En los tiempos que vivimos, de poco estímulo a la lectura y mucho tratar de pescar clics con títulos, seguramente el titular de esta nota debió haber sido “El divertido y enojoso momento de veterano periodista de la diaria lavando la cocina”.
Es que al día siguiente de una de las presentaciones de la selección uruguaya en la Copa América femenina estaba lavando la cocina y en un momento advertí que había volcado completamente sobre la pileta el agua con detergente que había preparado para enjabonar todos los utensilios, sin notar que todavía me quedaba media cocina por lavar. Cuando me percaté, lo primero que pensé fue que debería consultar con el neurólogo por qué estoy haciendo estas cosas, pero después me di cuenta de que lo hice porque estaba volcando toda mi mentalidad en un pensamiento que me avisaba y me empujaba a escribir más del triunfo de la selección uruguaya femenina, más del fútbol uruguayo femenino y, fundamentalmente, del desarrollo y el acompañamiento que le dimos en estas páginas a este larguísimo proceso, de la mano de nuestro compañero Jorge Burgell.
En 2005, cuando soñábamos con la diaria, nos costó muchísimo convencer a Jorge para que nos entregara su sabiduría y fuera parte de la sección Deporte. Él había sido, es y será mi maestro, y era la contratación estrella que yo quería, pero a Jorge no le daban los tiempos de la vida porque le seguía poniendo el cuerpo a todo, y en ese “todo” estaba el desarrollo del fútbol femenino institucionalizado a partir de sus competencias en la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF). Lo hizo empujando desde todas las situaciones y, una vez que medianamente estuvieron consolidadas la institucionalidad y la competencia de mujeres, se preocupó por que las niñas que mañana serían mujeres empezaran su práctica temprana compitiendo entre sí. Lo hizo mediante el estímulo a la competencia en la Organización Nacional de Fútbol Infantil y también evitó el abismo de las liceales sumando competidoras juveniles en la AUF y el fútbol del interior.
Andá a lavar los platos
Cuando volqué el recipiente con el agua caliente preparada con detergente lo hice porque estaba pensando en este momento, en el que en el mundo de las competencias parece tan mínimo, fatuo y chiquito haber logrado una clasificación a semifinales y haber clasificado ya a una futura contienda internacional. Por el contrario, esa situación merecía ya no un profundo análisis, sino una lectura emocional e informada de este momento del fútbol femenino uruguayo representado por su selección.
Estaba pensando en este equipo y se me abrían ramas frondosas de temáticas desatendidas por el milenario desvío del heteropatriarcado y el centenario machismo del fútbol en nuestra sociedad. Pero quería volver a sentir ese estadio de sol, ilusiones y expectativas de ir atrás de un equipo de fútbol y disfrutar de una contienda como de una buena novela, un asado, una orquesta, un atardecer en paz junto al mar. Eso es el fútbol que me trajo hasta acá en la vida. Sin embargo, como una verdadera paradoja, al haberlo tomado como mi forma de vida, es mucho más complejo, problemático y poco posible que vuelva a aquellas noches a mis anchas en el cemento o apretujado detrás de cinco filas que no me dejan ver, en donde el disfrute de esas dos horas se fundían con la ilusión, la tensión y los miedos vulgares a perder o ser goleado.
De fútbol se escribe así
Desde hace tiempo tengo leudando una charla acerca de la evolución o los cambios en la crónica periodística para prensa. Y lo he hecho porque la inmediatez absoluta de los portales web me ha cambiado el paradigma laboral y, de alguna manera, también mi forma de trabajo, de análisis y de crítica.
En la década de 1980, cuando empecé a trabajar en prensa, también en la de 1990 y casi diría que hasta en la primera década del siglo XXI, los procesos de trabajo eran absolutamente diferentes a lo que ocurre hoy. Uno concurría al partido que debía cubrir, tomaba las alineaciones, conversaba algo en los vestuarios antes del juego para saber qué proyectaban los directores técnicos y los planteles, y, posteriormente, retornaba a su lugar de trabajo –diario o revista– con apuntes prolijos o desprolijos tomados en una libreta, en los que se entreveraban los minutos de los goles y las alineaciones con algunas apreciaciones particulares. En ese momento empezaba el proceso de escritura para la edición posterior. Pero la esencia estaba en que mirabas el partido, de manera íntegra, de acuerdo con la misma concepción de disfrute y emoción con la que uno concurre a un partido, y después de esa experiencia desarrollabas la tarea de contar y analizar.
De un tiempo a esta parte, eso es imposible. La tensión de entregar en tiempo y forma un trabajo correcto y que invite a su lectura, que informe y dé una visión entendida de lo que se está tratando, añadiendo un sesgo de emoción y sentimientos, hace que el encargado de la materia pierda por completo el derecho a su visualización completa e interesada y, en consecuencia, también ese goce aprendido en tardes y noches de canchas, tribunas y otras yerbas.
Esta selección me tiene imantado, enamorado. Entonces sucede esa tensión entre querer ser quien escribe y cuenta las aventuras de estas heroínas recientes y saber que no voy a poder disfrutar de la visualización completa y certera del partido porque tengo que atender mil cosas a la vez para contárselas a mis lectoras y lectores, pero también por cada uno de mis compañeros y compañeras de trabajo, que están esperando que entregue la nota, y hasta por mí mismo. Sin embargo, sobreinyectado de responsabilidad, te quedás sin darle rienda suelta a la alegría de un gol, de un cierre sobre la línea, de una conexión elegante y exitosa, hasta de un trancazo, porque tenés que escribir y cerciorarte de que fue ella o él y que fue de zurda pero es derecha, y que la jugada empezó en aquel lateral.
Este equipo me estimula. Estas mujeres, con su juego, entrega y calidad, escenifican la historia misma del fútbol uruguayo, desarrollada por los hombres desde las épicas victorias de principios del siglo XX hasta esta exposición en el tardío y frenado desarrollo del fútbol femenino, que debió haber sido liberado y propuesto para las mujeres uruguayas muchísimo tiempo atrás. No sólo me gusta por cómo lo hacen, sino porque me viene una rémora de dolor e injusticia por habérselo negado tanto tiempo a tantas niñas y muchachas que se perdieron de ese disfrute inconmensurable que hace al juego.
Estas son 11 mujeres, está bien. Diez de ellas están vestidas de celeste y una de amarillo, naranja o verde, y tal vez el detalle pueda dar alguna idea, pero ninguna será más concreta que verlas jugar. Nadie, pero nadie que vea a estas muchachas celestes, puede dudar de que se trata de una selección que juega, que siente, que suda el fútbol uruguayo.
Y entonces estoy pensando en esto cuando pierdo mi agua hirviendo con detergente y llego con mis guantes de cocina –pásense al nitrilo, que es superior– para teclear en la computadora y me acuerdo de cuando escribí, en 1987 o en 1988, mi primera crónica de fútbol femenino, con seudónimo, en la que reflejé cómo alguien, desde la tribuna, quería mandarlas a lavar los platos, que tal vez sean los mismos que yo estaba intentando lavar cuando el fútbol femenino uruguayo, su expresión a través de la selección, me sacó de ambiente y me volvió a aquellos años felices, tan felices como llenarse el empeine y calzarla justo en el ángulo superior derecho del garaje de los Martínez.
¡Qué ilusión que da ver a estas mujeres jugando al fútbol y representándome!
Gracias, gurisas.
Cómo ver el partido
La semifinal entre Uruguay y Brasil se verá por televisión abierta (TNU), ya que la ministra de Industria, Energía y Minería, Fernanda Cardona, encomendó a la Unidad Reguladora de Servicios de Comunicación “tomar las medidas necesarias” para que el partido de la selección uruguaya femenina por la semifinal de la Copa América sea transmitido por televisión abierta, en cumplimiento del artículo 51 de la Ley 20.383, relativa a los eventos de interés general en los servicios de comunicación audiovisual.
Además, como hasta ahora también se verá por una de las dos señales abiertas (satelitales) de TV Ciudad, por DirecTV y DGO, por AUFTV y en los cables del interior del país.
Nunca favoritas
Uruguay y Brasil se enfrentan este martes desde las 21.00 por un lugar en la final de la Copa América femenina. Esa clasificación tiene mérito en sí misma –mucho más para las nuestras, que nunca la han alcanzado–, pero jugar la final también habilita a estar clasificadas para los próximos Juegos Olímpicos.
Las celestes tendrán tres bajas sensibles. Por acumulación de amarillas deben cumplir un partido de sanción las laterales Stephanie Tregartten y Laura Felipe, y la mediocampista Pamela González, el alma del equipo.
Ariel Longo no dio pistas de quiénes serán las titulares, aunque es probable que mantenga gran parte del equipo con el que se ha parado en el correr del torneo.
Un cambio que ya se dio antes puede ser la incursión de Ángela Gómez en el lateral derecho: en esa posición alternó un par de veces con Felipe.
Ante Perú, cuando Uruguay ganó 1-0, Juliana Viera sustituyó a Tregartten previo al inicio del segundo tiempo. Es una variante que puede repetirse, aunque para la zona defensiva también están Alison Latúa y Daiana Farías.
En la mitad de la cancha estará la gran baja, porque sustituir a González es tarea difícil por cómo juega, pero también por lo que representa para el resto del equipo. Quizás, por experiencia, Sindy Ramírez pueda ingresar ahí, retrasando en la cancha a Ximena Velazco. Pilar González, quien ya fue titular en el comienzo de la Copa, es otra posible variante en el sector.
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