Desde muchas áreas a nivel mundial se trabaja para que la vuelta a la presencialidad en centros educativos luego del período de educación a distancia motivado por el coronavirus sea fácil para niños y docentes. Entre esas áreas está la arquitectura, y en eso se encuentra trabajando la investigadora de la universidad ORT Paula Cardellino junto con colegas de la universidad australiana La Trobe. 

Los investigadores, en colaboración con el estudio Y2 Architecture, diseñaron una intervención en el espacio escolar que facilitó que niños de más de 50 escuelas tuvieran un reencuentro con la institución más fácil y amigable, en especial aquellos con discapacidad motriz o intelectual o con ciertas dificultades para el aprendizaje. La próxima etapa del proyecto es trasladarlo a las cerca de 2.200 escuelas del estado de Victoria. la diaria conversó con Cardellino sobre el proyecto, su impacto y la relación entre arquitectura y educación en Uruguay.

Unboxy: un espacio alternativo

“Este proyecto se trata de poder buscarle una vuelta al problema que nos aqueja a todos hoy en día, que es la covid-19 y el impacto en la educación y la vida cotidiana. A través de este proyecto, que se llama Unboxy, queríamos ayudar a los chicos en su retorno al colegio y pensamos desde el diseño arquitectónico hacer un espacio que sea transportable”, explicó la arquitecta.

Según comentó Cardellino, el proyecto apuntaba a ayudar a los niños que volvían a la escuela y se encontraban con un ambiente que ya no les era familiar. En particular al equipo de investigación le preocupaba el efecto que podía tener un retorno marcado por el distanciamiento social sostenido en estudiantes con discapacidades físicas o intelectuales o con dificultades para el aprendizaje en general.

Se abrió un llamado internacional para que arquitectos, diseñadores, docentes y educadores trabajaran juntos para crear una personalización del espacio del aula y del centro educativo para evitar “el estrés de pasar de un entorno familiar donde estaban más contenidos a la clase con todos sus compañeros”, destacó la especialista.

Unboxy se trata de un kit que llega a cada escuela. En esta primera etapa de desarrollo los kits se entregaron a 50 escuelas. Cada uno está compuesto por piezas de un tipo particular de cartón resistente de distintas formas que fácilmente se pueden encastrar para construir diferentes espacios, desde un fuerte para toda la clase hasta una cueva para uno; las posibilidades son amplias y el trabajo colaborativo es necesario.

Uno de los principales objetivos, señaló Cardellino, era que los niños pudieran construir su espacio: “Son los chicos los que crean su propio ámbito para ocupar el espacio de aula de una forma que les provoque bienestar, y así saldar la carencia de un ámbito personalizado”. La arquitecta señaló que “el diálogo entre el espacio físico y los estudiantes les da confianza en el retorno a la clase”.

“Lo valioso no es sólo el espacio que ellos crean a semejanza de algo que tuvieran en la casa, como un fuerte o un refugio, sino también la construcción en colaboración entre los chicos y con la maestra”, puntualizó la investigadora.

De hecho, otro de los objetivos que tiene el proyecto es incentivar el trabajo en equipo luego de meses en que los estudiantes tuvieron que aprender de forma individual. Entre los educadores australianos había mucha preocupación por la forma en que los estudiantes se quedaron solos con sus familias, sin el contacto entre pares, algo que es fundamental en la niñez, por eso este tipo de actividades colaborativas estaba entre las prioridades del regreso a la presencialidad.

El proyecto sigue en curso, pero hasta el momento los resultados “han sido muy buenos”, destacó Cardellino. “Las maestras nos decían que había niños que no participaban en otras cosas por falta de confianza y ahora aparecían en la construcción de su espacio, porque es una dinámica distinta e integradora”. A su vez, los niños han usado el kit “de formas inimaginables” y “se han mostrado agradecidos de que alguien pensara en ellos a la hora de volver a la escuela”.

En el futuro la intención de la arquitecta es trasladar el proyecto a Uruguay. Más allá del período de adaptación a la presencialidad, la personalización del espacio educativo trae importantes beneficios y este proyecto apunta a eso. Además, “si logramos aplicarlo a Uruguay se podría estudiar y aplicar diferencias que lo adapten a la realidad de nuestros estudiantes”, puntualizó.

Paula Cardellino. Foto: Federico Gutiérrez

Paula Cardellino. Foto: Federico Gutiérrez

La relación entre arquitectura y educación en Uruguay

Cardellino se especializó en la arquitectura educativa y ha trabajo con varios colegios en la mejora de sus espacios. la diaria conversó con ella sobre la evaluación que hace del sistema nacional y los cambios que se pueden hacer dentro del aula sin necesidad de tirar paredes abajo o hacer grandes inversiones.

¿Cómo ves la relación entre el mundo de la arquitectura y el sistema educativo uruguayo?

Creo que, más allá del edificio en sí mismo, hay que analizar la forma en que lo usamos; la forma de educar empuja a que cada espacio sea usado de forma diferente. En la teoría vemos que suele haber dos caminos: o se empuja el cambio educativo desde el diseño arquitectónico o el cambio arquitectónico provoca cambios en la forma de enseñar; en Uruguay en los dos ámbitos nos quedamos en la antigüedad.

¿Cómo se dan los cambios en esos ámbitos?

Si empezamos a empujar desde el cambio educativo llega un momento en que el espacio no deja hacer determinadas cosas; ahí se empieza a tratar de modificar el espacio, y hay muchas formas para hacerlo. Puede ser desde mover los bancos a romper con la estructura de siempre de tener al pizarrón como el lugar principal, ahí empieza a surgir el cambio conjunto de educación y diseño. Otras veces pasa que el diseño es muy innovador y los docentes y los alumnos quedan perdidos porque no entienden cómo eso afecta su proceso. Necesitamos un cambio genérico para que las dos áreas dialoguen.

¿Hay edificios innovadores en Uruguay?

Hay algunos ejemplos, están los que han incentivado más el tema sustentable y otros que han intentado integrar aulas para hacer otras más grandes. Siempre es bueno trabajar en colaboración con niños y docentes para comunicar los espacios y pasar a no tener aulas, sino generar un gran espacio que a través del diseño y el mobiliario permita hacer distintas actividades al mismo tiempo.

¿Cómo son esos centros sin aulas?

En Dinamarca, por ejemplo, hay espacios de aprendizaje; es un concepto que me encanta, porque si no parece que en el único lugar donde se aprende es en el aula, y en verdad se puede aprender en todos lados. En un lugar puedo hacer más expositiva la clase, en otro lado dejo que los niños exploren ellos. Pero eso viene con un entrenamiento para usar esos espacios, es necesario unir la intención del arquitecto con la del educador.

Las últimas obras que se entregaron a través de la modalidad de participación público-privada se hicieron siguiendo la línea de los espacios abiertos e integrados, con paredes que se deslizan para generar espacios más abarcadores.

No conozco bien esas obras, pero he visto algunos proyectos. Me parece que tienen un poco el diseño de las escuelas de tiempo completo, que tienen la posibilidad de apertura de las aulas, pero según tengo entendido son muy difíciles de abrir o la maestra no sabe para qué le sirve, entonces termina siendo una puerta que está mal hecha acústicamente y no cumple con ninguna de las funciones para las que se hizo. Creo que al proveer un espacio que se pueda comunicar hay que avisarlo y tratar de mover todo para que el cambio en la educación pueda tomar el cambio en el espacio; si la maestra no sabe para qué sirve no tiene sentido hacerlo.

¿Qué es lo primero que tenés en cuenta a la hora de diseñar un cambio en un espacio educativo?

Primero es hablar con el equipo, hablar con la dirección, porque son los que me van a contar sus cambios en la visión pedagógica. Luego me gusta hacer talleres e intercambios con las maestras, las asistentes, los diferentes usuarios, para saber cómo están viviendo el edificio, para luego darles herramientas para el cambio en el espacio. Esas charlas hacen que ellos mismos empiecen a imaginar cómo sería el espacio y nos aseguramos de que el cambio se haga de la mano de las maestras; sus ideas tienen que estar alineadas con la forma en la que se piensa el edificio, esa vinculación es la más importante.

¿Qué cambios se pueden empezar a hacer sin necesidad de una gran remodelación?

Considerando que en general un aula de 25 alumnos tiene seis metros por siete metros, estamos bastante acotados en las opciones, más si tenemos un mobiliario muy grande. Entonces, el primer cambio sería ver qué se puede hacer moviendo lo que ya tenemos de lugar, buscando un mobiliario que sea trasladable, para generar nuevos espacios. Hay muchos muebles que están pensados para que el propio niño los pueda mover, y ya con eso se genera una dinamización del espacio que lleva a una forma más espontánea de aprender y enseñar.