“Las comunidades docentes marcan la diferencia”: así tituló Andy Hargreaves su primera conferencia en Uruguay. El académico inglés es una de las voces más escuchadas en el debate educativo desde que se convirtió en cofundador y director del Centro Internacional para el Cambio Educativo de Canadá. Ganador de múltiples premios por sus investigaciones en educación, autor de más de 30 libros y profesor visitante en nueve universidades del mundo, Hargreaves llegó a Uruguay invitado por Fundación Ceibal para participar este martes en el ciclo de conferencias y aprendizajes que antes tuvo como exponentes a Meryl Alper y Andrew Przybylski.
Hargreaves es uno de los directores de Atlantic Rim Collaboratory (ARC), una red colaborativa internacional que busca reunir expertos y tomadores de decisiones para generar estrategias educativas que lleven hacia el bienestar ciudadano, a la que se incorporó Uruguay hace pocas semanas. Tomando la experiencia de ARC y la de sus propias investigaciones, el inglés dio una conferencia para las 1.400 personas que colmaron la sala de eventos del Laboratorio Tecnológico del Uruguay.
Empezó su charla advirtiendo a los presentes que iban a tener que conversar entre ellos como parte de la dinámica. La primera pregunta para dialogar fue: ¿Si su escuela fuera un caballo, qué tipo de caballo sería? y los murmullos de docentes conversando llenaron el lugar. Explicó que hay cuatro tipos de escuela/caballo: por un lado, los que no hacen nada para mejorar, son caballos muertos; aquellos que mejoran pero no innovan son caballos de carrera; están los caballos alados, que no existen, esas son las escuelas que quieren innovar sin pensar en cómo mejorar, y finalmente están las locomotoras o “caballos de hierro”, en inglés, que son las escuelas a las que se debe llegar. “Buscamos que los estudiantes tengan logros más positivos en sus vidas, acortar las brechas entre las familias pudientes y las pobres, innovar para mejorar, y para eso hay que pensar en la enseñanza”, subrayó.
Capital profesional
Uno de los libros más famosos de Hargreaves es el que escribió con Michael Fullan: Capital profesional. “La idea detrás de este concepto es que si no se invierte en los docentes, no se va a obtener ningún resultado, y es importante entender que hay diferentes formas de invertir”, señaló.
“La evidencia dice que si lo único que hacemos es compartir las prácticas no se genera ningún impacto en las clases; hay que colaborar, trabajar juntos, hacer un esfuerzo compartido desde la acción”.
“Enseñar no es fácil; no es solamente difícil emocionalmente sino técnicamente”, sostuvo el autor, y agregó: “Si tenemos estudiantes con autismo o asperger, si tenemos inmigrantes de Venezuela en nuestra clase, si tenemos chicos con familias que sufren problemas de violencia doméstica, ¿cómo los incluimos? Eso es algo técnicamente difícil, no se aprende en pocas semanas y no se aprende estando solo. La educación requiere formación y experiencia. No podemos usar la tecnología en vez de enseñar, necesitamos a los docentes”.
En su planteo Hargreaves describe tres tipos de capital que hacen al capital profesional. Por un lado, lo humano, lo que cada docente aporta como persona con su experiencia, sabiduría y capacidad de empatizar con el niño y adolescente. Por otro lado, el capital de disposición, es decir, qué tan dispuesto está el docente a mejorar sus juicios y criterios a lo largo del tiempo; y finalmente, el relacionado con lo social: “Funcionamos trabajando juntos; la evidencia muestra que el capital social agrega al capital humano, porque si se trabaja en equipo el promedio de los docentes mejora su trabajo”. Al decir esto Hargreaves mencionó una de las debilidades del sistema educativo uruguayo: “Ustedes cambian mucho de una escuela a otra, es algo que tienen que cambiar, porque les hace mal a ustedes y a los estudiantes”.
Colaborar más que compartir
Uno de los aspectos centrales de la conferencia de Hargreaves fue el concepto de colaborar. Para él una institución educativa que no colabora tiene docentes frágiles, porque al no tener comentarios sobre sus prácticas, no se animan a tomar riesgos. “Cuando trabajamos con otros tenemos apoyo moral y también tenemos acceso a las ideas de otras personas; si uno está en una escuela individualista con alumnos difíciles no puede conversar, en una escuela colaborativa se puede hablar y tratar de solucionar el problema”, argumentó.
“Las escuelas no son una sala de espera para algo que va a pasar después”.
Para el académico inglés hay veces en que la colaboración es débil: esto sucede cuando los docentes simplemente comparten ideas, escuchan sobre lo que el otro hace en su clase y toman nota. “La evidencia dice que si lo único que hacemos es compartir las prácticas no se genera ningún impacto en las clases; hay que colaborar, trabajar juntos, hacer un esfuerzo compartido desde la acción”. A su vez, la colaboración a veces puede ser muy fuerte: “Algún director puede querer forzar la colaboración en su institución, a veces son tan entusiastas que dicen con quién, cómo, cuándo y con qué resultados se debe colaborar; eso es artificial y hay que tener cuidado”, advirtió.
Hargreaves resaltó que hay mucha evidencia que sostiene que un ambiente colaborativo hace que los docentes permanezcan más tiempo en la institución y en la profesión, además de que el beneficio es para el profesional tanto como para el estudiante. Agregó que el trabajo colaborativo impulsa objetivos de enseñanza más importantes y complejos porque se enfrentan en conjunto, y eso es fundamental para el desarrollo humano de los estudiantes: “Los jóvenes pasan un cuarto de su vida en la escuela. No podemos hacer que pasen simplemente preparándose para el mundo del trabajo que llega luego, las escuelas no son una sala de espera para algo que va a pasar después. La enseñanza tiene valor para los niños como sujetos de derechos ahora, y los docentes lo deben tener presente”.
Asimismo, aseguró que el trabajo colaborativo en las instituciones facilita la contención de los estudiantes. Hargreaves contó que cuando tenía 12 años su padre falleció y él tuvo que hacerse cargo de su familia. Su rendimiento escolar empeoró pero nadie en la institución lo notó. Se preguntó por qué nadie se ofreció a ayudarlo y por qué todo ese esfuerzo que invirtió en su adolescencia no podía ser valorado desde lo académico. Hargreaves enfatizó: “No enseñamos una materia, tomamos al chico como un todo, pero es muy difícil para un docente cuidar holísticamente a un estudiante; no son la Madre Teresa, Buda o Jesucristo, no pueden hacerlo solos, se necesita toda una escuela para cuidar de un niño”.