Gerardo Echeita, docente de la Universidad Autónoma de Madrid, es doctor en psicología y se especializó en educación inclusiva. Es referente en el tema para distintos organismos internacionales; también es asesor de instituciones educativas en materia de inclusión y atención a la diversidad. La semana pasada estuvo en Montevideo invitado por la Universidad Católica del Uruguay y brindó la conferencia “Educación inclusiva: sentido, dimensiones y desafíos pendientes”. Antes del encuentro conversó con la diaria sobre esos temas. En referencia a la inclusión, tiene claro lo primero que hay que entender: “El desafío no es sólo relativo a los niños con discapacidad, sino con todos los niños. La pregunta es qué hacer con todos ellos, no con un grupo. Hay muchos que deberían estar por terminar la secundaria y sus resultados los llevan a ser un fracaso escolar, o niños que siendo buenos alumnos están experimentando situaciones de marginación, de rechazo; la inclusión es para que todos tengan un espacio de calidad en la escuela”.

Por lo general, la inclusión educativa apunta a las personas con discapacidad, pero vos planteás que es algo más general. ¿Cómo la definirías?

Tal vez una fuerza importante de ese movimiento que mundialmente se conoce como inclusión tiene un vector muy grande en las personas con discapacidad. La razón es sencilla: como colectivo es el grupo más excluido de los ámbitos educativos, sociales y laborales a lo largo de la historia y hasta hoy. En ese marco, es comprensible que el movimiento que organiza a las personas con discapacidad a nivel local, nacional e internacional haya enarbolado la bandera de la inclusión; pero en el momento en que lo pide para sí lo pide para todos. Pide oportunidades para que todos puedan estar en una escuela en la que se aprenda a convivir, a reconocer la diversidad humana y a aprender para tener las competencias que a futuro te permitan ser un ciudadano de pleno derecho.

Ese impulso lo han promovido también las mujeres, los colectivos de inmigrantes y de pueblos originarios, el movimiento LGBTI; cada uno con énfasis distintos. La impronta inicial de la inclusión puede ser de las personas con discapacidad, pero va más allá, y una vez que piden por el colectivo, piden para todos.

¿Cuáles son los principales reclamos?

Lo más frecuente en ese proceso es trabajar para repensar los sistemas educativos, sociales, laborales, de forma que todos los niños y niñas, independientemente de sus condiciones personales, familiares, sociales, de su capacidad o de su orientación afectiva y sexual, puedan compartir un espacio común en la escuela y puedan estar juntos y dar el primer paso a reconocerse. Este proceso se relaciona con la idea de aprecio, de valoración del otro por lo que es. Otra de las principales ideas es la de aprender, sencillamente.

¿Cómo distinguís integración de inclusión?

Si se hace un análisis histórico, inicialmente se hablaba mucho de integración escolar. La integración era una idea próxima a lo que hoy entendemos por inclusión. Lo que ha ocurrido, sin embargo, es que al principio la escuela dejaba entrar niños con situaciones diversas siempre y cuando no se modificara el sistema. La inclusión da un paso más y dice que no queremos niños y niñas de primera y de segunda categoría: todos tienen derechos. En los últimos 20 años ha habido distintas convenciones internacionales que han reforzado esa perspectiva de los derechos.

Después de reconocer que la inclusión es un problema, ¿cuáles son los primeros cambios para hacer?

Primero, la inclusión no es un problema sino un desafío. Y luego, reconocerlo; capaz que se dice muy rápido, pero no es tan sencillo. Hay que entender que es un asunto que afecta a la totalidad del sistema educativo, que no se va a resolver con unos pocos recursos, con unos profes más o con algunos ajustes de menor cuantía. Hay que repensar el sistema educativo, porque el que tenemos en Uruguay, en España y en muchas otras partes del mundo no ha estado pensado ni diseñado para ser una escuela para todos. La estrategia, la clave fundamental, es tener que hacer la dificilísima tarea de volver a pensar y reconstruir ese sistema bajo una premisa distinta.

¿Por dónde se puede empezar?

Los sistemas tienen la necesidad de que, tarde o temprano, todos los cambios tienen que afectar a todos los elementos. El sistema educativo está dentro de un ecosistema social; si no hay un cambio a ese nivel, el avance que pueda hacer la escuela por el futuro de los ciudadanos es pequeño. Dicho de otra manera: si un niño llega al colegio mal alimentado, viendo pobreza, violencia o desamparo en su hogar, lo que la escuela pueda hacer por sí sola es poquito. Si se quiere ver desde el punto de vista más próximo al aula, hay que, poco a poco, empezar a repensar y reconstruir una forma de enseñar a aprender y de evaluar que sea coherente con un grupo diverso de niños. Ahora tenemos una escuela fundamentalmente homogénea, que enseña de la misma manera, al mismo ritmo, con los mismos materiales y recursos educativos a un grupo de alumnos diverso. Lo que no podemos, todavía, es aumentar más esa diversidad –con grupos como pueden ser los niños y niñas con discapacidad que están fuera– y seguir manteniendo una estructura tan homogénea. Empezamos por cambiar los currículos, la formación de los profesorados, cómo se financia la escuela, cómo se piensan los tiempos. Todos los elementos del sistema se ven modificados.

¿Antes de cerrar las escuelas especiales debería hacerse la reestructura del sistema?

Hay que tener cuidado en no centrar el debate en torno a la discapacidad, porque la inclusión es para todos. Dicho eso, los centros de educación especial son un dilema importante. ¿Cómo se integraron las niñas en las escuelas de niños? Dejándolas entrar. Un día se acabó la segregación por sexo y se empezó a trabajar con niñas en la misma escuela. Este cambio no es exactamente igual pero tienen ciertos elementos en común. Si hubiéramos dicho que primero había que preparar a los profesores y a los centros para que se sientan bien con las niñas, seguramente el proceso se habría dilatado muchos años. En ese sentido, hay cambios que sólo se producen cuando te ves forzado a ello. La transformación de los centros de educación especial es un aliciente para que ese proceso se inicie antes; aprenderemos a manejarnos con esa nueva situación porque si lo retrasamos bajo la premisa de lo teórico no nos enfrentamos al desafío de esa escolarización. Tenemos que empezar pero de manera gradual, en un tiempo que podamos pensar como razonable; no podemos comenzar por las situaciones más difíciles y desafiantes.

¿Sentís que el cuerpo docente tiene una formación básica y necesaria para eso?

No. Las universidades están teniendo en claro que si los profesores, desde su formación inicial, ya se incorporan al sistema sin las concepciones y actitudes de pensarse como profesores de todo su alumnado, empezamos mal. La formación inicial del profesorado es una clave que todos los analistas internacionales reconocen como central para que no tengamos que reproducir esta historia como el mito de Sísifo, repetidamente.

Por ejemplo, ¿creés que no debería haber una formación para maestros en educación especial? Es decir, ¿esos contenidos deberían estar en la base de la formación?

Indudablemente, algunos de los contenidos de esos posgrados deberían estar en la base. Este proceso no pretende que se pierdan y que no sean necesarios esos conocimientos especializados para trabajar con algunos alumnos –ese conocimiento siempre es muy necesario–, pero el profesorado debería tener esos conocimientos de entrada para trabajar con todos los niños.

En uno de tus trabajos marcás que los docentes tienen que dejar de ver el fracaso escolar y empezar a darse cuenta de las barreras del sistema. ¿Cuáles son esas barreras?

Empezando por el final, la formación de profesores, que sigue diferenciando a los estudiantes ordinarios de los especiales. Después, un sistema que tiene una doble red, en la que hay centros especiales y centros ordinarios. Finalmente, prácticas docentes muy homogéneas, en términos de formas de enseñar, aprender y evaluar. Esas son las principales barreras a transformar, luego hay muchas otras.