Peñarol y Nacional jugaron en el Centenario un clásico con todas las letras. Las figuras siendo figuras, los empujones, las bengalas. Los técnicos sabiendo que no hay amistosos clásicos y poniendo lo mejor que tienen al mismo tiempo que van armando los planteles.
Nacional, de la mano del Chino Álvaro Recoba, dominó el primer tiempo con un puzzle donde todas las fichas pegaban con Mauricio Pereyra. El muchacho criado en Nacional vistió la número 10 y se mostró maduro en el juego, a tiempo, en el aire. Fue el vértice de todos los rombos que terminaron en Ruben Bentancourt o en Gonzalo Carneiro.
Peñarol como en un espejo, valen la literalidad y la metáfora. Pero a diferencia de Nacional y por una cuestión de características, Franco González se tiraba un poco atrás para recibir y generar y Maxi Silvera, aunque activo y encarador, no fue el nueve aéreo que por momentos necesitó el mirasol. El ex Cerrito fue alimentado por el Cepillo, y por los desbordes del ecuatoriano Byron Castillo, que parece haber nacido en Aires Puros aunque entendió lo de los clásicos por el legado de Alberto Spencer. Se le fue la moto y lo amonestaron, estuvo en todas las conversaciones aunque no siempre con certeza.
Nacional, entonces, en un momento superlativo de sus dos delanteros: Bentancourt y Carneiro presionaron a sus rivales, colaboraron en la marca, generaron opciones propias y prestadas y convirtieron en el primer tiempo un gol cada uno que marcaron la página. Bentancourt recibió de Pereyra, que tiró un caño que no fue pero brilló lo mismo. Ubicó al exdelantero de Peñarol y de Liverpool, que desde el control supo adónde iba a ir a parar el juguete redondo. Habrá soñado con aquello toda la vida. De Amores se estiró pero estaba escrito, Bentancourt y Nacional, un sólo corazón.
Carneiro hizo lo propio tras un error en el despeje de Maxi Olivera provocado por el asedio constante de ambos delanteros. Ante la salida del arquero –que si hubiera sido otro, lo partía–, colocó el segundo con clase desde lejos.
Un conjuro de whisky y uñas limadas, otro de sal tardía, un conjuro de yerba y arena. En las casas y las playas los clásicos son la banda sonora. Un conjuro de asados en malla; de bares chorreando la vuelta al calendario. Nacional y Peñarol jugaron con todas las letras de la palabra. En el VAR estaban viendo otra cosa, dejaron sin efecto dos o tres jugadas que hubieran movido el trámite.
Polenta y Romero fueron bastiones en el fondo tricolor. En Peñarol Camilo Mayada vio pases que nadie veía. Aguirre probó con los debuts de Leonardo Fernández y Gastón Ramírez, para seguir intentando por abajo. Peñarol jugó bien en ofensiva en la segunda parte, pero Nacional jugó mejor aún en defensa. La hinchada pidió más huevos en la ensalada. Pereyra pegó una en el travesaño que no hubiera olvidado jamás, quizás tampoco la olvide.
Gastón Ramírez volvió al cuadro de sus amores después de años de ir y venir. Probó en la primera que tuvo y llevó al manya adelante. Peñarol fue otro pero Nacional fue el mismo. Aunque se quedó con diez por doble amarilla para Pereyra que había sido uno de los mejores. Bentancourt se fue aplaudido y eso lo despertó de un sueño que sigue. El fútbol a veces es un sueño que sigue.
Con Ramírez y Fernández Peñarol pudo, pero Nacional tuvo al panameño Luis Mejía como estampita. Los conjuros de verano le salieron a Recoba y es difícil pensar después de ganar pero hay que hacerlo. Nacional se quedó también con el segundo clásico de verano y Recoba terminó de llegar a su puesto.