El trabajo en proyectos es una línea de trabajo impulsada en toda la Administración Nacional de Educación Pública, más allá de que siempre hubo docentes que la desarrollaron en solitario o con colegas. En el caso de la educación secundaria, esta forma de encarar el vínculo de los adolescentes y jóvenes con el conocimiento se baja a tierra a través de diversas modalidades y mecanismos. En el caso del liceo Instituto Batlle y Ordóñez (IBO) del Prado montevideano, los estudiantes de sexto año deben desarrollar proyectos de investigación sobre distintos hechos de la realidad social, que involucran conocimientos de diferentes áreas del saber.

Cuando faltaba poco para terminar los cursos y egresar de la educación media, los estudiantes de los 17 proyectos de los cuatro grupos de sexto presentaron los resultados obtenidos ante sus compañeros, pero no fue la primera instancia de intercambio. Por ejemplo, tres estudiantes de la orientación Derecho pueden explicar perfectamente el proyecto de huerta que desarrollaron estudiantes de sexto de Agronomía, que como estuvo compuesto solamente de seis jóvenes, recibió ayuda de otras clases. Mayra Capalvo, Natali Grimau y Mariana Souza contaron a la diaria que ayudaron a sus compañeros de Agronomía desde el principio. Por ejemplo, participaron en la cortada de pasto para que hubiera lugar para la huerta, lo que hicieron a mano o con tijeras. En una segunda instancia, también los ayudaron a recolectar bidones vacíos para realizar el camino que lleva hasta la huerta, ubicada en el amplio patio del liceo. Ese fue el proyecto final del año para los estudiantes, en el que no sólo estudiaron la forma de armar la huerta junto con la profesora de Química, sino que también analizaron qué beneficios a la salud traen los alimentos que cultivaron. Además, en una muestra de proyectos realizada en octubre, cocinaron con lo producido para mostrar que es posible comer de forma más saludable; por ejemplo, prepararon una torta de chocolate con remolacha, que intensifica el sabor.

De la huerta al laboratorio

Alicia Rodríguez, la profesora de Química que fue tutora del proyecto, contó que años atrás en el liceo existía una huerta, que era del centro de estudiantes, y que desde hace un tiempo un grupo de profesores intentaba reactivar una iniciativa similar. Después de una primera experiencia en 2017, este año la huerta tomó más fuerza después de recibir los insumos necesarios por parte de un proyecto del Municipio C, por ejemplo, un montón de tierra y orientación sobre por dónde comenzar. Según recordó la profesora, aprovecharon esa instancia para analizar los componentes y las características del suelo del patio desde el punto de vista químico; luego recibieron lombrices californianas y composteras para producir fertilizantes a partir de residuos orgánicos como la yerba del mate, misión con la que también colaboraron varios actores del liceo.

Cuando empezaron a plantar se toparon con dificultades propias de los cultivos, como la presencia de hormigas, y también vieron que algunas plantas se secaban. Por lo tanto, con el acompañamiento de la profesora de Química, comenzaron a diseñar soluciones, como ahuyentadores orgánicos, que lograron espantar las plagas.

Como el proyecto se basa en una de las premisas de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, que dice que en un espacio pequeño y a partir de la reutilización se pueden lograr todos los nutrientes necesarios para el organismo, en el laboratorio de química hicieron los análisis para evaluar que la huerta realmente los tuviera. “El resultado es maravilloso”, evaluó Rodríguez mientras mostraba las plantas de lentejas para obtener proteínas, que quedaron escondidas en medio de las abundantes plantaciones. “Esto de los proyectos está bueno porque ves que los chiquilines se enganchan con un objetivo, pero, por ejemplo, el curso de química lo dimos todo desde la huerta. Todo lo que ellos hicieron en el laboratorio tiene conexión con lo que estaban haciendo en el espacio de huerta”, agregó. Para 2019 el desafío está puesto en que la iniciativa se sostenga.

Acoso callejero

Mariana Souza, estudiante de sexto de Derecho del IBO, desarrolló junto con otras compañeras un proyecto que trató sobre acoso callejero y contó a la diaria que eligieron el tema porque observaban que estaba “muy naturalizado”, además de que les ha tocado sufrirlo en carne propia. Al empezar a investigar notaron que “había una ausencia desde el punto de vista teórico y de normativa”, y decidieron contactarse con la Asesoría para la Igualdad de Género de la Intendencia de Montevideo (IM), que estaba trabajando en el programa “Ciudades seguras” para generar una política pública. Además, se pusieron en vínculo con el Colectivo Catalejo, que también estaba trabajando en la temática. “Estas dos organizaciones nos aportaron información y datos estadísticos; eso nos permitió tener una base para poder ver cómo era el panorama”, recordó Souza.

En el marco de las actividades del proyecto, con el apoyo de la IM y del Colectivo Catalejo realizaron un taller de sensibilización en la escuela técnica marítima de UTU, cuyos estudiantes son en su mayoría varones, lo que “fue un desafío” para el grupo de estudiantes, según manifestó Souza. “Los resultados del taller fueron buenos, estuvieron bastante receptivos, por suerte”, agregó.

A nivel de la difusión de la investigación, las jóvenes se propusieron informar sobre qué es el acoso callejero y qué efectos produce, y a eso apostaron principalmente en el stand que colocaron en la muestra de octubre. Además, con el seguimiento de la profesora de Derecho, crearon un proyecto de ley, ya que constataron “una carencia de normativa, porque no es algo tomado como un delito sino sólo como una falta”, contó la estudiante.

Otras violencias

Otro de los proyectos trató sobre la vulneración de derechos humanos en la vejez. Mayra Capalvo y Natali Grimau, integrantes del equipo que lo desarrolló, señalaron que visualizaron esa problemática “materializada en Montevideo a través de la violencia hacia los adultos mayores”. Según relataron, en primera instancia acudieron a organismos como el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inmayores) para ver qué datos había sobre la problemática, pero se encontraron con que no había información estadística sobre ese tema en Uruguay, por lo que decidieron realizar su propio trabajo de campo. El grupo de liceales realizó encuestas a adultos mayores para saber qué porcentaje había sufrido violencia, de qué tipo de violencia fueron víctimas y quiénes eran usualmente quienes la ejercían. “A través de ese trabajo vimos que 60% de adultos mayores que entrevistamos había sufrido algún tipo de violencia; la más frecuente son la psicológica y la física, y también encontramos abandono”, relataron las estudiantes.

No obstante, también se toparon con violencia estructural y química, que es la que se da cuando se cambian las prescripciones médicas sin consulta previa. Según agregaron, este tipo de violencia no sólo la ejerce quien cuida del adulto mayor sino también los propios profesionales de la medicina, que “ven síntomas como producto de la vejez e ignoran otras cosas que pueden llegar a afectar a la persona”. Sin embargo, a partir de su investigación concluyeron que quienes más ejercen la violencia sobre personas mayores suelen ser los propios familiares, lo que es un problema a la hora de denunciar, “porque si la persona vive con el familiar que lo maltrata no hay una seguridad habitacional para que quien denuncia tenga un lugar al que concurrir”. “Hicimos una entrevista a una mujer adulta y nos contó que ella había sufrido violencia por parte de su hija y la pareja de su hija, pero como vivía con ella y la quería, lo permitía porque no le quedaba otra. Decía: ‘Está mal, yo lo sé, sufro con esto, pero es mi hija’”.

En la clase de Derecho, el equipo también analizó que la violencia a este tramo etario “es una problemática que entró en la agenda pública muy recientemente”, por lo que “no hay muchas políticas públicas” al respecto. “Si bien en 2009 se creó Inmayores y Uruguay ratificó la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores en 2016, no se hizo mucha cosa más allá de alguna capacitación y campañas”, analizaron las estudiantes. Según agregaron, si bien las personas mayores tienen los mismos derechos humanos que el resto de la población, también se establecen “derechos específicos de la tercera edad y cuarta edad”, como la no discriminación en la vejez o la vida sin violencia en ese tramo etario. Esta situación llevó al grupo de liceales a proponer un proyecto de ley de 25 artículos que abarca a todos los derechos que se ratificaron en la convención y que no estaban amparados en ninguna ley uruguaya.

Pan para hoy

Adentro de una de las salas del liceo, las profesoras Laurita Dávila, de Sociología y Estudios Sociales y Económicos, y Alejandra Terra, de Biología, escuchaban atentas las presentaciones de cada uno de los proyectos que tenían fecha para ese día, después de culminada la tradicional fecha de parciales. También seguidos por sus compañeros, en el frente estaban Nahiara Camaño, Giancarlo Fornara, Mikaela Motta y Camilia Silvera, quienes explicaban en detalle su investigación, que consistió en trabajar sobre la producción y el consumo de pan. Más allá de que la tutora del proyecto fue Dávila, también les dieron apoyo las profesoras de Inglés, de Biología y de Química. Precisamente, se detuvieron a estudiar el proceso de fermentación de la masa de pan y también analizaron los nutrientes que aporta a la dieta.

Una de las hipótesis de partida fue que la ingesta de pan en adolescentes tiene un origen cultural, y para ello también hicieron encuestas a partir de un marco teórico que incluyó aportes de la nutrición, la salud y los derechos humanos. Según encontraron en el relevamiento, la mayoría de los estudiantes del turno de la mañana no conocen los aportes del pan al organismo; también comprobaron que la hipótesis de que sus compañeros consumen pan principalmente por motivos que tienen que ver con la cultura era acertada.

Otra manera

En el salón, los estudiantes de uno de los sextos coincidieron en que trabajar en proyectos “te enseña a trabajar en grupo”, que es algo que “van a tener que hacer en la facultad”, cuando egresen del liceo. En ese sentido, destacaron que esta modalidad de trabajo les sirvió para aprender “a adaptarse a los tiempos del otro”. Si bien reconocieron que también implica mayor complejidad, valoraron que se aprende de una forma distinta a la más tradicional, en la que accederían a los mismos conocimientos únicamente escuchando a un docente o aplicando experimentos, sin su aplicación a un proyecto propio. Por lo tanto, valoraron que no es lo mismo que estudiar para un escrito, ya que trabajando bajo esta modalidad el conocimiento es construido por ellos mismos y también pueden compartirlo con la comunidad. Además, la apropiación que sintieron los jóvenes por sus proyectos fue muy grande, y, por ejemplo, muchos elaboraron remeras y pines sobre ellos.