No conocí a Alicia Goyena. Como docente, durante bastante tiempo no supe quién era, como sucede hoy con colegas, futuros profesores y estudiantes liceales. Era un nombre: el de una calle de Montevideo, el del liceo 29, el del centro de formación permanente para profesores que se creó en setiembre de 1986 y donde hice cursos a mi egreso del Instituto de Profesores Artigas (IPA) como profesora de Literatura, en 1988.

No tengo memoria de Alicia, pero estoy escribiendo en el que fue su escritorio, rodeada de sus muebles, su lámpara, sus libros, en la que fue su casa y que hoy es una de las dependencias culturales del Consejo de Educación Secundaria: La Casa de Alicia (Cátedra Alicia Goyena) (link a ). Un lugar de memoria… en construcción.

Un poco de historia

En un muy sensible y exhaustivo trabajo de investigación, titulado Una pedagogía para la vida, la profesora Margarita Ferro devela mucho de la vida y la obra de esta mujer, que permanece muy presente, con gran intensidad afectiva, en quienes la conocieron, pero que resulta prácticamente desconocida para las nuevas generaciones.

En enero de 1944, la Sección Femenina de Enseñanza Secundaria recibió el nombre de Instituto Batlle y Ordóñez (IBO). En marzo, con 47 años, Alicia asumió la dirección, por iniciativa de sus compañeros y sin dejar sus clases de literatura.

Desempeñó ese cargo durante 33 años, hasta que en enero de 1977 el Consejo Nacional de Educación decretó su cese. El 22 de enero de 1977, a las nueve de la mañana, la expulsaron a la fuerza del que fuera local del IBO (hoy IPA), y se retiró en su casa de la calle Pablo de María.

Falleció ese mismo año, el 6 de junio, con 80 años de edad.

Una educadora feminista en la década del 40

Alicia dedicó su vida a la educación, con un objetivo claro: combatir el desnivel cultural de las mujeres y colocarlas en igualdad intelectual con los hombres. Este aspecto de su trabajo como docente y como gestora cobra hoy una dimensión fundamental cuando las mujeres continuamos luchando por el respeto y el reconocimiento de nuestros derechos.

Desde el IBO cambió la vida de miles de mujeres. ¿Cómo? Con una postura educativa sostenida en la acción. “Ajena a toda soberbia discursiva, Alicia Goyena escribió poco e hizo mucho” (Ferro, 2000). Ferro plantea que quizá una de las causas de la poca producción escrita sobre sus propuestas educativas haya estado en la molestia que habría generado la reflexión pública de lo femenino en las mujeres de su generación.

Llevó adelante distintas estrategias pedagógicas destinadas a la educación de las mujeres. “Gracias a ella fue posible un salto en calidad y cantidad de la educación femenina en nuestro país, como resultado de una verdadera ‘discriminación positiva’, es decir, una separación que opera para beneficiar o privilegiar a un sector de la población, de manera de obtener una nivelación equitativa con otros sectores más avanzados en determinada área. En este caso se trató de concentrar los esfuerzos sobre la mujer, trabajando específicamente hacia la equidad educativa entre los géneros” (Ferro, 2000).

“La Femenina”, como se conocía al IBO cuando Alicia lo dirigió, se transformó en un modelo único para la educación nacional: tenía biblioteca, comedor, departamento médico y odontológico.

Alicia siempre tuvo muy claras las condiciones que limitaban el desarrollo personal de las mujeres. La profesora María Emilia Pérez Santancieri, en un artículo publicado en El País Cultural, alude a eso recordando que en las reuniones de profesores “se oyeron por primera vez sus planteos, que no se referían ya a los derechos políticos y civiles de las mujeres, sino a lo que más desgasta y a lo que menos se advierte: a lo cotidiano. Se trataba de las alumnas que no rendían porque estaban agobiadas por tareas domésticas, cosa que no pasaba con sus hermanos”.

Alicia alentó en las alumnas la convicción de que mediante su pensamiento y su accionar podían transformar los aspectos de la realidad que no les eran favorables. En 1964 comenzó a funcionar la Coordinadora de Estudiantes de Secundaria del Uruguay (CESU), a la que se integra el liceo femenino: se hicieron frecuentes las asambleas en el “liceo de señoritas”, para las que la dirección cedía el salón de actos.

La Casa de Alicia

Dice Pierre Nora en Los lugares de la memoria: “Al principio, debe haber voluntad de memoria”. Pero se trata de construir una nueva memoria, que no sea una “memoria prótesis […] esa memoria nos viene del exterior y la interiorizamos como una imposición individual, pues ya no es una práctica social”. ¿Cómo comienza a lograrse esto? Generando palabras, experiencias, vivencias, que hagan surgir nuevas memorias que lleven a buscar y encontrar las antiguas y a proyectar transformaciones acordes a las nuevas necesidades. Un nuevo nombre que refiere a un concepto y a una realidad más cercana: una casa (literalmente, la casa de Alicia) es un espacio que nos recibe, construido para estar habitado, donde se producen encuentros y experiencias.

Fundamentales para este lugar de memoria son los nuevos habitantes, convocados no sólo para serlo, sino para transformar la casa.

En 2016 se convocó el concurso “Un logo para La Casa de Alicia”, dirigido a los estudiantes de bachillerato de los liceos públicos. El elegido fue el de Angélica Freire, alumna de cuarto año del liceo 5 de Montevideo. Comparto un fragmento de la fundamentación de su propuesta: “¿Por qué un rostro sugerido? Porque demuestra su rostro no reconocido por la sociedad y por los estudiantes que allí concurren y que se benefician de dicha casa. Yo misma me enteré de su historia participando de esta actividad. En nombre de Alicia y mucha gente con actitudes nobles, es que diseñé su cara olvidada”. Estas palabras muestran que este trabajo creativo sustentado en la investigación generó un vínculo con el lugar y con la personalidad de Alicia que no existía. Tal como plantea Nora, la experiencia concreta hace surgir las raíces de la memoria.

Comencé esta nota diciendo que no conocí a Alicia. Sin embargo, en octubre de 2016 pude verla sentada en su escritorio, en medio del impresionante desorden de sus libros (ella sabía en qué lugar estaba cada documento, según cuentan todos los que pasaron por su despacho en el IBO), iluminada por la lámpara de bronce y nácar. Esta “otra Alicia” fue creada por Luciana (17 años, alumna de sexto Artístico del liceo 65) y su profesora de teatro, Carla Moscatelli; junto a sus compañeros y a la profesora de Comunicación Visual Martha Argente hizo el recorrido que hicieron los visitantes el Día del Patrimonio. La idea de que Alicia estuviera presente fue una iniciativa de Luciana.

En este juego de memorias sobre Alicia que se han ido entrelazando me quedo con la de los estudiantes que hoy habitan su casa para desarrollar proyectos, estudiar en su biblioteca y construir sus historias, reconstruyendo así la de esta mujer uruguaya, educadora y feminista. Como prueba de esto último, comparto lo que uno de ellos escribió en el Libro de Visitas: “Alicia tiene cada vez más luz. Se lo merece”.

Prof. Beatriz Miranda, directora de La Casa de Alicia (Cátedra “Alicia Goyena”)