En Avellaneda, donde la luz de los sueños de fútbol se empecina en vencer al frío del invierno, alguien define al Racing que orienta esa luz hacia la Copa Libertadores: “Es un equipo con ideología que está buscando sus nuevos matices”. Cierto. En la ruta al primer duelo frente a Peñarol por los octavos de final, con unos 4.500 seguidores en viaje a Montevideo, lleva buena parte de la orquesta que lo puso de fiesta más que seguido en los últimos tiempos y porta, también, músicos recién llegados que le cambian algo de la partitura. Se viene evidenciando desde que 2025 abrió su segundo semestre y probablemente se verificará en la noche desafiante que habrá en el Campeón del Siglo.

Racing eslabonó sus consagraciones en la Copa Sudamericana (Asunción, noviembre de 2024, 3-1 al Cruzeiro) y en la Recopa (Río de Janeiro, febrero de este año, 2-0 al Botafogo) con marcas de autor. Un equipo de juego directo, con una línea de tres centrales, dos laterales bien avanzados, relativo tránsito de elaboración en la mediacancha y una dupla ofensiva capaz de encontrar pasto en el desierto. Ahora esa razón de ser persiste, pero las mutaciones que genera el mercado de talentos inducen a ensanchar el horizonte.

Parte de esas señales fueron detectables durante la tarde del sábado, en el primer tiempo del empate 1-1 con Boca en la Bombonera, por la cuarta fecha de la liga argentina –una campaña con un triunfo, un empate y dos derrotas injustas–, en la que Racing no hegemonizó la pelota, pero impuso condiciones en el medio, con el restaurado Agustín Almendra (hace menos de un mes casi migra del club) como eje. Es que acaso la mayor variación surge de la partida de Maximiliano Salas, delantero enérgico que se fue a River en un viraje por el que su relación con los hinchas se desplazó rápido del amor al desamor. En su sitio, se afianza el colombiano Duván Vergara, sutil, más apto para las asociaciones por proximidad que para los lanzamientos y la fricción. Ya metió dos tantos, pero su ensamble aún pide más capítulos. En el área (y con lúcidos movimientos si sale de allí) encandila Adrián Martínez, Maravilla para todos, un 9 que desembarcó en la Primera División de Argentina en la frontera de las tres décadas y que desplegó una contundencia feroz. Santiago Solari, el del gol en La Boca, es fuerte candidato a completar el tridente de ataque, más allá de que, por lo que requiere el funcionamiento, retrocede más. Tomás Conechny, ex Alavés y sumado el mes pasado, y Toto Adrián Fernández, de fugaz paso por Peñarol, son otras posibilidades.

Contra Boca, a Racing le faltó su capitán, Gabriel Arias, arquero ya enclavado en la historia de la institución por brillo y por continuidad. Se desgarró en la victoria frente a Belgrano de Córdoba y parece listo para el retorno, aunque, si se le complicara, Facundo Cambeses, su sustituto, fue la figura ante Boca. En la última línea, Santiago Sosa se desempeña en un puesto labrado casi para él, especie de 2 y de 5 en simultáneo, firme cuando el balón vuela alto, determinante en el armado con una visión fina del campo. Otros cuatro defensores rotan para los otros dos puestos: Marco Di Cesare, Agustín García Basso, Nazareno Colombo y Franco Pardo, quien acaba de incorporarse y rindió sólido en sus dos apariciones. Hay un quinto en espera y suscitando sorpresa: Marcos Rojo, 35 cumpleaños, mundialista en 2014 y en 2018, arribado en estas horas desde Boca.

Gabriel Rojas, quizás el mejor lateral izquierdo en el campeonato local, procurará ratificar la eficacia del Racing ancho. Por la derecha, el titular es Gastón Martirena, ex Liverpool, determinante por su pegada y por su audacia. Desagarrado, lo esperan. Facundo Mura, su recambio, apila días eficaces y un encantador gol de zurda en el 3-0 a Riestra que ubicó a Racing en los cuartos de final de la Copa Argentina. En el centro, Juan Ignacio Nardoni, joven, potente, dominante y creciente, exhibe una jerarquía que lo proyecta como volante de porvenir europeo. Cerca de él, Almendra, dado que Bruno Zuculini, emblema de la entidad, se repone de una lesión, igual que Matías Zaracho y Luciano Vietto.

Más allá de cualquier jugador, no hay narrativa posible de esta etapa sin pronunciar el nombre del entrenador. Gustavo Costas es Racing. Fue mascota, futbolista, capitán, técnico en eras feas del club y comandante emocional y conceptual de este tiempo sonriente. Insufla compromiso, esperanzas y, sobre todo, algo complejo en el sofisticado escenario de la modernidad de las canchas: identidad. Un sello de esa identidad emerge en las paradas bravas: este equipo se plantó en los estadios adversos, se expandió ante los grandes y, por ejemplo, les desacomodó el piso cuantas veces se lo propuso a los brasileños en Brasil.

La agenda anuncia que va por Peñarol con ese equipaje. Y en Montevideo, la ciudad en la que hace 58 calendarios, cara a cara con el Celtic escocés, salió campeón del mundo. No es poco para que el sol de Racing pretenda continuar dando luz.