Andrés Palma Valenzuela es profesor en el departamento de Didáctica de las Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Granada, España. El docente se encarga de dar clase a los futuros maestros y profesores, y desde 2011 lleva adelante en su cátedra un proyecto en el que toma la novela histórica como herramienta pedagógica para estimular al estudiante a trabajar “desde el hacer en vez del repetir”. Esta semana participó en Con vencidos y vencedores: coloquio internacional interdisciplinario Tomás de Mattos, junto a otros destacados investigadores nacionales y extranjeros. Su conferencia principal fue ayer y se tituló “La novela histórica como recurso didáctico aplicado a la enseñanza y aprendizaje del tiempo histórico, el espacio geográfico y las realidades antropológicas y patrimoniales”. En su paso por Montevideo, Palma Valenzuela conversó con la diaria sobre el futuro de su proyecto, las dinámicas de itinerarios históricos-artísticos que está haciendo con sus estudiantes y el área académica Educación para la Paz, de la que también está a cargo en su facultad.

Este es el octavo año que trabajás con la novela histórica como recurso pedagógico. ¿Qué te llevó a crear el proyecto?

Veía que los y las alumnas no tenían motivación alguna por la historia; en general es un tema que no les resulta atractivo. En el contexto de modernidad líquida en el que vivimos, el perfil del estudiante es el de una persona instalada en el presente muy inmediato, porque el futuro da miedo, entonces no se lo plantea, y el pasado es algo con lo que ya rompieron. En ese contexto, plantear la necesidad de recuperar el estudio de la historia y las ciencias sociales era un problema. Entonces, el punto de partida del proyecto fue encontrar la motivación. Por otra parte, en España hemos pasado de una dictadura, en la que se manipuló la historia desde una perspectiva concreta, al extremo contrario, con gobiernos de izquierda que intentaron equilibrar la balanza, y así han sido protagonistas de manipulaciones de la historia en otro sentido, aunque sea con la buena voluntad de compensar. Al final obtenemos un desconocimiento de la historia, una versión muy sesgada, y eso limita las capacidades de comprensión de la propia identidad.

¿Por qué comenzar a trabajar con la novela histórica, específicamente?

Descubrí que junto con esa desmotivación aparente por la historia, el alumnado estaba muy interesado en cuestiones históricas. Quizás la mayor parte de ellos ha vivido con intensidad las distintas series históricas, el desarrollo del mercado de la novela histórica como un objeto de consumo, que es muy grande; incluso la recuperación de personajes o de momentos de historia a través de juegos digitales viene creciendo. Todo eso me dio la idea de rescatar la motivación para analizar la historia. Para que tuviéramos una referencia directa me centré en la historia concreta de Granada; me parecía buena idea poner en contacto a los alumnos con la historia local, el entorno inmediato nos parecía muy interesante como objeto que se toca y que me pone en contacto con la historia.

¿Cuál es la rutina que siguen luego de presentada la novela?

En esencia vengo a hacer lo contrario de lo que hace el novelista. El autor parte de un hecho histórico que conoce o se ha documentado al respecto y le agrega elementos históricos y personajes que realmente existieron o que podrían haber existido, manteniendo la verosimilitud. Yo pretendo hacer lo contrario: creo una especie de máquina de tiempo en la que introduzco al alumno a través de la trama de la novela. Una vez que conoce el texto le hago descubrir el espacio geográfico, el espacio urbanístico, que haga un mapa, recorrer la zona, hacer fotografías, encontrar grabados. En segundo lugar le pido que descubra el tiempo histórico; en tercer lugar, las dimensiones antropológicas de los personajes: los grupos y conflictos sociales; y en cuarto lugar, los valores patrimoniales como el arte, la cultura, los edificios. Es un proceso de deconstrucción de la novela para reconstruir el contexto. Es un trabajo muy intenso: a los alumnos los pongo en la tesitura de destripar la novela, descomponerla. Logramos un aprendizaje por descubrimiento, porque nadie se lo dice; activo, porque lo hace él mismo; y significativo, porque no se lo olvida. Es una manera de hacer el proceso de enseñanza y aprendizaje, que confluyen, mucho más dinámico y motivante.

¿Cómo funciona el trabajo con la novela histórica?

Me cuesta mucho, los jóvenes no leen, entonces cuando les planteo que tienen que hacer un trabajo con una novela de 500 páginas, la primera reacción es de rechazo, porque no entienden, no están acostumbrados. Además, si es una novela ambientada en un periodo histórico que sobrepasa los 30 años, que ellos ya no controlan, les parece que estamos en la época de los dinosaurios. La primera fase es conflictiva porque no lo entienden y les cuesta mucho, porque están acostumbrados a un tipo de enseñanza muy tradicional, donde los profes llegan e imparten su clase. Yo sólo trabajo con dos materiales, el resto es producción de ellos; por un lado, les doy información para ubicarse históricamente en el período, y por otra parte, materiales para ambientarse técnicamente en lo que es una novela, porque muchos no saben.

¿Por qué enfatizar en el libro y no otras narraciones?

Porque en el momento era lo más cómodo. Comenzamos con la novela pero lo vamos a extender a series de televisión, películas, cómics y relatos cortos. Es un trabajo que empezó pequeño, pero se expandió en un proyecto de investigación y desarrollo que hicimos en la universidad en 2016 y 2017. Ahora voy a pedir una segunda fase del proyecto, a un nivel más importante, en el marco de la Unión Europea. Pretendo ampliar el proyecto a lo que se conoce como transmedia, utilizar distintas vías para estudiar el acontecimiento o el personaje histórico; es un campo muy abierto en el que hay mucho por hacer.

¿Cuál es la parte más difícil de tu trabajo como docente?

El gran reto es elegir la novela. Para seleccionar una tengo que leerme seis o siete, porque tiene que cumplir una serie de condicionantes: primero, que sea una buena novela histórica, porque hoy se le llama novela histórica a cualquier cosa. Segundo, que tenga cierta calidad literaria. Tercero, el autor de la novela debe respetar la realidad histórica, y eso no es fácil.

¿Qué tipo de evaluación aplicás?

La evaluación la hago mediante varias vías que voy alternando en el año. Una es la elaboración de una memoria en la que ellos dan cuenta de lo que les pido que descubran en la novela. Otra es cuando el autor de la novela viene al aula a debatir con los alumnos, allí la evaluación es muy interesante. También hacemos un itinerario didáctico, por eso siempre he elegido novelas ambientadas en la zona, para que ellos hagan trabajo de campo. Asimismo, propongo que hagan un ensayo didáctico; aquí les dejo libertad, porque pueden encontrar muchos temas interesantes: la mujer, el vestido, la comida, la religión, la política, el sexo, las relaciones de poder. Les doy libertad y hacen cinco o seis creaciones didácticas usando fragmentos de la novela, y a partir de ahí elaboran un repertorio de actividades didácticas para trabajar con sus alumnos.

Mencionabas los itinerarios como forma de evaluación, pero además son una de tus líneas de trabajo en la cátedra.

Sí, el itinerario consiste en rescatar el entorno en el que nos movemos, que es de por sí un entorno de aprendizaje. La ciudad es una aula sin muros, hay que aprender a ver el espacio. Esto supone una preparación previa en el aula, luego un itinerario que lleve a los lugares, que pueden ser múltiples, recoger la información, volver al aula, debatir y hacer una síntesis de todo lo descubierto en algún tipo de trabajo escrito. En definitiva, es superar la imagen del turista que pasa por los lugares tomando fotografías sin saber nada más, que se convierta en alguien interesado por lo que ve y que interactúa.

También sos docente en Educación para la Paz, ¿cuáles son los principales objetivos que te proponés?

Todo esto arranca de los planteamientos que hace la UNESCO en la década de 1990: si la violencia crece en la mente de las personas, la paz tiene que crecer en la mente de las personas. En mi caso trabajo con las teorías del sociólogo noruego Johan Galtung, que hace el siguiente planteamiento: el conflicto forma parte de la vida del ser humano; desde que nace hasta que muere tiene una vida impregnada de conflicto. Educar para la paz es para saber gestionar el conflicto, no solamente evitando la violencia directa, sino eliminado las condiciones para que la violencia crezca. Educar para la paz es generar programas para gestionar el conflicto de la forma más constructiva posible.