Leonel Readigos todavía paladea feo. El regusto de los gases esparcidos por las fuerzas represivas le invade la garganta y el fluir de malos humos le vence los ojos. La Argentina de la represión anda en el cuerpo de Readigos un miércoles en la mitad de la tarde en la que miles de hinchas de fútbol y él, que también es hincha, se citan frente al Congreso de la Nación bajo la propuesta de evitar que los jubilados y las jubiladas, que una vez por semana se congregan allí en reclamo de un haber no miserable, sean molidos a palos. Asombra Readigos, de Racing desde la cuna, porque, entre espanto y espanto, evalúa una a favor. Paladea, de nuevo, el regusto horrible y dice: “Siento que le encontramos una nueva función a nuestra identidad futbolera”.

Así lo palpitan –otra vez: siempre entre espanto y espanto– hinchas de incontables equipos. Porque antes, durante y después de la más flamante expresión atemorizadora y armada del gobierno de Javier Milei contra su propia población lo que ocurre es una expresión policromática de rechazo. Frente a los silencios recurrentes de la política tradicional y del sindicalismo también tradicional, fueron los y las hinchas de fútbol quienes convocaron a pararse de cara al salvajismo. Una semana antes, un núcleo de Chacarita Juniors acudió a respaldar a un anciano que también quiere a ese club. Y a partir de ese gesto, todo: la cadena, la respuesta que mueve otras respuestas, las proclamas en las redes sociales digitales, la frase recuperada de Diego Maradona, una frase que es de 1992 y es inevitablemente de ahora y que gira hecha pañuelo, grito, emoción, bandera: “Hay que ser muy cagón para no defender a los jubilados”.

Tos sobre tos y lágrima sobre lágrima, Readigos lo trata de desentrañar: “Pasan cerca las balas, de verdad. Pero, entre palo y palo, hablando con un viejo de Rulli y de Pizzuti [jugador y entrenador del Racing campeón de la Libertadores y del mundo en 1967], charlando de fútbol y de política, vienen unos hinchas de Independiente, el rival de siempre, y nos proponen una foto colectiva. Creo que sucede algo que todavía no comprendemos del todo”.

Quizás acaricie una contestación el sociólogo Diego Sztulwark, en un artículo en Página 12: “El miércoles 12 de marzo, los hinchas de todos los equipos de fútbol se convocaron para apoyar el reclamo. El gobierno, que hace del aguante un llamado a tolerar la motosierra (poda del gasto público) y la licuadora (pérdida de ingresos populares) choca de frente con el sentimiento y el habla de la hinchada, que vive el aguante no como sumisión indigna, sino como banque popular a los colores amados. Vote a quien vote, el hincha no es mileísta, sino maradoniano”.

Sergio Smietniansky, tenaz hincha de Banfield y uno de los motores de la Coordinadora de Derechos Humanos del Fútbol Argentino, viaja rumbo al Congreso abrazando a algunos de los compañeros con los que lo une la camiseta y a otros que se desplazan vestidos con las ropas de Temperley, de Lanús y de Los Andes, sus adversarios más tradicionales. Así, conforman una caravana que se integra a la que eslabonan gentes de Gimnasia y de Estudiantes desde La Plata, de Quilmes, de Talleres, de Tristán Suárez, todos provenientes del sur bonaerense. Mientras el eco de las balas de goma resuena en el aire y silba cerca de los cuerpos, Smietniansky disecciona lo que le hace acelerar los latidos: “Resulta tan hermoso como incrédulo que la identidad futbolera haya sido la chispa que vino a romper la naturalización de que se les pegue a las y los jubilados. En la movilización, confluyen la espontaneidad de una autoconvocatoria en redes con cierta organicidad que es fruto de las diversas coordinadoras y subcomisiones que hace años trabajan en pos de clubes con perspectivas sociales, inclusivas, solidarias y humanistas. Ahora más que nunca resulta imprescindible no naturalizar el desprecio a la vida”.

Ningún teórico célebre diría que el fútbol es el partero de la historia, pero más de un analista deberá empezar a observar que, no por primera vez, la réplica política –por supuesto que muy política– y social surge lejos de la institucionalidad política clásica. Ya hubo más de una muestra en esta edad triste. Y quizás no sólo como un territorio de resistencia, sino como un campo de construcción de algo diferente, algo que atienda a los problemas populares dejando atrás recetas que no invitan ni a la ilusión ni al involucramiento. El llamamiento de hinchas expone, en ese sentido, presencias y ausencias. O lo que desgrana Claudio Morresi, pupilas enrojecidas, pañuelo recubriéndole los labios para que los gases entren menos, diferente a aquel muchacho que él era cuando vociferaba goles en la delantera de River de los ochenta junto con Enzo Francescoli, ex secretario nacional de Deportes: “Esto evidencia que la capacidad de respuesta de nuestro pueblo, tantas veces manifestada en la historia, busca caminos. Y no se agota. Surgirán cosas nuevas”. Unos hinchas de Deportivo Morón, Almirante Brown y Nueva Chicago, antagonistas fuertes de las canchas del ascenso, se escurren juntos de la lluvia que lanzan los camiones policiales hidrantes. Como pueden, saludan a Morresi, quien, hincha también, se señala el pecho desde el que brilla el escudo de Huracán.

Las noticias taladran. Un policía fusiló a un reportero gráfico, otro tumbó a una señora de 80 y pico, el viento reparte más y más efluvios de esos gases tan penetrantes. La movida de los hinchas se convierte, por ahora, en retirada por las veredas sin mansedumbre del Centro de Buenos Aires. En un rincón, sobre una reja, plasmando la certeza de que las represiones no pueden reprimir todo y para todos los tiempos, queda una pancarta con el escudo del club, que flamea una leyenda: “Que no se quede mi pueblo dormido”.