Un barco transatlántico le dejó el mundo patas arriba y el sur pasó a ser su norte: de Asturias a Uruguay buscándose la vida. Remó la historia, se fue acostumbrando. En su nueva tierra y entre colegas, el fútbol fue su salvavidas. Decía “mi salvavidas”, para ser más justo con su memoria. Y la mayoría de las veces que lo escuché (siendo niño; chavalín, diría él) siempre, pero siempre, ese salvavidas tenía nombre: el Sporting.
Don Manuel era alto y caminaba medio torcido, como desafiando las leyes de la gravedad. A primera vista era un hombre serio, austero en sus gestos, parecía esconder sus secretos entre las arrugas. Sin embargo, en la confianza, poniendo al servicio su acento español, era un tipazo que no sólo iba a ofrecer productos al comercio de mi abuela, sino que contaba historias de un pasado que me resultaba maravilloso, aventurero, al que le prestaba toda mi atención en horas en las que jugar ya era aburrido.
Aquel hombre, don Manuel, fue mi primer contacto con Asturias, sin saber yo ni siquiera del mundo más allá de mi pueblo, el que suelo llamar San Prudencio de las Sierras. Poco a poco fui entendiendo algunas cosas: él formaba parte de un contingente de españoles que se habían instalado en el pueblo, entre quienes estaba mi abuelo, ya fallecido en aquel entonces; que cuando hablaba del Sporting hablaba del Real Sporting de Gijón, el equipo de su vida –porque decir de su ciudad quedaba chico–, y también después, cuando yo viví cerca de su tierra, aprendería que el fútbol, en ese caso mi fútbol, también funcionó como salvavidas, un cable a tierra para aferrarse a lo que uno quiere y desea pero no tiene.
A propósito, viene al caso, porque fue cuando pisé Asturias por primera vez: yo vivía en Euskadi, donde había migrado con una mano atrás y otra adelante, pero sabiendo que allí había empezado media historia: la de mi abuelo materno. Agosto de 2005. En la TV confirman que España y Uruguay jugarán como parte de la preparación para el Mundial de Alemania 2006. El señor del teleberri dice que será en Gijón; en El Molinón, sostiene. No demoramos en organizar una pequeña excursión: ver a la selección en el exilio se parece a un abrazo con mamá (porque somos grandes pero nos deja como niños). Respirar el ambiente de El Molinón, ver gentes y banderas uruguayas que llegaban desde todos los rincones de España fue una caricia al alma, la confirmación de que estar vivo tenía sentido. Pero también fue la conexión inmediata con don Manuel, sus colores, sus leyendas, de ver la cabecera donde lo llevaba su padre (cuando juntaba moneda sobre moneda para las entradas, decía don Manuel); de recordar su porte, sus canas, su espíritu juguetón, siempre listo. Ese día el cielo fue celeste, muy celeste, y también rojiblanco, muy rojiblanco, porque busqué ahí arriba a aquel viejo querido que años atrás había subido a lo de San Pedro para juntarse con sus amigos, con mis abuelos.
Porque hay libros que devuelven la vida. Y este, El cielo rojiblanco. Memoria sentimental del Eurosporting (1977-1992), con impecable edición de Hoja de Lata, es uno de ellos. Hablo de un texto prolífico, seductor, donde el escritor, el periodista Rafa Quirós, cuenta un lapso de tiempo de un equipo de fútbol, y a la vez habla de un espacio del pasado con justicia poética sobre una Asturias y una España que ya no son, pero que sin embargo fueron. Pero, además, el libro cuenta cómo un equipo de esos que llaman “chicos” se hizo gigante entre los grandes para lograr un subcampeonato de Liga, dos de Copa del Rey, seis participaciones europeas, y en ese camino haber derrotado al Milan de Van Basten, Gullit y Ancelotti en el propio Molinón, o golear al Barcelona en el propio Camp Nou, por citar dos resultados históricos, agregando, además, que fue el equipo que más jugadores aportó a la selección española en su momento.
¿Y qué hacemos en Sudamérica con este libro? Por lo pronto, disfrutar la historia, (re)conocer otro mundo como si se tratara de un viaje, y hasta los más nostálgicos seguro recuerden hechos y nombres. Después, trasladar la época heroica del Sporting a los equipos que han disputado y ganado campeonatos, (en Uruguay) convidados de piedra entre Nacional y Peñarol. Y luego, como es mi caso pero seguro no somos pocos, revivir cuentos y anécdotas que nos contaron asturianos que llegaron a estas pampas, como don Manuel.
Porque hay libros que devuelven la vida, acercan los mundos: una vez, teniendo no más de ocho o diez años, dominé la pelota con los dos pies, la tiré hacia arriba y de cabeza se la pasé a don Manuel, que entraba al comercio de mi abuela. El veterano controló el balón, lo apretó en la planta del pie y, mirando hacia abajo con las gafas en la punta de la nariz, me dijo: “Hombre, chaval, que eres como Quini, pero el mismísimo Quini”. Si es que lo veo.