Brian Butterworth es profesor emérito de neuropsicología cognitiva del University College de Londres, en Inglaterra. Durante años ha investigado fenómenos como la dislexia, la discalculia y los errores del habla. Su colega, Diana Laurillard, es profesora de Aprendizaje con Tecnologías Digitales en la misma universidad y se ha especializado en la aplicación de nuevas tecnologías en las clases. Ambos llegaron a Uruguay para dictar el curso Bases Cognitivas del Aprendizaje, en el marco de la Maestría en Ciencias Cognitivas de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República (Udelar). En su paso por Montevideo hablaron con la diaria sobre las investigaciones más recientes en el campo de la neurociencia y las tecnologías digitales aplicadas al aprendizaje de la matemática.
Dieron una conferencia abierta al público que titularon “Aprender matemática en el siglo XXI”. ¿Cuál es la mayor innovación en la enseñanza de matemática que trajo este siglo?
Brian Butterworth (BB): Hay dos cosas que hacen diferente al siglo XXI. La primera es la tecnología, que brinda posibilidades de uso a cada individuo, pero que también permite que docentes y tomadores de decisiones intercambien información valiosa. Otro gran cambio es el reconocimiento de que la neurociencia puede realizar aportes importantes al avance de la educación. En una conferencia internacional, hace pocos días, hubo una jornada dedicada a la neurociencia y la educación, dirigida a ministros de Educación de por lo menos 20 países, muchos de ellos subdesarrollados, como Camboya.
¿Por qué es importante la neurociencia en el aprendizaje?
BB: La neurociencia y el estudio de la genética pueden aportar al desarrollo educativo. Es importante en dos sentidos: en primer lugar ayuda a comprender por qué algunos estudiantes no realizan un buen progreso, a diferencia de otros que sí lo hacen, y por otra parte estudia los procesos de aprendizaje, qué cambia en el cerebro cuando aprendés algo, y particularmente cuando aprendés algo que es conceptualmente abstracto, como los números. Esto nos ayuda a diseñar métodos educativos para ayudar particularmente a los niños que tienen dificultades para entenderlos.
¿Cómo el cerebro procesa la información matemática?
BB: Es importante para los humanos, y para muchos otros seres vivos, extraer información matemática de su entorno. Sabemos en qué parte del cerebro los humanos, los monos y probablemente los pájaros procesan la información: en el parietal. Esto sugiere que hemos heredado un mecanismo en el cerebro que permite una evaluación del número de objetos, en un conjunto de objetos. Además, por muchos estudios sabemos que el conjunto es un elemento relevante; saber cómo se combinan los conjuntos para hacerse más grandes o separarlos para hacerlos más pequeños es fundamental. En la discalculia este proceso de extraer información numérica del entorno se da de manera ineficiente.
“La tecnología puede hacer que los niños aprendan los números jugando con ellos y observando cómo se comportan”.
Has estudiado a los niños que tienen discalculia y dislexia y cómo es su proceso de aprendizaje de las matemáticas. ¿Cómo se diferencia del proceso normal y cómo pueden ayudar los docentes?
BB: Hay niños que son inteligentes, vienen de buenas familias, de padres bien educados, a los que se les hace imposible aprender normalmente los números. Muchas personas padecen este problema. En ese sentido, un docente que no lo comprende no sabrá nunca qué es lo que está haciendo mal: hace lo mejor que puede y funciona para algunos estudiantes, pero no para todos. Podemos encontrar diferencias cerebrales en los niños que tienen discalculia y comprender por qué aprenden de forma diferente a los demás niños, pero la verdadera pregunta es, sabiendo que afecta esta parte del cerebro en particular, ¿cómo podemos ayudar a que el niño aprenda? Es similar a lo que sucede con la dislexia: se necesita una enseñanza especial. Aunque en Inglaterra, donde hicimos el estudio, encontramos que las personas que tienen discalculia tienen mayores obstáculos en la vida que quienes tienen dislexia, afecta más su educación, sus posibilidades laborales e incluso su salud.
Diana, vos has trabajado mucho sobre el rol de la tecnología en estos casos.
Diana Laurillard (DL): Cuando mirás a un grupo de niños en una clase de matemática ves lo que cualquier maestro ve: frente a algunas peticiones simples, como sumar dos más tres, los niños contestan mal; no se trata de discalculia, sino de que muchas veces interpretan erróneamente los planteos que realizan los docentes, que suelen enseñar cómo hacer razonamientos matemáticos contando. Sin embargo, es posible, a través de juegos de computadora, enseñar a los niños que sumando determinada cantidad de números a otra cantidad se forma un número nuevo. La tecnología puede hacer que los niños aprendan los números jugando con ellos y observando cómo se comportan. Creamos un juego en el que cada número tiene un color asignado y, a medida que los van sumando o restando, cambian los colores según el número que se forme; de esta forma nadie les dice si está mal o bien, ellos lo ven, y en 20 minutos pueden realizar cerca de 150 ejercicios, algo que resultaría imposible en una clase.
¿Creen que los docentes conocen la información que surge de los estudios recientes de neurociencia y tecnología y de su aplicación en las aulas?
BB: Para que más docentes se informen de la importancia de los juegos digitales y la neurociencia como apoyo al aprendizaje es importante distribuir la información a través de nuevos canales; eso es en lo que trabaja Diana en cursos masivos, abiertos, gratuitos y simultáneos online.
DL: A través de estas plataformas pueden intercambiar, ver videos de otros docentes que utilizan juegos o a la neurociencia para enseñar matemática, y pueden utilizar estas experiencias luego en sus aulas y ver cómo resulta.
¿Cómo está diseñado un espacio virtual de aprendizaje que complementa el aula?
DL: Es bueno desarrollar un espacio que puede hacer cosas que no se dan en el aula. Lo mejor es hacerse la siguiente pregunta: ¿qué es lo más difícil de hacer dentro de la clase y cómo puede ayudar la tecnología en esto? Respondemos esas preguntas y luego diseñamos. A veces es darles más de lo mismo para que aprendan algo; a través de los juegos es una chance, porque los niños los aman. Otras veces uno desea que los niños hablen más; en el espacio virtual, como el intercambio se da de manera asincrónica (como en las redes sociales), pueden tener una discusión. Cuando aprendés matemáticas es importante realizar los ejercicios, pero también explicar cómo los realizaste; a veces los niños no pueden explicar correctamente cómo lo hicieron, y en el espacio virtual hablan un montón de cómo lograron llevarlo a cabo. Logramos más práctica, más charla y más trabajo en equipo.
“Un docente que no comprende la discalculia o la dislexia no sabrá nunca qué es lo que está haciendo mal”.
¿Qué creen de la gente que es crítica con la tecnología y la exposición de los niños a estas nuevas herramientas?
DL: Tenemos que ser críticos con todo, no debemos aceptar las cosas porque simplemente nos las pongan delante. Sin embargo, si se diseña específicamente para resolver un problema, luego es necesario evaluar si se registraron progresos y si son buenos para los niños. Sería erróneo decir que la tecnología nunca debería ser utilizada, tenemos que ser abiertos a las posibilidades y utilizarla mínimamente y de manera cuidadosa para resolver problemas.
¿El cerebro está cambiando a raíz del uso de la tecnología?
BB: El cerebro cambia con todas las experiencias; eso se llama plasticidad cerebral. El problema es cuáles son los límites de esa plasticidad y si el uso de pantallas de todo tipo cambia el cerebro para bien o para mal. Hay investigaciones que aseguran que jugar ciertos videojuegos de matar aumenta la capacidad de atención y la visión periférica, por ejemplo. Es complicado hacer un juicio de valor sobre las tecnologías, porque hay diferentes herramientas, que tienen diferentes impactos en el desarrollo del cerebro.