La discusión sobre inseguridad vuelve a estar en las primeras planas. El aumento de los homicidios en el último año reposiciona la discusión sobre seguridad y convivencia ciudadana, pero también sobre las fuentes que generan condiciones de vida violentas en los distintos territorios. Este artículo presenta los resultados de una investigación1 realizada entre 2019 y 2021 en liceos de ciclo básico de Montevideo.
A partir del análisis geoespacial de indicadores, el estudio se centró en aquellas zonas en las que se identificó una mayor presencia de violencias. Es decir, en territorios con altos niveles de vulneración de necesidades básicas -alimentación, educación, salud, trabajo o vivienda-2 (violencia estructural) y con mayores índices de criminalidad asociada a hurtos, rapiñas y homicidios3 (cotidiana). En la intersección de estas violencias se detectaron algunas zonas de Montevideo que se destacan por sobre el resto por presentar altos índices de ambos tipos de violencias.
Pero ¿cómo se vincula este fenómeno de violencia con los centros educativos? Algunos antecedentes dan cuenta de una relación directa entre altos niveles de violencia delictiva y altos niveles de ausentismo, por lo que se puede inferir que la violencia afecta a las trayectorias de los estudiantes. Esta relación pudo ser verificada en el estudio a través de los datos de encuestas y datos administrativos; hasta aquí no era posible conocer cuáles eran las visiones de las comunidades educativas afectadas y cuáles eran las estrategias desplegadas para afrontar estos fenómenos.
Con este interés, el estudio también se propuso recoger los relatos de estudiantes, docentes y equipos de dirección de las tres zonas con mayores niveles de violencia de la capital. Este acercamiento develó algunas aristas para poder nombrar y describir las experiencias y percepciones de quienes viven, estudian y trabajan en estos liceos.
Conceptualizaciones sobre las violencias
¿Qué se considera violencia? ¿Quiénes la ejercen? ¿Cuáles son sus límites? Las respuestas a estas interrogantes pueden ser tan amplias como los actores a los que consultemos. Violencia física, psicológica, simbólica, vulneración de derechos, violencia barrial producida por el enfrentamiento de bandas del narcotráfico, violencia institucional, violencia de género, violencia intrafamiliar. Todos estos tipos de violencia fueron identificados en la vida cotidiana tanto de los estudiantes como de los docentes de los centros educativos visitados. Sin embargo, los estudiantes señalan que algunos de ellos se presentan con mayor frecuencia y los docentes, por su parte, señalan otras violencias como las más sobresalientes.
En primer lugar, los adolescentes mencionan las formas conflictivas e interpersonales (físicas, verbales o simbólicas) dentro de los centros. Estas manifestaciones cotidianas se encuentran “normalizadas” y son parte de los modos de relacionamiento que tensionan el cumplimiento del orden establecido o los códigos estatuidos sobre el ser y el estar en los espacios educativos. Este tipo de transgresiones a los códigos sociales pautados, que no revisten una sanción penal o jurídica, son también denominados como conflicto de civilidades (Debarbieux, 2008; Viscardi y Alonso, 2013; Castorina y Kaplan, 2006). Por ejemplo, un conflicto de civilidad que identifican es el “mirar mal”, hecho que se percibe como discriminación o desprecio por parte de los pares y es motivo de una reacción violenta física o verbal. En segundo lugar, colocan a los hechos delictivos barriales como hurtos y rapiñas, y mencionan con especial énfasis el enfrentamiento armado entre bandas de narcotráfico, eventos con los que conviven diariamente y para los que generan estrategias de sobrevivencia. La violencia de género también es percibida entre las más frecuentes, tanto dentro como fuera de los centros, fundamentalmente por las jóvenes.
Para los docentes la principal fuente de violencia a la que son sometidos los estudiantes refiere a las situaciones relativas a privaciones materiales. En este sentido, violencia son las condiciones en las que viven, la pobreza, la falta de oportunidades o el hambre. Una segunda fuente de violencia percibida por los docentes es la proveniente de la propia institución educativa. Bajo este rótulo se refieren tanto a las características del formato clásico de la propuesta educativa del nivel medio básico como a aspectos relacionados con la profesión docente, a sus condiciones de trabajo y a los recursos con los que cuenta el sistema educativo para dar respuesta a las situaciones que atraviesan los adolescentes.
Afectación de las trayectorias educativas
En cuanto a las relaciones entre los tipos de violencia y resultados educativos, el estudio cuantitativo arrojó información que respalda lo hallado por la literatura internacional, en donde mayores niveles de exposición a la violencia cotidiana (fundamentalmente la criminal) se vinculan con mayor ausentismo y desvinculación (Burdick-Will, Stein y Grigg, 2019). Los discursos docentes dan cuenta de esta asociación entre la violencia estructural y la continuidad educativa, ya que los estudiantes deben asumir otras responsabilidades, principalmente tareas de cuidado dentro de sus familias, que atentan contra su continuidad. Sin embargo, los estudiantes no identificaron una relación directa entre la violencia estructural o barrial y sus posibilidades estudiantiles. Como contrapunto, pusieron particular énfasis en cómo, a pesar de la actividad delictiva en el barrio, el ir al liceo se convertía en algo ineludible y en un lugar de protección.
Los centros educativos como espacios de protección: abordajes intra e interinstitucionales
Desde las instituciones se despliega un conjunto de estrategias que intentan abordar las diferentes violencias mencionadas. La contención mediada por el vínculo pedagógico en el encuentro cotidiano en base a la escucha y la confianza parece constituir la principal forma reconocida de abordaje por jóvenes y adultos. Al concurrir al centro, en tanto lugar de cuidado y protección, los adolescentes plantean una distinción entre el contexto y los problemas que pueda haber en sus comunidades y hogares y ese “mundo aparte” que se constituye en el liceo como espacio diferente y de resguardo para situaciones que ocurren en otros espacios sociales. Sin perjuicio de ello, los adolescentes también mencionan estrategias punitivas (suspensiones u observaciones) y en ocasiones la falta de acciones desde el mundo adulto. La valoración positiva de los vínculos basados en la confianza en contraposición a formas basadas en la coerción legitiman formas genuinas de ejercicio de la autoridad.
La presencia de equipos multidisciplinarios (psicólogos, trabajadores sociales, educadores), adscriptos y otros roles, como el profesor orientador pedagógico, facilitadores en el uso de las tecnologías, resultan fundamentales en estos procesos. La ausencia de recursos humanos, edilicios y económicos también tuvo lugar entre los discursos adultos, y su falta fue percibida especialmente durante los períodos de educación no presencial a causa de la pandemia por covid-19. Durante la no presencialidad, las estrategias realizadas por los colectivos docentes marcaron un diferencial en la continuidad educativa de muchos de los estudiantes, entre las que se destacan mantener los centros abiertos a los estudiantes y la comunidad.
Además del lugar positivo que representan los centros en la vida de los estudiantes, estos también se instituyen como enclaves de referencia en las comunidades barriales, dos aspectos que nos permiten considerar a los centros como lugares de mediación y contención. La referencia a la revalorización del espacio público también fue mencionada por los docentes, ya que la posibilidad de contar con lugares de recreación y encuentro en los centros educativos y el barrio genera otras formas de transitar y apropiarse de los espacios.
En referencia a este segundo aspecto, es posible mencionar que el estudio cuantitativo mostró que la asociación entre violencia cotidiana y estructural era similar en cada una de las zonas delimitadas. Sin embargo, el relevamiento cualitativo introdujo diferencias entre estas zonas asociadas a las biografías institucionales, tanto del sistema educativo como de la red de instituciones comunitarias y barriales, que en algunos casos es de larga data y en otros su fundación resulta más reciente.
Lo precedente cobra particular relevancia a la hora de pensar estrategias que apunten a abordar las situaciones de violencia y la convivencia dentro de los centros educativos. En este sentido, resultan fundamentales las acciones tendientes a construir sentidos de identidad y pertenencia entre los actores educativos (estudiantes, docentes, equipos de dirección, equipos multidisciplinarios y familias). La elaboración conjunta de valores sociales que recuperen al barrio, su historia, el fortalecimiento de las redes interinstitucionales y de las organizaciones sociales también resulta central. A su vez, es imperante un mayor despliegue por parte del Estado (en clave de políticas sociales) para dar respuestas a muchas de las situaciones a las que actualmente se enfrentan los centros educativos.
El estudio permitió evidenciar que la existencia de comunidades territoriales fuertes que poseen recursos, servicios y que logran articular el trabajo mancomunado de las instituciones que representan al Estado en los territorios introducen un diferencial en las dinámicas y consecuencias de los diferentes tipos de violencia.
Referencias
Burdick-Will, J, Stein, ML & Grigg, J (2019). Danger on the way to school: Exposure to violent crime, public transportation, and absenteeism. Sociological Science, 6, 118-142.
Debarbieux, E (2008). Les dix commandements contre la violencie a l’école. París: Odile Jacob.
Castorina, JA & Kaplan, CV (2006). Violencias en la escuela: una reconstrucción crítica del concepto. Violencias en plural. Sociología de las violencias en la escuela, 27-53.
Viscardi, N & Alonso, N (2013). Gramática(s) de la convivencia: un examen a la cotidianidad escolar y la cultura política en la educación primaria y media en Uruguay. Montevideo: ANEP.
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Estudio financiado por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación. Equipo integrado por Leonardo Moreno, Meliza González, Cecilia Alonso Bianco, Diego Cuevasanta, Fiorella Ferrando y María Eugenia Ryan. ↩
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A partir de datos del Instituto Nacional de Estadística, el Sistema de Información Integrada del Área Social y datos de transporte de la Intendencia de Montevideo. ↩
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A partir de datos del Ministerio del Interior para el período 2018-2019. ↩