El mejor campeonato internacional de clubes del mundo, la Copa Libertadores de América –no vengan a jorobar con la Champions– fue un invento de los uruguayos. Por lo menos durante sus primeras tres décadas, cuando surgió, creció y se asentó como el gran evento futbolístico del año, fue más que importante para uruguayos y argentinos: de las 30 primeras ediciones, 23 coronaciones fueron de clubes del Río de la Plata –15 argentinas y ocho uruguayas– y hubo un selecto grupo que implicaba a Independiente (siete), Peñarol (cinco), Nacional (tres) y Estudiantes (tres), que en ese período alzaron 18 veces la copa y estuvieron en 26 finales. Dicho de otra manera, en tres décadas sólo hubo cuatro definiciones en las que no estuvieron estos cuatro clubes, un dato tan impresionante como sería encontrar una final sin un campeón brasileño en los últimos años.

El mismo juego, distinto plan de negocios

El mundo y el fútbol cambiaron. La economía y la geopolítica orientan año tras año el destino de las competencias. Casi desde el arranque de este siglo, a excepción de aquel 2016 con su final entre colombianos y ecuatorianos –Atlético Nacional de Medellín e Independiente del Valle–, las otras 23 finales han tenido siempre a un argentino o un brasileño, o a dos argentinos, como pasó en la recordada final de Madrid de 2018, o a dos brasileños, como pasará ahora, lo que terminará en una secuencia de seis Libertadores seguidas ganadas por clubes que compiten en la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF).

Sobre todo en los últimos 15 años, una pared de dólares por la que podían asomar equipos virtuosos y jugadores prontos para desequilibrar en la alta competencia impide a clubes que no alcanzan esa combinación dar la pelea y recuperar viejos blasones.

Cuando casi llegamos

Un dato contundente de esos 15 años surge de contrastar lo que fue y lo que ha sido la presencia de equipos uruguayos en condición de acceder a la definición del título de campeones de la Libertadores. Sólo cuatro veces, desde 2009 a este 2024, han podido llegar a meterse entre los mejores cuatro de América: Nacional en 2009, Peñarol en 2011, Defensor Sporting en 2014 y este Peñarol de 2024. Y sólo una vez un equipo uruguayo llegó a la final: aquel dirigido por Diego Aguirre en 2011 que quedó por debajo del Santos de Neymar en una llave de ida y vuelta que bien pudo haber tenido un resultado distinto.

Esas cuatro excepciones se perdieron por detalles que surgen de la máxima fisura en la alta concentración, en la optimización de los futbolistas desequilibrantes, en tener que entregarse a incidencias para las cuales hay que estar curtido o tener cicatrices anteriores, o todo ello junto. Terminator dejando a los nuestros por el camino, aunque cerca, muy cerca de lo que cientos de miles de futboleros y futboleras uruguayas de 36 años o menores nunca han podido ver: un equipo uruguayo alzando la Copa Libertadores.

La patinada de aquel jovencito Sebastián Coates en 2009 ante Estudiantes de La Plata, el no gol de Robert Herrera en 2014 en el Centenario ante Nacional de Paraguay, el gol anulado a Diego Alonso en la final del Centenario de 2011 y los ocho minutos recibiendo tres goles de Peñarol en Río de Janeiro ante Botafogo son algunas de las explicaciones por las que no se llegó a ese éxito tan buscado.

El sabor de la copa

Dejando atrás 2011, la campaña 2024 del Peñarol de Aguirre representa la ilusión más fundamentada de alzar la sexta Libertadores. Este equipo tuvo a lo largo de su participación seis rivales distintos –Rosario Central, Atlético Mineiro y Caracas en la fase de grupos, The Strongest en octavos de final, Flamengo en cuartos y Botafogo en semifinales– y a todos les ganó por lo menos un partido. Es más, ya sabemos que le ganó al futuro campeón: en el Campeón del Siglo superó con muchísima autoridad a Atlético Mineiro 2-0, y también lo hizo de muy buena manera ante Botafogo en el Centenario el miércoles por un tanteador de 3-1, aunque condicionado por el resultado anterior en Brasil.

Peñarol no perdió ninguno de los seis partidos que jugó en Montevideo y tuvo la virtud de ganarle en Maracaná al Súper Flamengo, valuado en 200 millones de dólares, y dar cara en todos lados, a excepción de 45 minutos en Río de Janeiro, en los que se derrumbó todo para luego, en Montevideo, asomar entre los escombros.

El floridense Javier Cangrejo Cabrera, que llegó libre desde Argentinos Juniors a los 32 años, fue el gran ausente de los aurinegros en esta última instancia eliminatoria. Luiz Henrique, de Botafogo, no jugó en la revancha para poder estar en la final; tiene 23 años y está cotizado en 18 millones de dólares. Claro que un partido no lo gana sólo un jugador en el sentido global de lo que representa esa competencia, ni mucho menos un campeonato.

Hay, sí, otras variables que se pueden encontrar en la capacidad articuladora, estratégica y componedora, en el sentido amplio que puede tener quien gerencia los recursos humanos. Ahí es donde aparece Aguirre, que fue capaz de ayudar a sus dirigidos a potenciar sus mejores valores colectivos, a desarrollar estrategias propias para sacar el mejor rédito y a ubicarlos de tal manera que, más allá de algunos destaques, fueran ante todo un buen equipo.

Entonces, ¿es cierto que se puede, sin megapresupuesto, sin un plantel rutilante de estrellas, sin poder político o económico, ganar la Libertadores como antes?

No lo sabemos, porque ninguno de estos clubes, u otros de características parecidas, lo ha logrado en los últimos años, por lo menos desde que Liga de Quito consiguió su título en 2008, por penales, ante Fluminense.

¿Qué hubiera sido de este Peñarol si hubiese logrado administrar mejor las tensiones y emociones de ese segundo tiempo en el Nilton Santos? ¿Y si hubiese jugado un partido igual o parecido al de Montevideo? Incluso yendo muy muy lejos en el análisis y la proyección de acontecimientos que finalmente no sucedieron, ¿qué habría pasado si no hubiese existido la irreflexiva y torpe agresión de Washington Aguerre que frenó a Peñarol casi por completo en el momento en que más debía tomar velocidad?

Si quitamos eso y revisamos los otros tres tiempos de los dos partidos ante los cariocas, por difícil que resulte darle un soporte científico y comprobable, este Peñarol 2024 fue superior a Botafogo como antes lo había sido ante Flamengo, y también como lo había hecho frente a Atlético Mineiro, incluso en el partido que perdió en Belo Horizonte dando también todo un tiempo de ventaja.

El recuerdo sensible y emocional pondrá en lo más alto al equipo de Aguirre en la historia reciente de la Copa, aun sin haber llegado a la final. Pero además los números y los análisis serios y críticos harán saber a los que más adelante se encuentren o repasen esta campaña que Peñarol, sin ser campeón, fue uno de los grandes equipos y estuvo a la altura de la mejor competencia de clubes del mundo.