Faltan unos meses, nada más, para que el planeta vuelva a girar en torno a una pelota de fútbol. Y en Washington, bajo las luces del Centro Kennedy, la FIFA abrirá una caja de Pandora que es mitad azar y mitad arquitectura: de ella saldrán los 12 grupos del primer Mundial de 48 selecciones.

Será en Washington pero no habrá soccer: ¡Ésto es fútbol! Hay reglas nuevas, capas que pretenden generar una línea de flote y de equilibrio, y líneas rojas que ningún grupo podrá cruzar. Los anfitriones tienen asiento reservado, los gigantes del ranking están separados como si fueran placas tectónicas que no deben tocarse demasiado pronto y cada confederación tiene su frontera invisible. En ese mapa de prohibiciones y encuentros posibles, Uruguay espera en el Bombo 2. Cada uno tiene su idea y su gusto, pero a nosotros nos encantaría caer en México y estar un par de semanas jugando allí.

El sorteo será un acto bien coreografiado: anfitriones con posiciones marcadas (México A1, Canadá B1, Estados Unidos D1), cabezas de serie separados en dos cuadros que no podrán cruzarse antes de la final y la regla más estricta de todas: ningún grupo podrá contener dos equipos de la misma confederación, excepto la UEFA, que puede tener hasta dos.

A la selección uruguaya le puede tocar en cualquiera de las 16 ciudades de los tres países que hospedarán partidos y en cualquiera de los 12 grupos que se identificarán de la A a la L. Puede arrancar jugando el día de la inauguración, el 11 de junio, sólo si le toca el grupo A en México, y puede terminar su paso por el grupo apenas un día antes de que empiece la segunda fase, los dieciseisavos de final, si cae en el J, K o L.

Ingeniería en competencia

La Copa Mundial 2026 será la primera edición con 48 selecciones distribuidas en 12 grupos de cuatro. Nunca se ha jugado un Mundial absoluto así, y tal vez por ello, o tal vez por afinamiento de experiencias anteriores, hay en este mapa de competencia más restricciones y puestos fijos que nunca. El sorteo dejó de ser un trámite para transformarse en una pequeña ingeniería del destino.

El nuevo documento de la FIFA, publicado la última semana de noviembre, ordena con precisión quirúrgica cómo se distribuirán los 48 clasificados -faltan conocerse las selecciones que jugarán los repechajes en marzo-, y abre un paisaje en el que la tradición convive con reglas inéditas: España y Argentina por un lado del cuadro, Francia e Inglaterra por el otro, como si el torneo necesitara garantizar desde hoy una tensión simétrica; México clavado en el A1, Estados Unidos en el D1 y Canadá en el B1, porque los anfitriones también escriben la geografía de un Mundial.

La letra chica se volvió brújula: límites estrictos para que la UEFA no se amontone, prohibiciones cruzadas para evitar choques intraconfederación, excepciones contadas como pasadizos entre dos mundos. Lo que antes era un bolillero con magia hoy es, también, un sistema vivo que impone caminos posibles y descarta otros sin pedir permiso. Uruguay, como el resto de la Conmebol, se mueve dentro de ese mapa: hay rivales imposibles, otros que sólo aparecen en combinaciones específicas y un puñado de escenarios que respiran la lógica de un torneo que cambió de escala.

Lo que sigue es un intento de poner orden en el nuevo laberinto antes de que la suerte decida qué historia empieza a escribirse.

El sorteo se realizará con los bolilleros separados en cuatro conjuntos de 12 selecciones, de acuerdo con el ranking FIFA del 19 de noviembre, con la excepción de los coorganizadores, que a pesar de que no están entre los 12 primeros del ranking, están en el núcleo principal de los cabeza de serie, y los últimos seis de los repechajes, que sin importar qué lugar ocuparon, pasan a estar igualados a los del Bombo 4 con los peores del ranking.

Bombo 1: México, Canadá, Estados Unidos, España, Argentina, Francia, Inglaterra, Brasil, Portugal, Países Bajos, Bélgica y Alemania.

Bombo 2: Croacia, Marruecos, Colombia, Uruguay, Suiza, Japón, Senegal, Irán, Corea del Sur, Ecuador, Austria y Australia.

Bombo 3: Noruega, Panamá, Egipto, Argelia, Escocia, Paraguay, Túnez, Costa de Marfil, Uzbekistán, Qatar, Arabia Saudita y Sudáfrica.

Bombo 4: Jordania, Cabo Verde, Ghana, Curazao, Haití, Nueva Zelanda, cuatro clasificados europeos (A–D) y dos clasificados del torneo FIFA.

Hay un aspecto estructural que no se puede desconocer: los tres anfitriones, además de tener posiciones preasignadas, jugarán sus tres partidos en su país. Para ir haciendo boca, Uruguay podrá caer en cualquiera de esos tres grupos.

Vos para aquí, vos para allá

A diferencia de todas las restricciones de mundiales anteriores, esta vez se agrega un movimiento innovador: la separación obligatoria de las cuatro mejores selecciones del ranking.

España y Argentina no podrán quedar en el mismo cuadro, Francia e Inglaterra tampoco. Eso también arrastra a los demás integrantes de los grupos de esos cuatro que quedarán de un lado y del otro del diagrama si logran clasificar como primeros. Esto asegura que si todas ganan su grupo, sólo se cruzarían en la final.

En relación con la restricción por confederaciones, se mantiene básicamente lo que pasó en los últimos mundiales: ningún grupo podrá tener más de un equipo por confederación, excepto la UEFA (hasta dos), y de hecho, eso sucederá en por lo menos cuatro series, aunque podría pasar que quedaran siete series con dos de la UEFA y sólo dos grupos con un único europeo.

En la operativa, primero se distribuyen los del Bombo 1 desde el grupo A al L, con México asignado de antemano a la posición A1, Canadá a la B1 y Estados Unidos a la D1. En los siguientes bombos, la asignación a los grupos sigue un patrón predefinido de posiciones internas (2, 3 o 4, según bombo).

El mapa de Uruguay

Uruguay parte en el Bombo 2, y ese solo dato ya achica el océano. Como comparte ese copón con Croacia, Marruecos, Colombia, Suiza, Japón, Senegal, Irán, Corea del Sur, Ecuador, Austria y Australia, ninguno de ellos podrá cruzarse con la celeste en la fase de grupos.

A eso se suma la regla madre del sorteo: no puede haber dos selecciones de la misma confederación en un mismo grupo, salvo Europa. Eso despeja todavía más el horizonte: Uruguay tampoco podrá enfrentar ni a Brasil ni a Argentina (en el Bombo 1), ni a Colombia ni a Ecuador (del propio Bombo 2), ni a Paraguay, si entrara por vía del 3, ni a Bolivia, si lo hiciera por el 4. La Conmebol queda automáticamente dispersa por los 12 grupos del Mundial, uno por grupo y nada más.

Así, en este Mundial tan ancho de 48 selecciones, Uruguay ya puede tachar 16 o 17 posibles rivales sin siquiera escuchar el ruido de las bolillas. La matemática queda casi desnuda: sabe que tendrá sí o sí un equipo europeo —distinto de Croacia, Suiza o Austria—, ya sea uno de los siete cabezas de serie de la UEFA (España, Francia, Inglaterra, Portugal, Países Bajos, Bélgica o Alemania), o bien Noruega o Escocia desde el Bombo 3, o un europeo de repesca desde las bolillas innominadas del Bombo 4.

Cómo se juega un Mundial de 48 (y por qué esto importa para leer el mapa)

Cambió la coreografía. En lugar de 32 selecciones, ahora son 48, divididas en 12 grupos. Se mantienen los tres partidos por equipo, pero se abre otro horizonte: clasifican los dos primeros de cada grupo (24 equipos) y se suman los ocho mejores terceros, definidos por puntos, diferencia de gol, goles a favor y fair play.

Con eso se arma un cuadro final de 32 selecciones para los dieciseisavos de final. Y ahí está la clave para entender por qué Uruguay puede cruzarse, en algún momento del torneo, con casi todo el planeta, salvo con esa quincena de rivales “prohibidos” por el sorteo: el Mundial se despliega más ancho, con más posibles rutas, con cruces que se abren en abanico.

El cuadro de eliminación directa está prefijado en sus emparejamientos entre grupos (A vs B, C vs D…), pero los cruces que involucran a los terceros dependen de cuáles terceros entren y en qué orden. Por eso la FIFA maneja 16 variantes posibles de emparejamientos posfase de grupos.

Todo esto hace que el “mapa previo” de la celeste sea mucho más brumoso que en mundiales anteriores, pero al mismo tiempo más lógico de descifrar: primero se achica el universo por reglas de sorteo, después se abre por la dinámica del formato.

Dónde jugaría Uruguay según el anfitrión que le toque

El sorteo también condiciona la geografía. En un Mundial disputado en tres países, la sede del cabeza de serie determina gran parte del viaje celeste.

Si toca México (Grupo A): Uruguay jugaría casi todo en territorio mexicano. Dos partidos en Guadalajara y uno en Monterrey. Un Mundial espectacular.

Si cae con Canadá (Grupo B): un debut en San Francisco a todo sol, segundo partido en Vancouver ante los canadienses y el restante en Seattle, Estados Unidos. Ruta híbrida y compleja que parece arrancada de un episodio de El cuento de la criada.

Si le toca Estados Unidos (Grupo D): los tres partidos serían casi igual que si nos tocara con Canadá, pero el debut sería en Vancouver, ante Estados Unidos jugaría en Seattle y definiría el grupo en Los Ángeles.

También hay combinaciones en las que Uruguay podría tener uno o dos partidos en Vancouver (si cae en el G) o uno en México (si aparece en el F, H o K), o incluso un paso por Toronto (si cae en el L, E o I). Es un mapa amplio, pero no incoherente: el anfitrión manda y la celeste orbita alrededor de ese punto fijo.

¿Y qué hacemos con estos?

Uno de los puntos más delicados —y absolutamente novedosos— del sorteo del Mundial está en el Bombo 4: seis selecciones llegarán al 5 de diciembre sin nombre propio. Cuatro de ellas provendrán de las eliminatorias europeas y las otras dos saldrán del torneo clasificatorio intercontinental. Por eso, cada una de esas plazas puede terminar representando a hasta cuatro confederaciones distintas. Y aun así, todas deben cumplir la regla inviolable: ningún grupo puede contener dos equipos de la misma confederación.

¿Cómo se sortean bolillas que no tienen identidad final, pero sí generan restricciones? La FIFA ya adelantó que esta limitación se aplicará estrictamente a las selecciones que salgan del clasificatorio intercontinental. Eso obliga a tratarlas, desde el primer minuto del sorteo, como bolillas innominadas con confederación asignada o con un conjunto de confederaciones posibles. No hay otro método viable: si se las sorteara “a ciegas”, el Mundial podría producir grupos inválidos.

En términos prácticos, cada una de estas seis plazas viaja con un rótulo implícito: las cuatro europeas son, sin excepción, UEFA. Las otras dos son selecciones pendientes de clasificación, pero con una “firma” múltiple: representan a cualquiera de las confederaciones cuyos equipos aún estén vivos en su respectivo cuadro eliminatorio.

El procedimiento del 5 de diciembre, entonces, funciona así: cuando una de estas bolillas innominadas salga del Bombo 4, se analizan las confederaciones que podría representar. Si el grupo donde le toca entrar ya tiene una selección de alguna de esas posibles confederaciones, esa bolilla no puede colocarse allí. Se la salta y se pasa al siguiente grupo válido. Esta lógica no es improvisada: la FIFA ha hecho esto durante años en sorteos donde quedaban repescas abiertas.

Y si las combinaciones fueran tan heterogéneas que comprometan el flujo natural del sorteo, existe una vieja herramienta de contingencia: reservas de posición e intercambios controlados al final del bombo, siempre bajo las restricciones del procedimiento oficial. No son maniobras secretas: son los seguros que sostienen la integridad matemática del sorteo.

El sentido de todo esto es simple, pero decisivo. Aunque esas seis selecciones no tengan nombre, sí tienen límites confederativos. Y es esa información la que garantiza que el Mundial nazca ordenado, sin grupos imposibles, sin conflictos posteriores. Es la ingeniería invisible que mantiene la ilusión del azar en perfecto equilibrio.

Foto del artículo 'Algunos de los 30 posibles rivales de Uruguay en el Mundial'