Las escuelas de verano son un clásico de la educación media en varias partes del mundo; fundamentalmente, apuntan a ayudar académicamente a los estudiantes que se quedaron rezagados durante el año escolar. Uruguay nunca implementó una iniciativa de esa índole, pero sí tiene y ha tenido programas durante los meses de vacaciones. El que sigue vigente es Verano Educativo, del Consejo de Educación Inicial y Primaria, pero desde 2011 hasta 2016 funcionó también el Programa Tránsito Educativo (PTE), que buscaba acompañar a los estudiantes desde el último semestre de sexto año de primaria, durante todo el verano y hasta el primer semestre del primer año de enseñanza media. Jennifer Viñas, del Instituto Nacional de Evaluación Educativa, hizo un análisis sobre el PTE para su doctorado en Educación en la Universidad de Gante, de Bélgica. Sobre sus conclusiones conversó con la diaria.

El PTE se lanzó con los objetivos de asegurar la matriculación en secundaria, mantener una asistencia regular y mejorar los logros académicos. Según describió Viñas en su artículo, las autoridades priorizaron las escuelas de composición socioeconómica más bajas y aquellas en las que había mayor grado de ausentismo. Los equipos de coordinación, compuestos por cuatro maestros y trabajadores sociales, trabajaban en tres fases: talleres preparatorios en el último semestre escolar; un programa de verano educativo y recreativo para los 50 estudiantes con mayor riesgo de abandono, y una bienvenida a la enseñanza media, que incluía apoyo académico.

Al revisar la experiencia internacional, Viñas encontró que los programas de verano “ayudan a compensar cosas que los estudiantes no aprendieron antes”, pero además constató que es durante el verano cuando los estudiantes se separan más según su nivel socioeconómico: “Capaz que a fin de año la brecha entre lo que aprendió un estudiante del quintil 1 y uno del quintil 5 es una, pero pasan los meses de verano y esa brecha aumenta. Lo que explica esto es el apoyo que pueden tener en la casa y el tipo de actividades que hacen en los meses de verano: los estudiantes que están en el quintil más alto reciben un mayor estímulo que el que pueden recibir los estudiantes del quintil más bajo. Entonces pasar por estas experiencias puede reducir esa distancia que se agranda en verano”, explicó.

La última generación que participó en el PTE fue la que hizo sexto de liceo en 2015. La principal razón para discontinuar el programa, según Viñas, fue presupuestal, ya que implicaba generar nuevos cargos con sueldos especiales durante los meses que duraba la intervención. Esos montos provocaron que el programa no fuera escalable a nivel nacional, y ese es uno de los objetivos que se plantea la Administración Nacional de Educación Pública a la hora de evaluar los programas que intervienen en las trayectorias educativas. El estudio de Viñas evalúa el programa más allá de su presupuesto y plantea los beneficios que podría llegar a tener una nueva iniciativa de este tipo a futuro.

Pros y contras

En su estudio cualitativo, Viñas trabajó con docentes y con estudiantes y sus familias. Entre los resultados verificó grandes beneficios del programa; el principal, aseguró, es la familiarización con el entorno. “Había barreras de desconocimiento, de no saber qué es el liceo y qué es la UTU, sobre todo para jóvenes que son primera generación de estudiantes de enseñanza media en sus familias. En ese sentido, acercarlos a la institución, mostrarla como un espacio educativo y señalar que van a estar acompañados era un gran beneficio”, destacó la investigadora.

La extensión del tiempo escolar es otro de los beneficios que se plantean en las conclusiones. Viñas aseguró que la mayoría de los estudiantes tenía opiniones encontradas sobre el tema: por un lado, les agradaba la oportunidad de participar en actividades recreativas como los campamentos de verano, pero por otra parte señalaban que mientras sus amigos del barrio estaban de vacaciones ellos tenían que ir al liceo o a la UTU todos los días. Sin embargo, la académica concluye que “para los estudiantes de contextos socioeconómicos más bajos termina siendo una experiencia positiva, más allá de que no sea lo que les encante, ya que les proporciona algo para hacer durante esos meses. Desde el punto de vista educativo está bueno que mantengan un vínculo, pero además en estos contextos los adolescentes suelen pasar el verano cuidando a los hermanos menores, haciendo mandados o tareas domésticas que, aunque a priori pueden no estar mal, les suma si en lugar de eso pasan parte del tiempo en una institución educativa”.

Otro de los beneficios del programa fue el desarrollo de la relación entre docentes y estudiantes, así como entre los compañeros de clase. Este aspecto positivo tuvo una arista desfavorable: “Al no tratarse de un programa para todos los estudiantes, se notaba luego la diferencia entre quienes habían trabajado durante el verano y quienes no lo habían hecho”, señaló Viñas. Agregó que “se generaba una ventaja de los que estuvieron en el programa, que es positiva pero generaba distorsión al inicio de las clases”. Relacionado con esto, se identificó que los estudiantes que habían participado en el PTE se convertían en referentes para sus pares, ya que conocían el edificio, a los docentes y las dinámicas de enseñanza.

Uno de los puntos desfavorables identificados fue la frustración que sentían los estudiantes con el cambio de formato entre el programa de verano y la educación secundaria. El estudiante “se familiariza con el lugar, con la estructura, con lo que va a estar haciendo, pero no es estrictamente un simulacro del liceo sino un programa adaptado, más lúdico, con clases que no estaban en el nivel de la educación media, incluso eran más cortas”, describió Viñas, y explicó que esos cambios significaban un corte importante para los adolescentes.