Montes, un lugar cerca de la frontera entre Canelones y Lavalleja, a 100 kilómetros de Montevideo, es pueblo desde 1952. En este momento cuenta con 1.800 habitantes, pero ninguno concurre a la Escuela Agraria. Allí viven una semana sí y otra no, entre otros estudiantes, los grupos de segundo y tercer año de ciclo básico, que en 2016 ganaron el concurso de innovación Tus Ideas Valen, que premia a docentes y estudiantes en distintas áreas, por la construcción de un invernáculo hecho con materiales reciclables.
El ciclo básico de la Escuela Agraria de Montes es de alternancia, lo que significa que los estudiantes viven una semana en la escuela, en un formato de internado, y la siguiente vuelven a sus hogares. La principal ventaja que tiene esta modalidad es “ahorrarse el viaje”, explicó a la diaria Adrián Cruz, docente de tecnología que, junto con su colega Matías Delfino, tutorearon el proyecto ganador.
Minas, Tapia, San Jacinto, Casupá, Reboledo, Pando, Chuy: son muchos y lejanos los lugares desde donde estos alumnos van a la escuela. Varios de los estudiantes comentaron que ir todos los días a los liceos es más difícil, por las distancias que deben recorrer; movilizarse una vez a la semana es más fácil. “Después trabajamos en nuestras casas, no nos mandan tantos deberes. Pero lo que sí tenemos que hacer es trabajar en el campo, cuidar los animales, las plantas”, detalló Agustín Giacossa, estudiante de tercer año.
La directora de la escuela, Dianella Rodríguez, aclaró que los alumnos “tienen que ser del medio rural, tener un predio productivo, aunque sea pequeño, de ellos o de algún vecino, para poder trabajar durante la semana no presencial”.
Para entrar a Montes hay que salir de la ruta 8 y recorrer el Camino Nacional hacia Minas, hecho de tierra y pozos. Alrededor sólo hay hectáreas de pasto, y se pueden ver vacas, ovejas y caballos. 16 de esas hectáreas pertenecieron a la ex RAUSA (Remolacheras y Azucareras del Uruguay Sociedad Anónima) y fueron cedidas a la escuela por el Instituto Nacional de Colonización. Allí los estudiantes trabajan con los animales, la actividad “favorita” del grupo que construyó el invernáculo ganador, de los cuales la mayoría espera llegar a la Facultad de Veterinaria.
En el espacio principal de la escuela, además de salones, oficinas administrativas, comedor y dormitorios, hay mesas de ping pong y una sala común, donde los estudiantes pueden pasar el rato luego de que terminan su jornada académica, que empieza a las 6.30 y termina sobre las 22.00. Muchas horas están destinadas a las materias comunes del ciclo básico y algunas se dedican al ámbito específico de lo agrario. Dentro de las horas de tecnología –tres por semana– los estudiantes y los profesores se arreglaron para construir un invernáculo donde pudieran cultivar diferentes plantines que luego pasarían a la quinta.
Desde las oficinas administrativas de la escuela hasta el predio donde se dan los talleres móviles y está el invernadero hay que caminar unas cuatro cuadras. Tras abrir un portón celosamente trancado por candado, con un dibujo que señala “Escuela Agraria”, se accede al terreno más pequeño de la institución. Allí está la quinta, que a esta altura del año no muestra los resultados de las plantaciones; una edificación donde se guarda bancos, herramientas, la última cosecha de zapallo y la tierra abonada, y allí también se levanta, triunfal, el invernáculo.
Construcción
Todo el grupo de tercero asegura que “lo hicieron casi sin ayuda”, aunque Cruz explica que sin la participación del grupo de segundo en la recolección de las botellas no se hubiera podido hacer. Las chicas recuerdan la etapa de la construcción del invernadero con frío: “Nos congelamos las manos en pleno invierno. Era la primera materia que teníamos, con pila de frío, pero era una vez a la semana, entonces se pasaba”, comentaron.
“Trabajar en proyectos es lo que más nos gusta”; “taller agrario y tecnología son las materias preferidas, porque son las que trabajamos la tierra y los animales”; “salir de la escuela para acá o el predio es mucho mejor que las clases”, opinaron varios de los integrantes del grupo de tercer año, que cuentan orgullosos cómo fue la creación del invernadero desde cero. “El proyecto comenzó porque en un lugar del camino a la quinta, la gente de Montes dejaba las botellas para reciclar. Cada tanto viene un camión, pero eran tantas las botellas que los chiquilines pensaron en hacer algo con ellas”, explicó el docente Cruz.
Según Exequiel García y Lucas Peña, juntaron “una cantidad incalculable de botellas, recolectando entre los alumnos y la gente de Montes”. García explicó que se comenzó cortando las botellas para crear cintas que unieran las estructuras, y cortando bidones de agua para rellenarlos de barro y formar los postes. Peña, por otra parte, contó cómo se iba subiendo a la parte más alta del invernadero para engrampar pedazos de botellas que funcionaban como tejas de ladrillo en el techo de una casa. Todos coincidieron en la importancia de las maderas que obtuvieron. La mayoría “salieron del viejo invernadero que no anduvo, se trajeron las tablas que estaban bien y se usaron en este nuevo”.
Delfino comentó que una de las innovaciones del nuevo invernadero es que los estantes de madera son independientes: “Se salen de forma individual, entonces los estudiantes pueden sacarlos y trabajar cómodos sobre las plantas que están allí”. La estructura, hecha predominantemente de botellas y madera, tiene un sistema que permite abrir las paredes para trabajar, desde adentro y también desde afuera, por los laterales. García explicó que el sistema de ganchos que permite levantar las paredes se le ocurrió a él y a otros compañeros “después de haber tratado con algunas poleas que no anduvieron”. Las bisagras que permiten que se abra la puerta y las paredes está hecha con ruedas, porque el grupo quería que todo fuera reciclado.
Ahora, dentro del invernadero, hay algunas bandejas con pocas plantaciones de lechuga, pero los estudiantes afirmaron que “el año pasado estaba lleno y se trasplantó mucho; toda la cosecha de zapallo vino del invernadero”. Así como en la materia Tecnología crearon el invernadero, en Taller Agrario cosechan lo que se planta ahí. García detalló el proceso en la quinta: “Primero movemos la tierra con la azada y la pala de diente, lo dejamos orear, le pasamos la azada y el rastrillo. Después damos vuelta los canteros, la parte de adentro la ponemos para arriba y eso lo hacemos semana a semana”.
Lejos de casa
Los estudiantes que asisten a la Escuela Agraria se deben enfrentar a un grado de independencia muy grande siendo muy jóvenes; en ciclo básico los estudiantes tienen entre 12 y 16 años, aproximadamente. “Ellos limpian todo, tazas, platos, las mesas y sus cuartos”, aseguró Cruz. Los estudiantes también aclararon que se encargan del mantenimiento del edificio donde viven: “En la materia Taller también enseñan a arreglar las canillas, las goteras, se pueden arreglar problemas con la electricidad, los enchufes y los tableros: los profes enseñan y después se hace”, comentaron.
Los materiales para trabajar en el campo, incluyendo el combustible para la maquinaria, están cubiertos por la escuela. Sin embargo, cada estudiante debe pagar 800 pesos mensuales para cubrir los gastos de vivir allí. “La educación es gratis, pero por el internado se entiende que hay que pagar una cuota, porque la plata que da UTU no da para todo. Es un dinero que maneja la comisión de padres que se junta una vez por mes, y de esa forma funcionan todas las escuelas de alternancia”, comentó Cruz.
Para la directora de la escuela, esta modalidad tiene “la gran ventaja de la independencia: hay una diferencia abismal con otros chiquilines, son autónomos, y eso es muy destacable”. Además, “les sirve mucho porque se maneja la ruralidad, es algo que les sirve a la familia y a ellos, porque no los desarraigás de su medio. Con esta modalidad le ven un sentido a estudiar, ven las posibilidades que les ofrece el medio rural y cómo la capital no es la única opción”, agregó Rodríguez. “La idea es que las cosas que puedan aprender acá sean de fácil aplicación luego en su casa. Por ejemplo, se trabaja con corderos pesados, algunos tienen esos animales en su casa o parecidos, y el cuidado que les dan acá después lo aplican en su predio. Otro buen ejemplo es el reciclado que aplicaron en el invernadero, que luego lo llevaron a sus casa”, detalló la directora.
Proyectos de cambio
Hoy por hoy la Escuela Agraria de Montes está trabajando en dos proyectos. Uno de ellos involucra y entusiasma a los alumnos. A 800 metros de las aulas se encuentra el predio más grande, donde están los animales: chanchos, vacas, toros y ovejas; algunas aulas móviles y una vieja caballeriza de RAUSA. Allí es dónde están trabajando ahora los estudiantes, para acondicionarla y crear boxes para las ovejas. La idea es “hacer un carro que pueda darles de comer y tomar a los animales sin la ayuda de nadie”, expuso entusiasmado Peña. El profesor de Tecnología detalló que el carro podrá moverse impulsado por un motor que está entre los rieles que están en el suelo de la caballeriza, que contenga el alimento y la bebida de las ovejas.
El otro proyecto, de carácter más pedagógico, es impulsado por el equipo de dirección y los docentes. El plan que tienen es “empezar a integrar las asignaturas, las materias básicas con las agrarias. Por ejemplo, que el profesor de Física vaya al predio y pueda aplicar esos conocimientos teóricos junto con el profesor de Taller”, mencionó Rodríguez. José Marichal, docente y técnico de la escuela, explicó que de integrarse las materias los estudiantes podrían tener un horario “más normal, como el que tiene bachillerato, de 8.00 a 17.00”. Rodríguez agregó: “Hay veces que los alumnos tienen matemática a las 20.00, y a esa altura del día ya no están en el nivel adecuado para procesar la información”. Consideró que además, si las materias se integraran, “los estudiantes tendrían mucho más interés por los conceptos teóricos”.