Juan Gaucho Samurái González está acostumbrado a los ruidos del combate: el golpe seco de un puño contra un abdomen y el aliento entrecortado tras una lucha salvaje. Pero en esta ocasión, el sonido que más resuena en sus oídos es el alboroto que llega desde la rambla de Parque Rodó. En un encuentro improbable, el luchador uruguayo con su compañero, Pablo Portillo, se encontraron en el centro de una tormenta de cámaras y voces desconocidas gritando. Este no era el típico espectáculo de MMA, ni un público que grita en el coliseo moderno. No. Lo que se vivió es algo nuevo: el mundo de los streamers, la viralización en redes sociales y, ante todo, la figura célebre de Speed, el fenómeno digital con miles de seguidores que, en ese momento, hacía un tour por Latinoamérica.

Juan nunca se imaginó encontrarse con Speed, una superestrella de las plataformas digitales. “Yo lo vi saltando sobre autos, vestido de Cristiano Ronaldo”, dijo en entrevista con la diaria y agregó que “no sabía que era una figura tan despegada”. El contacto llegó mediante el mánager del streamer uruguayo Urugod, Franco Sena, que le dijo para hacer una especie de “sketch viral” donde el streamer se encontraba con Portillo y él “peleando”, y ambos le invitaban a pelear en una exhibición delante de todos los seguidores.

La primera reacción de Juan ante la situación fue de desconcierto. “Fue incómodo”, confesó. Sobre todo por la multitud y las cámaras que se colocaron a su alrededor. “No me gusta el alboroto”, admitió, y agregó que “era imposible frenar” debido a la gente joven y enloquecida que se ponía cerca de Speed. Sin embargo, esa misma incomodidad, ese malestar ante el ruido y la euforia desbordante de los fans, se convirtió en una ironía del destino: el mismo hombre que se enfrenta al caos en el ring debió navegar el océano de la fama digital.

Pero la ironía no termina ahí. Juan González está acostumbrado a que la audiencia grite su nombre durante un combate, pero esta vez los gritos no eran de admiración, sino del fanatismo desaforado de un mundo y un público que no sabe limitarse. A pesar de la euforia, Juan se benefició gracias a la viralización del encuentro con Speed: no solo sumó nuevos seguidores y patrocinadores, sino que también dejó en alto la bandera artiguense tras sacarse una selfie con el streamer norteamericano.

Lejos de casa

“Vos sos de Artigas”, dijo una vez con acento norteño el hombre que lo crio. Juan González nació en la frontera, pero carga con una identidad dividida. Artigas y Montevideo se disputan su esencia como si fuera un tesoro. No es capitalino, pero desde la crisis del 2002, cuando vino con su madre, vive en la capital. Y a esa sentencia se aferra con la misma fuerza con la que clava sus pies en la lona antes de dar un gancho a la mejilla de su rival. Desde los 14 años tejió su destino entre golpes y esquivos, en busca de un orden en el deporte que a veces la vida le negaba.

Luego de años de buscar reconocimiento en el país, González decidió viajar a Brasil en busca de mejorar su carrera deportiva. “Es la meca de este deporte”, contó a la diaria con una naturalidad que refleja la claridad con la que tomó la decisión de viajar. Y no es para menos, como él señaló, es la cuna de los campeones, los entrenadores y los grandes equipos que dominan las ligas internacionales como la UFC. Mientras en Uruguay las artes marciales mixtas (MMA) están “en pañales”, cómo él lo dice, Brasil ofrece el mejor campo para crecer y probarse a sí mismo. “Me mandé la gauchada, una locura”, agregó entre risas, refiriéndose a la valentía de lanzarse a lo desconocido.

La vida en Brasil no fue fácil para Juan Gonzalez. La competencia era muy feroz y la presión de mantener el invicto era abrumador. “Es difícil estar en racha invicta en esto, es como la vida misma”, dijo, dejando en claro que las derrotas son casi tan inevitables como las victorias. Pero a pesar de las dificultades, se mantuvo firme. “Soy un tipo afortunado”, reflexiona, y aunque no lo diga explícitamente, se entendió que ese agradecimiento fue por lograr lo que otros, a veces, simplemente sueñan: pelear entre los mejores y vivir la vida al máximo.

Las llamas del recuerdo de su paso por Brasil siguen encendidas. Peleó en lugares donde la hinchada estaba en su contra, pero también sintió el respeto del público del sur, Río Grande do Sul, donde lo llamaban Gaúcho con afecto. “Nos romantizan un poco, nos ven mejor de lo que a veces nos vemos a nosotros mismos”, contó. El punto más alto de su carrera lo vivió el 28 de junio del 2019, cuando ganó el título de Max Fight en Paraná, un evento transmitido por el Canal Combate, que ha visto surgir a decenas de peleadores de UFC. “Me habían prometido que, si ganaba, entraba a UFC. Yo cumplí mi parte, pero la promesa nunca se concretó”, recordó. Aquella decepción pudo ser el final de su carrera, pero en lugar de rendirse, siguió adelante.

En medio de esa lucha física y exigencia constante, surgió un apodo que le marcaría tanto su vida dentro como fuera del ring: Gaucho Samurái. Un cruce de culturas, que según González, nació de una conversación espontánea con un colega brasileño. “El uruguayo es sinónimo de coraje, de valentía, de garra”, le decía su amigo y cuando bromeaban sobre su amor por los samuráis, nació el alias que lo acompañaría durante toda su carrera. Un sobrenombre que une dos mundos, dos culturas, dos luchas. El gaucho, un payador y luchador del norte, y el samurái disciplinado que escribe un poema antes de ir a la guerra.

“Hay algo hermoso de llevar la bandera de Uruguay, que es quijotesco porque es pelear contra el molino”, contó Gaucho Samurai González y agregó que es “pelear contra países que tienen 200 o 45 millones de habitantes, y nosotros somos apenas 3 millones”. Fue representar lo imposible, desafiar las probabilidades. Se moldea en ese momento la garra, esa que muchos identifican con el carácter uruguayo.

Luego de pasar años en Brasil tras la pandemia, donde entrenó con el team Noguiera hasta su quiebra, regresó a Uruguay con la promesa de más oportunidades. Sin embargo, la realidad fue otra. Hubo meses de inactividad y decepciones, hasta que el Invictus Deluxe Championship (IDC) le dio un respiro. “Fue la pelea de MMA que más disfruté en mi vida”, admitió sobre su pelea en Rivera donde enfrentó y le ganó a Dionel Chueco Sosa el 18 de noviembre de 2023.

Los rings como escenarios

Lo suyo es el combate en jaula y pasó un año sin pelear tras las frustraciones y las oportunidades que se esfumaron como el vapor del vestuario. Hasta que apareció la liga de Bare Knuckle Fighting ubicada en Argentina, Yaguareté FC, que le abrió las puertas el 15 de diciembre de 2024.

Adentro, entre los muros de paja que enmarcaron el ring, el Gaucho Samurái ajustaba su bombacha y la faja que estaba a su cintura como cinto. El Bare Knuckle Fighting lo llevó a desafiar sus propios límites. “Se me apagó la cabeza y peleé”, expresó. Una típica frase que demuestra la esencia del samurái: la entrega absoluta y la desconexión de lo supervacáneo. No sólo fue una victoria, sino un renacimiento para González que, según él, sintió “la vida corriendo de nuevo adentro”. Hasta el día de hoy, Juan es tomado en cuenta para Yaguareté FC, donde ya lleva dos triunfos consecutivos.

Pero la lucha del Gaucho Samurái no es solo física. Tenía una lucha interna que era tan intensa como la que daba sobre el octógono. En la entrevista, explicó que el combate pasó a ser algo más que un deporte. “Me enfermé con la obsesión por la pelea”, reflexionó y cuando caía en combate sentía un “vacío profundo”. Fue entonces cuando volvió a la escritura ya que de chiquito escribía y le gustaba leer, pero no siguió porque le daba vergüenza. “La escritura me ayudó a canalizar todo eso”, dijo con una sonrisa melancólica.

“Tanto la mano que escribe como la que pega es la misma”, contó González. Según él, encontró una vía de escape, una forma sana de expresar cosas que el combate no podía resolver. La lucha, se dio cuenta, no era sólo un esfuerzo físico, sino también mental y emocional. “Creo que la escritura me ayuda a entenderme mejor como ser humano, bo”, dijo con serenidad y agregó que ya no le da “vergüenza” mostrarse así. “Es lo que soy. Soy un luchador, pero también soy alguien que disfruta la poesía y la cultura”, remarcó. Actualmente, tiene en camino una novela, Cuerdas, sobre un personaje ficticio que, según él, tiene cosas de suyas, de sus amigos, de personas que lo inspiraron y de personas que lo desilusionaron.

Para Juan, la escritura es una forma de hacer catarsis que le ayudó a armar esta novela, un “proyecto” que lo sacó “de un gran bajón” anímico. “No es que me distrajo, sino que me ayudó a procesar lo que sentía, bo”, admitió al hablar sobre la escritura y su lejanía momentánea de las MMA tras tener dos peleas caídas entre 2023 y 2024.

La escritura fue un gran ejercicio que, según Gaucho Samurái, le ayudó a “preparar el combate” que tuvo en Argentina. “Parece que no, pero fue una parte más del entrenamiento, fue increíble”, contó.

“Me encanta poder dejar un aporte a la sociedad a través de lo artístico, aunque tengo mi faceta deportiva y, bueno, ¿quién sabe? El día de mañana algún poema toca algún corazón. Eso me fascina”, expresó a la diaria en referencia a la poesía que publica semanalmente en su cuenta de Instagram.

El Gaucho Samurái a medida que avanza en su carrera va encontrando un balance entre las dos pasiones: el combate y la escritura. Ambas lo definen, pero ninguna lo limita. Es ahí donde Juan González da una última reflexión: “El acto de confiar es también un acto de fe”.