“Suárez”, grita el locutor, una suerte de conductor de las emociones del estadio. Ahí está el Luis, que aparece en la cancha como quien aparece en la vida, sin pedir permiso, pero con la naturalidad de quien sabe que es parte de nosotros. No está Messi, no hay nadie a su lado, pero él otra vez saca a su equipo de los pelos, y algunos de nosotros y nosotras nos dejamos llevar, otra vez. Si él desata su sonrisa, yo siento la paz del todo está bien; si falla y sus haters maledicentes lo quieren destruir, siento el peso del mundo en mis hombros.

Fue el miércoles en Fort Lauderdale donde con dos goles de Luis Alberto Suárez Díaz Inter Miami derrotó por 2-1 a Tigres de México y se convirtió en semifinalista de la League Cup. Los dos goles de Suárez fueron de penal, uno en cada tiempo. En el partido no estaba Lionel Messi por problemas musculares. Cuando Luis puso la pelota sobre el punto penal en el segundo tiempo, iban 88 minutos de juego y él no estaba avanzando a semifinales. El gol de Tigres lo anotó el argentino Ángel Correa. Luis, que no sólo anotó su penal con efectividad y maestría, sino que fue esencial en los movimientos ofensivos del equipo rosado, fue naturalmente el héroe de la noche.

Inter de Miami ahora se cruzará el miércoles en semifinales con sus vecinos de Orlando, en un partido que se jugará en Fort Lauderdale en el actual estadio de los rosados –el Chasse Stadium–, mientras que la otra semifinal será en el oeste –aunque son fortuitas las proximidades geográficas– entre Seattle Sounders y Los Ángeles Galaxy, en un partido que se jugará también el miércoles en la ciudad en la que por tantos años viviera Nicolás Lodeiro.

Competente

Todo el campeonato se juega como torneo oficial reconocido por la FIFA desde 2023, pero se jugó por primera vez en 2019 siempre entre equipos de México, Estados Unidos y Canadá (los que participan de la MLS). Este año el torneo se jugó sólo con 18 clubes de la MLS y los 18 de la Liga MX (la liga de primera de México).

El campeonato se desarrolla en formato mixto, con tres partidos seguros en los que se enfrentaron cada equipo de la MLS contra equipos de la Liga MX, y a partir de allí los ocho de mejor participación (cuatro de cada liga) para empezar los cuartos de final, semifinal y final, sólo a un partido. Inter, que además de con Luis Suárez cuenta con el sanducero Maximiliano Falcón, le ganó 2-1 a Tigres de Monterrey, LA Galaxy –en donde están Lucas Sanabria y Diego Fagúndez– venció por 2-1 a Pachuca, Orlando –con César Araújo– le ganó por penales a Toluca, y Seattle, el único equipo semifinalista que no tiene uruguayos, eliminó por penales a Puebla.

Descargas

Yo escribo de Luis Suárez como si me sangrara el nombre en los dedos. Lo hago como si fuera un vecino, un primo, un guacho que anda por el barrio y que yo conozco de toda la vida. No le digo “Suárez”, no lo recorto en estadísticas ni lo encierro en su museo personal de goles imposibles. Me lo apropié, como tantos y tantas.

El miércoles me regaló otra vez esa alegría de cuerpo entero. No es que lo necesitara –o quizá sí, aunque no me lo confesara–, pero él me la dio de todas formas. Y yo, como tantas veces, me descubrí manejado por él. Si está bien, yo estoy bien; si él se enciende, yo me ilumino. Y si él se apaga, todo me pesa más.

Dos goles, dos descargas de felicidad que se sienten en la piel. Cada exquisitez, cada torpeza, trae las risas que se pierden en los patios y que revientan de golpe como un gol en el corazón.

Es brutal descubrir que alguien a quien nunca invité a un cumpleaños ni a un asado tiene la llave de mis humores. Pero así es: Luis me maneja el ánimo como un director de orquesta que ni me mira.

El motor que nos mueve

Luis no es elegido, no nació con un cartel de predestinado, nació con hambre, con ganas, con necesidad de comerse la vida. Convirtió la frustración en talento, el desarraigo en determinación. Cuando hace un gol, su sonrisa nos contagia a todos: es el neurotransmisor de nuestra alegría, el motor que nos mueve, el fuego que nos calienta los inviernos y nos ilumina los veranos.

Y ahí está, en el miércoles de Leagues Cup ante Tigres, favorito en la aduana de los cuartos de final, sacando una vez más a su equipo, que no importa cuál es, ni cuándo, de apuros que parecían imposibles. Cada acción suya, cada decisión tomada con el corazón y con la cabeza, nos devuelve la ilusión de que él puede, de que no estamos condenados a perderlo para siempre, de que todavía hay espacio para la sorpresa, la euforia y la celebración. Y otra vez, me dejo arrastrar, consciente de que cada instante que nos regala puede ser irrepetible y de que no estamos preparados para un día en que Luis no esté más en la cancha, sin sus goles, sin su furia, sin su ternura.

El tipo puede, sigue pudiendo, y nos lo demuestra. Pero no soy yo quien está profundamente imantado y atraído por su juego, por el fútbol, que es como la vida. Ya hay mucha más gente que dándole una sacudida a las migas de la competición, pobre y lejana a la élite, al murgón de su cuadro que no logra solidez defensiva que sostenga la vieja magia de hombres que otros ya habrían retirado de no ser por su rutilante idoneidad, que a pesar del contrapeso de la biología y sus físicos siguen haciendo la diferencia.

Cada partido es una lección de existencia.

Otoño

En el momento en que creí que era el del cenit del Luis –pudo haber sido con Barcelona y después me di cuenta de que es siempre–, pensé en aquel soneto de La Margarita, del enorme Ruso Rosencof, que se llama “Otoño” y que dice:

“Dios mío –dice. –Que nunca pase nada. ¿Qué puede pasar? Nada. Nada va a pasar. No sé…, no sé. –Es que todo esto es tan hermoso…”.

El Luis, con sus problemas físicos, sus 38 años al mango, sus rodillas gastadas, lo sigue haciendo todo tan hermoso.

Contra Tigres, por los cuartos de final de la Leagues Cup, Suárez hizo lo que tantas veces ha hecho en nuestras vidas de este siglo: convertir un momento cualquiera en una celebración íntima, un desahogo, una cálida e irracional sensación que brota desde el pecho como si el gol hubiera sido mío. Dos veces lo hizo, porque parece que una no le alcanzaba para recordarnos que todavía está ahí, vigente, incisivo, feroz, único y nuestro.

Y entonces me descubrí sonriendo solo frente a la pantalla. No fue sólo la victoria de Inter Miami. Fue otra cosa, algo más personal, casi egoísta: fue la certeza de que ese hombre, que lleva tanto tiempo empujando las puertas de mis emociones, sigue teniendo la llave.

Nunca es demasiado

A veces me pregunto si no le habré dedicado ya demasiadas palabras, demasiadas columnas, demasiado espacio en mi memoria. Pero Suárez se encarga de responderme cada tanto: nunca es demasiado. Porque siempre aparece un gol nuevo, una jugada inesperada, un rugido que me devuelve a la primera vez, a la inocencia del hincha que se entrega sin defensa.

El miércoles, Luis me regaló otra alegría. Una más para mi colección, una más para mi biografía emocional. Y yo, que ya debería estar acostumbrado, vuelvo a escribir con la misma convicción de siempre: Suárez es el dueño de mis humores, aunque él nunca lo sepa.

He escrito mucho de él: a veces como monstruo, otras como héroe cansado, otras como guacho de barrio que nunca perdió el hambre. Cada partido, cada guascazo, cada pequeño fracaso, cada enorme acierto lo devuelve fresco, nuevo, como si recién empezara todo. Suárez devuelve la ilusión de un partido con la moña suelta en el recreo de la escuela, de seguir sintiendo esa inocente omnipotencia. Luis no se agota en sí mismo: cuando juega, me hace jugar a mí también. Me obliga a poner el cuerpo, a abrir los ojos, a dejarme atravesar por la alegría.

Luis, vos sos parte de nuestra biografía. Y sé que un día, cuando ya no estés en la cancha, voy a extrañar este vértigo de ser llevado por vos, de ser feliz gracias a vos, de sentir que todo se puede en un instante. Este miércoles me diste otra alegría y yo, otra vez, me dejé arrastrar. Como siempre.

Luis, procesador de endorfinas, alquimista de nuestra alegría, maestro del instante absoluto: gracias por cada latido que nos robás y nos devolvés multiplicado, por cada sonrisa que nos contagia, por cada gol que nos recuerda de qué se trata todo esto.