los exjugadores como el Chengue Richard Morales, que quiso entrar a la reunión y no lo dejaron; la AUF, los clubes identificados en sus directivos, aunque los clubes nunca serán los directivos.
Quizás la clave sea pensar que quien es futbolista puede ser como cualquier trabajador o trabajadora. A modo de información: el trabajo de futbolista no empieza con el silbato cuando da inicio la práctica, y tampoco termina con los tres del final. Ese es un comentario vil, desinformado, incluso desculturizado. Futbolista se es todo el día.
Hay aspectos del deporte que no se miden en horas. Pero si es por medir, a veces los futbolistas trabajan 48 horas seguidas, a veces trabajan 72 horas, como en un barco. A veces trabajan 15 días seguidos sin día libre. Es normal que al futbolista se le deba su salario, es normal que el dirigente le mienta en la cara (sí, los mismos que levantan la mano), es normal que le paguen meses después de haber empezado a patear su contrato.
Así funciona. Ni que hablar de bañarse con agua fría en invierno. Eso es a la vez un símbolo y un cliché del que estamos podridos de hablar. No puede existir como única medición la cantidad de público: así el que paga siempre es el artista. Sí, el artista. Artistas y futbolistas se cruzan en una calle húmeda y desolada, la calle del oficio. Un oficio sin horario, la palabra bastardeada de jugar, la palabra bastardeada de crear. Nadie paga los ensayos.
El VAR es como la vida. Te exige revisión continuamente. Pero en la vida volver atrás es un acto poético. Y en la pantalla te miden con líneas. Dirigentes, respeten las reivindicaciones, es un momento histórico para cambiar la realidad de un trabajador y, por supuesto, aunque debería ser al mismo tiempo, de una trabajadora. Todas las manos alzadas están lavadas. Se está votando la precariedad y la pelota quema como la papa del juego. El día en que los futbolistas y las futbolistas se junten realmente el mundo se quedará en pausa, y el paro no será tan sólo una herramienta, será un lápiz para escribir la historia.