Indiana Pacers y Oklahoma City Thunder es una final atípica. No por eso debería ser desvalorizada, porque por ahí la bola de cristal que ve el futuro nos dice que uno de los dos –o los dos– equipos está sembrando la primera semilla de un legado más grande. Es más, el Salón de la Fama tal vez tenga sillas asignadas para alguno de los jugadores del momento.
Sentarse a ver los partidos y disfrutar es una opción. Ambos van por su primer título de la NBA, aunque es cierto que la franquicia hoy llamada Thunder tiene un título, el de 1979, cuando lo ganaron siendo los Seattle Supersonics. Lo más cerca que estuvieron los Pacers, por su parte, fue cuando, liderados por Reggie Miller, perdieron la final en el 2000 con los Lakers de Kobe Bryant, Shaquille O’Neal y compañía. Y si es por citar nombres, no creo que haya muchos desprevenidos, pero Shai Gilgeous-Alexander o Tyrese Haliburton son valores a tener en cuenta en estas finales.
Lo que sucede, también, cuando uno se dispone a mirar un nuevo desenlace de la liga con el mejor básquet del mundo, es que compara con alguna época pasada que recuerda. Y si es por seguir tirando nombres, hubo cuatro que coincidieron en una temporada: Larry Bird, Michael Jordan, Isiah Thomas y Magic Johnson, estos dos últimos los que definieron el título. Otro básquet, una gran historia.
Hojas de la memoria
Que haya llegado Cuando la NBA era una guerra (Neo Person, 2024) en plena postemporada fue una bendición. Como anillo al dedo, como televisor en blanco y negro con antena apuntando para Buenos Aires para poder agarrar con –aunque sea algo de– nitidez, allá en el litoral donde vivía, algún juego decisivo de los Lakers o de los Celtics, los dos gigantes que de alguna manera opacaban a los incipientes Pistons y a los inicios del mejor de todos los tiempos, MJ23, con sus Chicago Bulls.
Pero mejor que lo cuente Rich Cohen en su libro: con una maravillosa descripción de las finales de los 80 de la NBA –y, por qué no, como extensión de Estados Unidos–. No lo sabíamos –o sí–, pero estábamos presenciando un cambio de época, de formas, donde la globalidad empezaría a caer con todo en nuestra aldea.
Con una pluma tenaz y precisa, Cohen va describiendo paso a paso la temporada de los cuatro gigantes y sus respectivos equipos. A propósito, el autor empieza con los jugadores, porque ya está claro que sin jugadores no hay deporte posible. El primero en ser detallado es Bird, tal vez por ser el mayor y porque ya tenía títulos conseguidos antes de la temporada que nos concierne; continúa con Magic, otro campeonísimo, a quien retrata como un atleta que quiso, y pudo, cambiar la forma de jugar; el tercero en ser nombrado es Thomas, el pequeño demonio, líder de los bad boys que daban sus primeros pasos hacia la eternidad, no sólo por ser chicos malos, sino por saber jugar al básquet y, aún mejor, por cómo ganar partidos; el último en describir es a Jordan, pero lo hace no como lo que fue después, sino por lo que era en ese momento, un jugador desnivelante pero que no podía ganar títulos con los Bulls.
Es buenísimo, pero buenísimo en serio, el nivel de narrativa. Y de investigación también, porque el autor maneja datos a fondo, sustenta en números y circunstancias su relato, da contexto norteamericano para entender las cosas que presumimos desde estas pampas.
Después de describir, a manera de pequeña biografía, a los jugadores, Cohen cuenta la temporada, luego los playoffs –hermosos, espectaculares, donde los Pistons les dan una clase bárbara a los Bulls en semifinales de conferencia, para después propinarles otra igual a los Celtics en las finales del Este–, hasta llegar a las finales, un capítulo que empieza retratando la amistad entre Isiah y Magic, de alguna manera, como lo hizo la prensa de la época. El buen nostálgico de la NBA lo tiene que tener en cuenta: hay que leerlo.
Mientras tanto, sacudón del tiempo, las finales entre Thunder y Pacers, que van 1-1, tienen una historia por recorrer: ¿comenzará una nueva dinastía?