El Abrojo es una organización de la sociedad civil referente en la ejecución de proyectos socioeducativos en Uruguay. En parte ello se debe a que en 2018 cumple 30 años, durante los cuales se ha orientado “al desarrollo de procesos de autonomía creciente y transformaciones creativas en la sociedad”, como se especifica en la descripción de su sitio web. Una de las actividades para festejar las tres décadas fue la publicación de un libro que recoge 30 historias de diferentes proyectos que estuvieron a cargo de la organización. Algunos de los relatos están situados en los inicios del colectivo, cuando la mayoría de los integrantes no recibían remuneración por lo que hacían; otros reflejan el proceso de crecimiento y búsqueda de financiamiento para las distintas acciones y proyectos. En algunos casos se acudió a fondos de la cooperación internacional, mientras que también se concursaba para obtener fondos estatales para la ejecución de proyectos y políticas públicas, tanto a nivel nacional como departamental.

Como se da cuenta en el libro 30 años 30 historias, una de las primeras intervenciones de El Abrojo ocurrió en 1989, durante la ocupación del complejo de viviendas de Verdisol por decenas de familias que necesitaban un techo. Muchas eran mujeres, y a ellas apuntó el trabajo desde la organización. En ese momento, Ana Casamayou había regresado del exilio hacía pocos meses y trabajaba como fotógrafa para Mate Amargo, motivo por el que concurrió al complejo de viviendas. Según contó a la diaria, llegó a El Abrojo invitada por Alba Antúnez, a quien conocía de la militancia social, y se integró a las comisiones de comunicación y de mujeres del colectivo. Si bien hasta el momento se habían hecho talleres de salud dentro de la institución, la de Verdisol fue la primera intervención “hacia afuera” del grupo de mujeres y también fue el primer proyecto financiado: recibió fondos de la cooperación alemana. “No nos definíamos como feministas en aquel momento. Trabajábamos con mujeres, y Verdisol fue una oportunidad de trabajar no sólo con las que estábamos cerca”, recordó Casamayou.

Desde el comienzo

Antúnez, José Fernández y Julio Calzada fueron los tres “fundadores referentes” de la organización, señaló Paula Baleato, quien integra el colectivo desde pocos meses después de su creación y en la actualidad coordina el programa de infancia, adolescencia y juventud. Basada en el relato de Casamayou, Baleato destacó que El Abrojo “siempre tuvo el enfoque de politizar la vida cotidiana”.

Baleato y Casamayou coinciden en que desde sus comienzos El Abrojo fue una organización cuyos lineamientos jerárquicos no determinan el funcionamiento del colectivo. Por el contrario, las discusiones entre sus integrantes, en pie de igualdad, fueron la semilla de muchos de los proyectos. En plena recuperación democrática, muchos de los integrantes del colectivo provenían de la militancia en organizaciones sociales, y también había quienes participaban en instancias político-partidarias. Las entrevistadas recordaron que también había variedad de género y generaciones. Por ejemplo, mencionaron que algunos habían participado en el movimiento antirrazias en 1989. En ese contexto, “se pensaba a El Abrojo como un proyecto político en un sentido amplio: un espacio para incidir o hacer política no partidaria desde la sociedad”. A diferencia de otras organizaciones con objetivos similares, El Abrojo no tuvo un origen religioso, sino que se apelaba “a una sociedad más justa, igualitaria y libre”, señaló Baleato. “Los temas de la libertad, que tradicionalmente fueron medio problemáticos para las izquierdas, también estaban muy presentes en la organización”, añadió. Al respecto, Casamayou también valoró el vínculo que mantuvieron con la organización muchas personas que provenían del ámbito de la cultura.

Consolidación

Después de los primeros años, más sostenidos en la militancia y en lo vocacional, El Abrojo logró consolidarse como una organización sustentable. Consultada sobre ese proceso, Baleato señaló que “el mundo fue cambiando”: “Se recuperó la democracia en Uruguay, en 1989 se cayó el muro [de Berlín], en 1990 el Frente Amplio asumió el gobierno de Montevideo, y nosotros también fuimos procesando discusiones internas sobre cómo adaptarnos sin perder la esencia”. En suma, con la consolidación de la democracia empezó un proceso de retiro progresivo de la cooperación internacional, por lo que había que asumir espacios de asociación o cooperación con el Estado. “Eso también implicó procesar discusiones internas: se venía de la dictadura, cuando el Estado era el enemigo. En un Estado democrático implicaba ponerse en otro lugar, pensar más en la asociación y en la complementariedad. Eso nos generó discusiones eternas, porque se te iba la vida en el convenio sí o el convenio no. Para ninguno de nosotros esto era sólo un trabajo, incluso para algunos esto es así hasta el día de hoy”, definió Baleato.

La socióloga recordó que el primer proyecto importante a cargo de la organización se llamó Remolino. Fue la piedra fundadora del programa de la organización que ella coordina actualmente. El proyecto trabajó con niños en situación de calle en Paso Molino y contó con el financiamiento de la organización suiza Tierra de Hombres. “Eso se fue extendiendo y de la propia intervención empezamos a generar nuevas intervenciones. En Remolino empezamos trabajando cuatro personas, y los mismos chiquilines nos fueron llevando a los lugares donde vivían: el cantegril de Uruguayana y Zufriategui y la ex fábrica Martínez Reina, que en ese momento era un hogar municipal. Generamos tres intervenciones: una en Martínez Reina, otra en el cantegril y otra en la calle. Al mismo tiempo, nos pusimos a buscar oportunidades que nos permitieran profundizar ese trabajo”, recordó.

En un momento, la Intendencia de Montevideo decidió cerrar el hogar municipal y trasladar a los habitantes del asentamiento a Casavalle, por lo que las intervenciones fueron reformuladas. “Trabajando con la misma organización generamos un apoyo para acompañar el traslado de la población a Teniente Rinaldi y San Martín, en Casavalle. Nos postulamos a un fondo y pudimos comprar una casa, que hoy es una casa abierta, para poder seguir trabajando en la zona. En ese momento también conseguimos un apoyo de Holanda para comprar un ómnibus y generamos una propuesta móvil para trabajar con niños en situación de calle y poder trasladarnos nosotros a donde estaban los gurises. Fue una combinación de motivación, capacidad de propuesta y la oportunidad que se generó: la salimos a buscar”, resumió Baleato.

Formas de ser

Hasta cierto momento, los proyectos se generaban cuando quienes tenían más afinidad en determinados temas se ocupaban de buscar los fondos para concretarlos. Sin embargo, como los tiempos siguieron cambiando, no todos los proyectos pueden sostenerse de esa forma. Si bien Baleato valoró que “los fondos de la cooperación internacional te dan mucha más autonomía y permiten más creatividad”, consideró que con el tiempo la organización pasó a ser “un engranaje de las políticas públicas”. Hoy El Abrojo cuenta con seis programas: además del de infancia, adolescencia y juventud, hay uno sociolaboral, uno de habilidades para la vida, uno socioambiental, otro llamado “Alter-acciones” –destinado a la reducción de riesgos y daños asociados al uso de drogas– y La Jarana, programa de recreación y tiempo libre.

Más allá de su participación en la ejecución de muchos programas en territorio en la órbita de instituciones estatales como el Instituto del Niño y Adolescente de Uruguay (INAU) o el Ministerio de Desarrollo Social, El Abrojo también tiene entre sus objetivos la incidencia en la formulación de políticas públicas. Consultada al respecto, Baleato señaló que esto ha variado en función de las distintas administraciones de gobierno y de las personas que han ocupado los cargos de decisión. Baleato evaluó que, “en general, desde lo político-partidario, y desde la izquierda en particular, hay una visión bastante restringida en relación con lo público”. Argumentó que “se piensa mucho en lo público como lo estatal o lo gubernamental, y no en la cosa pública en el ámbito de lo común, de lo que es de todos y queremos hacerlo de manera organizada y colectiva”.

Como ejemplos de arenas políticas en las que la organización ha incidido, la socióloga nombró las políticas de drogas, en las que se impulsó una perspectiva de reducción de riesgos y daños, con un enfoque “no punitivo, no moralizante, que hace eje en las libertades de las personas y las responsabilidades del Estado”. En suma, señaló que en el ámbito educativo también generaron la figura del maestro comunitario en 1995, modelo que en 2005 el Consejo de Educación Inicial y Primaria adoptó para el armado de un programa específico. “Hubo incidencia, creo que hay una dificultad para pluralizar la política pública, democratizarla en el sentido de dónde se piensa y quiénes son los actores que la hacen”, ya que la política se diseña “de arriba para abajo”, pero para que tenga “sustentabilidad democrática y que no cambie el gobierno y también lo haga la política, necesitamos que se haga de abajo hacia arriba”.

Niñez y adolescencia

Consultada sobre las políticas en infancia y adolescencia, Baleato aseguró que “se ha hecho mucho, pero falta”. Evaluó que “los desafíos más grandes tienen que ver con la institucionalidad del país, que son las herramientas que tenemos para garantizar un acceso igualitario al bienestar social a los niños, niñas y adolescentes”. “Las herramientas que hoy tenemos no son las que los niños de este país necesitan”, ya que “no garantizan de manera integral los derechos” para esa franja etaria, sostuvo.

“Seguimos teniendo políticas para los otros, para niños ‘con problemas’ o en situación de vulnerabilidad social, y está demostrado que eso no da ni dará resultado. No es que falten programas de apoyo a los niños que necesitan apoyo. Falta trabajo, vivienda, educación y ciudad de calidad para las familias que tienen niños. Es necesario que haya políticas sociales universales para las familias que tienen niños”, sentenció. Al mismo tiempo, lamentó que Uruguay no tiene en la actualidad “un ámbito que lo esté pensando”, ya que “la educación piensa en los estudiantes y el INAU por ley debe pensar en todos los niños, pero no lo está haciendo: es una institución que por su tradición no tiene posibilidades de garantizar el liderazgo de esa integralidad”.

Según Baleato, desde la sociedad civil El Abrojo plantea que el país necesita “un sistema nacional de promoción y protección a la infancia y la adolescencia”. “Ese ámbito, que puede ser una secretaría, tiene que ser rector de las políticas para todos los niños. Obviamente, para aquellos que se encuentran con derechos vulnerados tiene que haber respuestas específicas, pero se debe terminar con los programas especiales y con la idea de que lo que necesitamos son más programas de ese tipo. Lo que necesitamos son más programas para todos los niños. Los programas focalizados se presentan como atajos para poder traer de vuelta a los niños que se salieron de las instituciones que son para todos, pero eso no pasa, porque las instituciones son para todos menos para los que se cayeron y necesitan alguien que los retorne. Los retornan y esa institución no cambió”, definió la socióloga.

Para Baleato, una línea interesante que puede mostrar el camino a seguir es la inversión que se está haciendo en primera infancia, ya que “se están haciendo buenos equipamientos, desde una perspectiva que tiende a la integración”. “Hoy muchos más sectores populares y medio-bajos empiezan a pensar en mandar a su hijo a un CAIF [centro de atención a la infancia y la familia], y eso genera cambios. Antes el CAIF era para los que no podían pagar, porque está pensado así: servicios públicos para los que no pueden pagar. Terminamos en que lo público es para los pobres y no es de todos. Las familias de sectores medios resuelven el bienestar de sus hijos en el mercado, y eso genera un conjunto de dificultades, incluso para los hijos de las familias de sectores medios y para la sociedad en su conjunto”, concluyó.