El combate contra la FED

“¿Puedo nombrarme a mí mismo? Haría un trabajo mucho mejor que esta gente”, ironizaba días atrás el presidente de Estados Unidos en referencia a los funcionarios de la Reserva Federal (FED). Estos ataques no son novedad, dado que forman parte de una estrategia más amplia orientada a la degradación de las instituciones estadounidenses.

Sin embargo, a medida que las perspectivas económicas continúan empeorando, producto del daño autoinfligido por sus políticas, las críticas a la autoridad monetaria y a su presidente, Jerome Powell, han ido escalando con virulencia. “Tenemos a una persona estúpida, francamente... No sé si es un político. No es una persona inteligente, pero le está costando una fortuna al país. Así que él se va en unos nueve meses, tiene que irse. Afortunadamente, será destituido” (el mandato de Powell, que comenzó el 5 de febrero de 2018 bajo la primera administración de Trump, culminaría en mayo del año que viene).

El motivo de este asedio constante tiene que ver con la resistencia de la FED a bajar la tasa de interés, en un contexto atravesado por niveles inusitadamente altos de incertidumbre y por presiones inflacionarias persistentes, dos fenómenos atribuibles al rebrote proteccionista impulsado directamente desde la Casa Blanca. A este respecto, la prórroga de 90 días que estableció para la imposición efectiva de los aranceles adicionales finaliza el 7 de julio, por lo que el resultado de las negociaciones bilaterales sigue siendo abierto.

En este confuso escenario, la FED no ha introducido cambios en su gestión monetaria y ha mantenido la tasa de interés en el rango que se extiende desde 4,25% hasta 4,5%, lo que alimenta la frustración del mandatario, que viene exigiendo que la baje agresivamente. En su visión, “deberíamos estar dos puntos –porcentuales– por debajo. Estaría bien estar dos puntos y medio por debajo”.

Según el exsecretario del Tesoro Lawrence Summers, las reiteradas exigencias de Trump buscan establecer un culpable para trasladarle las responsabilidades ante el deterioro económico que está teniendo lugar y que podría profundizarse en los próximos meses. Entrevistado por Bloomberg, Summers señaló que “lo que está haciendo es crear una situación en la que, si llega a haber una recesión, podrá culpar a algo que no sean las políticas de su administración”.1

Vínculos conflictivos

La tensión entre los deseos del presidente y los mandatos de los bancos centrales siempre está latente, y puede rastrearse tanto en el tiempo como en el espacio. En efecto, no es la primera vez que las presiones presidenciales atentan contra la independencia que debería tener la autoridad monetaria para definir su política, ni será la última.

En 1965, el presidente Lyndon Johnson confrontó “tanto física como verbalmente” a William McChesney Martin, aprovechando su corpulencia física para acorralarlo contra la pared en su rancho de Texas. Por aquel entonces, Johnson temía que sus chances electorales se vieran empañadas por el menor dinamismo de la actividad económica, derivado, justamente, del incremento de la tasa de interés que buscaba mantener a raya la inflación.2

Algo similar sucedió con Richard Nixon, que influyó sistemáticamente sobre la gestión liderada por Arthur Burns para lograr que la política monetaria se mantuviera expansiva, y también con Ronald Reagan durante el mandato de Paul Volcker (el jefe de gabinete presidencial, que en aquel momento era James Baker, le ordenó a Volcker no subir la tasa de interés). En fin, los ejemplos sobran y no se restringen únicamente al caso de Estados Unidos.

Perspectivas

Además de mantener la tasa incambiada, los miembros de la FED actualizaron su visión sobre las perspectivas económicas y anticiparon para los próximos años menor crecimiento, mayor desempleo y más inflación que la que estimaban hace apenas tres meses.

“No es muy habitual que la FED revise al alza la inflación y el desempleo al mismo tiempo”, advirtió días atrás en la misma entrevista Summers, “así que se avecina un shock de oferta... ¿Cuál es? Los aranceles. Nos estamos imponiendo un shock de oferta, lo que está generando expectativas de mayor inflación y mayor desempleo, lo que dificulta aún más la labor de la FED”.

A partir de este diagnóstico, y más allá del ruido y la volatilidad que caracterizan la marcha de la economía en estos tiempos convulsos, la FED recortaría dos veces la tasa durante el segundo semestre. De cara a 2026, por su parte, los recortes podrían ser menores de lo previsto, aunque la incertidumbre es alta dado el cambio de mando de la institución.

No obstante, tanto el diagnóstico como el mapa de ruta resultante fueron delineados antes del ataque de Estados Unidos a Irán y, por tanto, no internalizan cabalmente los efectos que este conflicto podría suponer. El barril de petróleo cerró el viernes cotizando en el entorno de los 78 dólares, pero podría dispararse ante el cierre del estrecho de Ormuz, por donde pasa el 20% del crudo mundial.

De acuerdo con las estimaciones de Citigroup, el precio del barril podría superar los 90 dólares ante este escenario,3 lo que generaría un nuevo shock de oferta negativo con impacto sobre los precios y la actividad global. En otras palabras, la reciente escalada bélica puede agudizar el riesgo de una estanflación mundial, un fenómeno inherentemente complejo para la política económica, en especial para la gestión monetaria: una política expansiva (abaratar el dinero) estimula el crecimiento, pero a costa de alimentar la inflación, y una política contractiva (encarecer el dinero) mitiga la inflación, pero con costos sobre el consumo y la inversión.

Estados Unidos: una mirada más amplia al descalabro institucional

En el plano estrictamente económico, el ataque contra la independencia de la FED no es la única fuente de preocupación que nubla las perspectivas de mediano plazo para Estados Unidos. Por el contrario, es un elemento más que se suma al pesimismo sobre la marcha del crecimiento y a los riesgos que derivan del manejo fiscal.

El primer fenómeno responde, entre otras cosas, a las consecuencias de la guerra comercial, de las políticas antimigratorias y del ataque al sistema científico y de conocimiento que ha estado detrás del liderazgo tecnológico del país en las últimas décadas.

El segundo fenómeno, por su parte, tiene que ver con la fragilidad actual de las cuentas públicas (elevado déficit y endeudamiento) y el impacto que tendría sobre ellas la aprobación del presupuesto, es decir, de la llamada “One Big Beautiful Bill Act” (si algo no le falta es originalidad).

Según la Oficina de Presupuesto del Congreso (Congressional Budget Office), esta medida comprometería la sostenibilidad fiscal (se recortan impuestos y se incrementa el gasto en defensa y control migratorio) y tendría efectos distributivos negativos (el primer decil perdería ingresos, que se trasladarían hacia el último4).5 Cabe recordar que, con la rebaja de la calificación a cargo de Moody’s que tuvo lugar el 16 de mayo, el país perdió su estatus AAA con las tres calificadoras de riesgo más importantes.

En efecto, el impacto combinado de todo lo anterior, sumado al caos general que caracteriza a la gestión de Trump, ya está teniendo consecuencias relevantes que podrían alterar incluso el papel que ocupa el dólar en el sistema financiero mundial. En ese sentido, el dólar se ha venido debilitando a nivel global, mientras que las tasas de interés largas de los activos estadounidense han ido en aumento (señalizando, justamente, que revisten un mayor riesgo con relación al pasado), un desacople que no es habitual.


  1. “Summers Sees Trump Naming ‘Respected’ Replacement for Powell”, Bloomberg. 

  2. “Can a Footnote Save the FED?”, Project Syndicate

  3. “Oil Could Spike to $90 If Strait of Hormuz Shut, Citigroup Says”, Bloomberg. 

  4. El ingreso del 10% más pobre (decil 1) de la población caería 4% y, en contrapartida, el del 10% más rico (decil 10) se incrementaría 2,3%. 

  5. “Gráfico de la semana. Estados Unidos y el descalabro fiscal”. la diaria