Tendemos a concentrar los debates en las medidas puntuales a adoptar. Pero cuidado: la misma medida puede ser una herramienta válida o inadecuada según el paradigma que nos planteemos.

Para delimitar el paradigma educativo tenemos que partir de la base de que la educación es una herramienta para el desarrollo de la sociedad y sus individuos. Por tanto, tenemos que esbozar, al menos, la realidad social, sus necesidades y las de sus individuos. Hacerlo excede las posibilidades de este artículo, pero ya hace muchos años que eminentes autores nos dan pautas cada vez mejores, con evoluciones de sus designaciones: revolución científico-tecnológica, tercera ola, era del acceso, modernidad líquida, cuarta revolución industrial. Quienes desarrollan estos conceptos tienen criterios y connotaciones ideológicas propias, pero la esencia nos muestra una coincidencia en la tendencia. Desde finales de la década del 60 del siglo pasado hasta hoy se viene operando un cambio tan fuerte como el de la revolución industrial.

Las características de una mayor capacidad de creación, acceso y aplicación del conocimiento, la creciente vinculación social, los cambios en los ámbitos de generación de valor, y lo que todo ello conlleva en la cualidad y velocidad del cambio, son comunes a todos los análisis y visibles en nuestras realidades cotidianas. No podemos continuar, entonces, con un diseño educativo realizado para los albores de la revolución industrial, para un conocimiento abarcable (enciclopédico) y relativamente estable (al menos en el período de vida de una persona).

El conocimiento hoy es inabarcable y evolutivo a gran velocidad. El acceso a él es instantáneo y amigable. ¿Qué sentido tiene hacer un esfuerzo en “llenar las cabezas” –como plantea Edgar Morin– o realizar fuertes “depósitos” en ellas –como señala Freire–?

El círculo virtuoso de evolución de la producción y diversificación del conocimiento, facilidad acceso y aplicación, que retroalimentan a la producción, provoca una necesidad social e individual de educación muy diferente del paradigma educativo que manejamos. No alcanza con aumentar el presupuesto, como bien señala el artículo de Fernando Isabella, sino que hay que cambiar el quehacer.

Qué se enseña: esa es la cuestión

Si la acumulación de conceptos no es lo central, ¿qué enseñamos? Preguntado así suena grotesco, y seguramente todo lector formulará respuestas teóricas humanistas muy adecuadas. Sin embargo, parece que es la pregunta que, en la práctica, “el currículo” no puede formularse. Quizá sea por ceguera paradigmática (lo que cae fuera del paradigma no lo vemos), o es posible que nos paralice el miedo a tener que repensarnos completamente.

La realidad contemporánea nos pone permanentemente ante desafíos y problemas a resolver. Los problemas de la vida no están compartimentados en asignaturas ni se resuelven por la reproducción de los conocimientos de estas. Tenemos que poder plantearnos adecuadamente los problemas, asociar multiplicidad de conocimientos, buscarlos, seleccionarlos y conectarlos adecuadamente. También es necesario acotarlos a la situación planteada, incorporar el componente creativo sin el cual no hay nueva solución a una nueva situación, y formular correctamente la respuesta.

Debemos ser estratégicos, proactivos. La inestabilidad de situaciones de múltiples variables determina que las viejas predicción estable y planificación detallada no tengan validez. Sí podemos pronosticar grandes derroteros y cursos estratégicos, dentro de los cuales las situaciones son más o menos previsibles. Si planificamos al detalle, nos frustraremos permanentemente. Y si no somos proactivos estaremos condenados a ser llevados por la turbulencia, reaccionando tarde, apagando incendios por no haberlos prevenido.

Por lo anterior, debemos tener una capacidad de desaprender y aprender rápidamente, y debemos ser conscientes de ello: saber cómo es que aprendemos mejor y dotarnos de las herramientas para poder hacerlo.

En un mundo de permanente interconexión, en el que uno vive en red, es imprescindible desarrollar la capacidad de comunicación: para el momento en que se estudia, para el momento en que se trabaja, para las relaciones amistosas, amorosas, familiares. Hoy el equipo es la unidad clave para estudiar o trabajar. Descubrir la complementariedad, resolver los conflictos, colaborar para conseguir resultados superiores a los que obtendríamos individualmente es fundamental para crecer y desarrollarnos.

Es imprescindible poder manejarnos con los recursos tecnológicos disponibles de manera al menos adecuada. Están a la mano de todos, pero tener un teléfono inteligente no garantiza un uso inteligente del recurso. Hay que procurar un buen acceso a la información, validarla, jerarquizarla, organizarla y utilizarla de forma eficiente.

La intercomunicación permanente también nos exige una mayor conciencia ciudadana democrática y participativa, que nos permita insertarnos en la sociedad como personas informadas, responsables, sensibles y solidarias, llamadas a transformar el entorno.

Si estas son –entre otras– las necesidades, efectivamente debemos revisar el currículo. En un intento de ser medianamente objetivos, nos damos cuenta de que el diseño actual no tiene como centro las competencias mencionadas anteriormente. En todo caso, queda dispuesto en las fundamentaciones teóricas, humanistas y como consecuencia de lo que intentan hacer en sus clases los buenos docentes. Pero la necesidad contemporánea no se condice con el diseño enciclopedista, reproductivo, de alta cantidad de conceptos a dictar y a aprehender. No se condice con el paradigma de equiparación de cantidad de enseñanza con cantidad de horas. No se condice con el concepto de cumplimiento del programa.

Y al revisar el currículo también deberemos revisar la pedagogía y la didáctica, así como la manera de gestionar las instituciones para que efectivamente se puedan llevar adelante los cambios. Las estructuras hay que diseñarlas en función de los propósitos: no son las necesarias para ir a jugar un torneo de fútbol que las que se precisan para viajar a la Luna. Se puede, hay que animarse.