¿De qué moléculas estamos hechos? ¿Cuántos átomos hay en una moneda? ¿De qué color se ve una llama cuando reacciona con el cobre? Las respuestas las tienen, desde ayer, los niños de quinto año de la escuela 235 de Las Piedras, Canelones, que fueron los últimos en visitar por este año el Moleculario, un espacio interactivo del programa Química D+ de la Facultad de Química (FQ) de la Universidad de la República (Udelar). La iniciativa, que lleva 11 años en marcha, busca divulgar y acercar la ciencia a los más jóvenes.

“¡No me digas cuál es, quiero adivinar!”, le reclamó un niño a otro, y sumergió la nariz en un frasquito dentro del Moleculario. “No sé qué es, pero no me gusta”, reaccionó, huyendo de la fragancia del clavo del olor. Estaba en uno de los diez stands que esperan a los niños en este espacio. En la estación “¡Qué olor!” el subgrupo debía identificar entre varias opciones qué estaba oliendo, y después, en un tablero que se iluminaba, podía ver más información sobre la respuesta correcta.

Otro de los espacios enseñaba los distintos estados de la materia.

–¿En qué estado está el chocolate cuando lo abrimos?, preguntó un coordinador.

–Duro –respondió convencida una niña.

–Bien, cuándo está duro está sólido, y ¿qué proceso lo deja como líquido?

–La fusión –dijeron varios, señalando la gigantografía colgada en la pared que indicaba los distintos procesos.

Con el recorrido por las estaciones la hora se fue volando para los niños, y ese es el objetivo: divertirse aprendiendo y sacarles el temor a esta asignatura. Vanesa Rostán, docente del programa Química D+, explicó a la diaria: “Es importante tener conocimiento de la química. No buscamos hacer científicos a todas las personas a las que llegamos, buscamos que se pierda un poco el miedo o la imagen de la química como lo peligroso, lo que contamina o hace daño, cuando en realidad la necesitamos para vivir, y puede servir en muchos aspectos de la vida cotidiana”.

Desde 2016, un equipo de cinco docentes y varios colaboradores trabaja todos los miércoles recibiendo a dos grupos por jornada en el anexo de la FQ. El Moleculario es el más nuevo de los proyectos de Química D+ y se logró gracias a la financiación de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación. El espacio ocupa parte del quinto piso y todos los stands fueron hechos por los propios docentes. Cuando se entra a la habitación no dan los ojos para ver todo: cuelgan desde el techo moléculas de glucosa, de sal de mesa y de agua; el techo, las columnas, las ventanas, los tubos de luz, todo tiene una indicación sobre cómo está compuesto; además hay infografías colgadas en las paredes con la información necesaria –y un poco más– para que los estudiantes puedan resolver la consigna de la estación en la que se encuentran.

Jugar es lo que más gusta, a los estudiantes y a sus docentes: “Llama la atención el hecho de que siempre tienen cosas para hacer. Los coordinadores los ayudamos, pero la idea es que el niño vaya, toque, haga los experimentos, nosotros solamente estamos para darles una mano y ayudar a que entiendan qué está pasando”, enfatizó Rostán. Por esta razón es que la actividad es recomendada para estudiantes de quinto y sexto de escuela, cuando estos temas comienzan a aparecer en el programa anual.

Exploradores

“Miremos el Facebook de los átomos”, dijo una de las coordinadoras, mientras le señalaba al grupo la tabla periódica colgada en la pared. Este desafío consistía en armar un átomo específico, por ejemplo, el del helio.

–¿Cuántos protones tiene el helio? ¿Qué dice la tabla?

–Dos verdes –respondieron y, acto seguido, colocaron dos bolitas de ese color en el núcleo de un átomo hecho de espumaplast.

–Si tiene dos protones, ¿cuántos electrones tiene?

–Si tiene dos “más” tiene que tener dos “menos”, para mantener el equilibrio –explicaron los niños.

Los 28 estudiantes de quinto estaban divididos en cinco subgrupos. Los coordinadores se esforzaban por que todos se quedaran el tiempo suficiente en cada stand, pero ellos querían pasar por todos, como si el tiempo no les fuera a dar. Por lejos, la estación más popular fue la de “Ensayo a la llama”: se mezclan niños de diez años, soluciones de metal, un lanzallamas y gafas protectoras y el éxito está asegurado. La idea es que pudieran detectar qué metal estaba disuelto en el agua según el color que tomara la llama cuando entraran en contacto; los colores variaban desde el verde para el cobre hasta el amarillo para el sodio.

Toda esta información que los niños fueron incorporando en forma de juego es un insumo para las maestras que los acompañaban. Para Giselle Pérez y Cristina Bettini, esta fue una experiencia “extraordinaria”. “Todos estos temas están en el programa de quinto. Ya veníamos trabajando secuenciado el contenido; empezamos con lo que era la materia, el átomo, la molécula, llevándolo a lo cotidiano, y ahora pensamos retomar toda esta información que están absorbiendo para continuar profundizando”, señaló a la diaria Bettini.

La unión de los átomos hace a las moléculas, y a las moléculas las hicieron los niños, usando esferas de madera de distintos tamaños y colores y palitos para formar los enlaces. Por si las tarjetas que explicaban con dibujos cómo debía quedar la molécula no eran suficientes, armados sobre sus cabezas colgaban ejemplos en tres dimensiones. A pesar del esfuerzo de los docentes, la ciencia no se impregna tan rápido: “Maestra, ¡armé un arco de fútbol!”, decía un niño, que mostraba orgulloso su molécula de agua oxigenada.