La historia del cohete propulsor hacia el mundo de las ideas, que voló atravesando la galaxia llena de estrellas de todas las edades, finalmente llegó a su destino luego de cuatro sábados de aprendizaje, interacción, risas y conocimiento. El destino fue nuestra publicación, huella que para todos es más que una simple marca de un astronauta sideral. Es el principio del encuentro hacia nuestras propias capacidades y el afianzamiento como astronautas en nuestro propio planeta Tierra.
El viaje comenzó despertando en un amanecer, desde el que el sol nos encontraba en la ruta llegando a la capital desde diferentes departamentos de Uruguay. En el caso de los que ya vivimos en Montevideo, nos encontramos con el optimismo de explorar la ciudad, nos cosquilleaba la intriga de este encuentro en las calles ya pisadas y ocasionalmente observadas.
Sábado a las 9.00, hora de convocatoria. Entre diálogos y expectativas que comenzaron con miradas de reconocimiento entre todos los participantes, allí estábamos, manifestando la dicha de haber sido seleccionados entre varios grupos a lo largo y ancho de todo el país. Tanto nosotros como los profesores supimos abrir nuestras mentes al nuevo sentimiento de relacionarnos cara a cara, rompimos el hielo generando empatía con un mismo fin: intercambiar ideas. Nos conocimos mediante juegos, saludándonos mientras nos preguntábamos de dónde veníamos, entre alguna risa sonrojada en eso de mandarse y no pensar.
Los siguientes sábados implicaron el afianzamiento de ya sentirnos parte de un equipo con objetivos. Generar información para los demás era la motivación, mediante el impulso colectivo y la cinética en la derivación de tareas.
Muchos relatan el orgullo de sus familiares por estar acá representando al liceo o la UTU, y al llegar a casa contaban cómo les había ido semana a semana, lo que les generaba seguridad para querer volver y seguir: la felicidad de los concurrentes, la información buscada y trabajada, la dedicación y responsabilidad. Conjugando las ideas, nos comprometimos a jugar y asumir el rol de defender nuestro derecho de expresar la realidad con nuestras palabras. Fue divertido darnos cuenta de que podemos usar nuestras personalidades para lo que tengamos ganas de hacer en cualquier área, porque el periodismo salía de nosotros de forma irreconocible.
Sacamos fotos, grabamos y desgrabamos entrevistas, creamos copetes, organizamos información, nos enseñaron a afinar la mirada para observar lo que nos rodea, tomar decisiones de forma colectiva, ser creativos desde el desorden al orden, ver las cualidades y los defectos de lo que con nuestra impronta salía. Como cuando tuvimos que pensar y decidir el título para la publicación, instancia en la que todos argumentamos sobre los defectos y virtudes de las palabras seleccionadas, lo que en ocasiones generó grandes revuelos de emociones y pactos de neutralidad con nosotros mismos. En total fueron 28 horas compartidas, en las que nos llevamos experiencias y contactos de nuevos amigos, supimos darnos cuenta de que la libertad que teníamos para proponer temas era siempre tomada en cuenta y al final lo bueno era que nuestras ideas se fusionaban con las de los demás. Algunos reafirmamos nuestra orientación vocacional, otros aprendimos a usar una computadora, otros nos dimos cuenta de que no es que no sepamos para dónde ir, sino de que somos multifacéticos; y así, este encuentro nos dio más que todo lo que creíamos que alguna vez podría pasar: llegar a donde queríamos y más allá.
Claudia Guelvenzu